Gaza, incierto futuro / Claudia Corichi

Este lunes se conmemoraron 80 años de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau en Polonia, un sitio atroz donde se asesinaron un millón de personas. El Holocausto, uno de los capítulos más infames de la historia reciente de la humanidad ultimó a seis millones de judíos. Pero ahora el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya investiga a Israel por cometer acciones en Gaza que constituyen un genocidio.

El mismo día que el mundo honró la memoria de millones de vidas cegadas en instalaciones que albergaban una maquinaria de la muerte, miles de gazatíes desplazados (300 mil según autoridades palestinas) regresaron al norte del territorio después de que el ejército israelí lo autorizara como parte de los acuerdos del alto al fuego signados entre Israel y Hamas.

Las familias palestinas no tienen a donde ir; vuelven a su tierra arrasada por los incesantes bombardeos de las fuerzas de ocupación que han dejado hasta ahora 47 mil personas asesinadas, la mayoría mujeres y niños. En medio de la hambruna y la devastación aspiran a la normalidad y a vivir en paz aunque parezca imposible. Esta no era la primera vez que se veían forzados a huir.

El 15 de mayo de 1948, un día después de que David Ben Gurion proclamó la independencia de Israel, fuerzas judías iniciaron la expulsión de 800 mil palestinos a los que nunca se les permitió volver; los árabes denominaron Nakba (catástrofe) a ese trance consistente en la desposesión y el dominio del naciente Estado. 77 años después la hostilidad se mantiene contra ese pueblo y la existencia de los dos Estados parece cada vez más lejana.

Milicianos de Hamás que se internaron en suelo israelí en octubre de 2023 asesinaron a 1200 personas y secuestraron a 251. Como parte de los acuerdos del alto al fuego vigentes desde el 19 de enero, existe el compromiso de liberar a todos los rehenes que aún siguen en cautiverio (una tercera parte ya sin vida), la liberación de presos palestinos y el retorno de refugiados a las ruinas en las que se convirtieron sus hogares.

El gobierno de Benjamín Netanyahu se integra por una coalición de formaciones políticas de derecha y ultranacionalistas que han insistido en todo momento en desterrar a los palestinos de la Franja y colonizar o al menos militarizar el minúsculo enclave de apenas 365 kilómetros cuadrados. El injerencista Donald Trump se ha sumado al coro.

Este fin de semana aconsejó una “limpieza” de Gaza consistente en la expulsión de un millón y medio de los 2.3 millones de palestinos que sobreviven entre escombros que dejó la ofensiva israelí. Trump ha ido más allá al indicar los posibles destinos: Egipto y Jordania, justamente las mismas naciones que junto a Siria y Líbano acogieron a los refugiados que huyeron y fueron expulsados en 1948. Casi ocho décadas después los colonos y ultras han encontrado un aliado interesado en reeditar la Nakba. La propuesta de Trump se trata, sin matices, de una limpieza étnica en toda regla.

Por ahora, las armas están silenciadas en Gaza donde las condiciones de vida son infrahumanas. Sin hospitales, agua potable, alimentos ni insumos básicos, el futuro es incierto. Palestina reclama su tierra; el alto al fuego supone una derrota al ansia expansionista de los ultranacionalistas que no dejarán de insistir en ese propósito con un potencial aliado a quien los derechos humanos le tienen sin cuidado. Tiempos tristes nos toca presenciar.

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