Benjamín Netanyahu quiere completar los objetivos de la guerra en Gaza a como dé lugar, a costa de lo que sea, a pesar de todo. A punto de cumplirse dos años del asedio militar del enclave palestino, la destrucción y los asesinatos han dado paso a la inanición, a la muerte lenta de una población desesperada víctima de la crueldad del gobierno israelí.
La ofensiva contra la exhausta y desmoralizada población palestina sigue el manual de limpieza étnica como quedó demostrado cuando Trump anunció con entusiasmo el plan de “reubicar” a los gazatíes y levantar en ese territorio la “Riviera del Medio Oriente”.
La historia consignará si el ataque de Hamás en suelo israelí resultó una excusa ideal para que los halcones, con Netanyahu a la cabeza, cumplieran el viejo y anhelado sueño de expulsar de una vez por todas al pueblo de Palestina de los territorios ocupados y expandir allí los asentamientos judíos.
A la destrucción total de viviendas e infraestructuras en Gaza, se añade el hacinamiento de su población en campamentos delimitados por el ejército hebreo. El bloqueo a la ayuda humanitaria, que ningún país es capaz de revertir, nos deja las peores escenas de hambruna como no se veían desde la Segunda Guerra Mundial, y más concretamente desde el Holocausto.
Israel y Estados Unidos activaron en mayo un perverso plan para la entrega de insumos; cuando la población civil recogía los víveres era presa de mercenarios que les disparaban. Ninguna ayuda es suficiente y las consecuencias están a la vista: niñas y niños famélicos, madres desoladas y gritos desesperados por un trozo de pan.
Al menos 190 personas han muerto de hambre en las últimas semanas en Gaza, cuyas autoridades advierten que más de 100 mil niños, incluidos 40 mil bebés se enfrentan a la amenaza de muerte.
Para justificar el inmovilismo, se arrojan bultos de harina o alimentos enlatados desde el aire que son un paliativo al desastre humanitario prevaleciente. La agencia de Naciones Unidas para los palestinos afirma que esos lanzamientos son una distracción y una cortina de humo.
Nadie frena las ansias belicistas de Netanyahu ni se atreve a romper con su gobierno supremacista y los intereses económicos que representa. Al contrario, sigue fluyendo el apoyo militar, diplomático y económico de parte de varias potencias. Después de 60 mil palestinos asesinados, países como Francia, Reino Unido, Canadá y Portugal anuncian la posibilidad de reconocer al Estado Palestino.
Pero el infierno sigue: bombardeos contra las pocas edificaciones que se mantienen en pie, desplazamiento forzoso, bloqueo de ayuda humanitaria, falta de insumos médicos. En medio del apocalipsis, la población palestina resiste con la moral hecha pedazos ante la injusticia.
Para sostenerse en el poder, Netanyahu persiste en su ánimo de venganza y ataque al plantearse, en definitiva, la ocupación total de la Franja presionado por el sector más radical de su gobierno y ante la pasividad de las naciones árabes y de Occidente.
Ese es justamente el problema de fondo, que la comunidad internacional no ha tenido ni la fuerza suficiente, ni el coraje, ni las ganas para frenar el genocidio que está a la vista de todas y todos que nos cuestionamos hasta cuándo y quién frenará la brutalidad y el exterminio de población inocente.
No deberíamos mantener el silencio ni en lo individual ni en lo colectivo. El Holocausto palestino debe parar ¡Basta!