Huelga / Eduardo Torres Alonso

Las universidades no son espacios tranquilos. La discusión sobre los temas públicos tiene lugar en sus aulas, pasillos, laboratorios, cubículos y oficinas. Pensar que las instituciones educativas sólo son espacios de recepción pasiva del conocimiento de unas personas hacia otras es no recordar lo que uno hacía y platicaba en sus años estudiantiles.

Las juventudes se caracterizan por su inconformidad con la realidad. Más allá de la frase “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción […]”, de Salvador Allende, quienes viven los años de formación universitaria tienen frente a sí el horizonte en el que esperan que este sea mejor que el presente que les ha tocado vivir. Se trata de mejorar, crecer y desarrollarse en todos los aspectos. No de quedarse quietos, menos de retroceder. Por eso las juventudes son averiguadas, al tiempo que festivas y determinadas.

En ellas radica una parte significativa del potencial de cambio de las sociedades. Lo mostraron hace un cuarto de siglo con el movimiento estudiantil que, en el seno de la Universidad Nacional Autónoma de México, se formó para decirle a las autoridades de la Universidad de la Nación que modificar la institución sin la participación activa e informada de la comunidad no se podía hacer.

Se podrá estar de acuerdo o no con las acciones, estrategias y discursos del grupo que encabezó el movimiento, pero no se puede decir que los meses de 1999-2000 no fueron definitorios para la comprensión de la realidad de las juventudes universitarias, primero, de la UNAM, y después de otras universidades mexicanas.

Todo empezó por la propuesta del doctor Francisco Barnés, “Sociedad solidaria, universidad responsable” que planteaba una reforma al Reglamento General de Pagos. Se pasaría de un pago de 20 centavos a $2,040.00 por inscripción anual a nivel licenciatura. La confrontación entre las autoridades y la comunidad estudiantil escaló hasta que el 20 de abril de 1999 se confirmó la suspensión total de las actividades. Iniciaba la huelga del fin del siglo.

Dimes y diretes, jaloneos y choques entre alumnos, trabajadores y docentes. Hubo de todo: manos que intentaron –y, a ratos lograron–, partidizar el movimiento; coqueteos con movimientos extremistas; sugerencias para asfixiar a la UNAM. La derecha y la izquierda se coló en las discusiones, aunque los propios estudiantes los detectaban y expulsaban. La organización de las juventudes universitarias y la solidaridad de otras comunidades es algo que no hay que olvidar.

25 años después de la huelga de la UNAM hay que tener en la mente, a cada momento, que las universidades no son espacios alejados de la crítica, la reflexión y la denuncia. Es su naturaleza. Hay que convivir con ella de forma en ese universo de colores, formas, sentires y pensamientos.

1999-2000, como 1968, recuerda que la ausencia de diálogo y sensibilidad provoca que los problemas crezcan cuando su atención y resolución, con la participación de los actores, tienen trayectos más cortos y menos borrascosos.

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