Las múltiples historias que comenzaron a circular con ese hashtag no se quedaron solo en las denuncias a través de redes sociales: en un caso particular, la iniciativa inspiró a la famosa ilustradora Diane Noomin y la llevó a coordinar la antología Drawing Power: Women»s Stories of Sexual Violence, Harassment, and Survival
Diana Hernández Gómez / Cimac Noticias
Ciudad de México.- Cuando hablamos de testimonio, hablamos de algo que escapa al «yo«. El movimiento #MeToo («Yo también»), nacido en octubre de 2017, capturó la esencia de esa idea. Las múltiples historias que comenzaron a circular con ese hashtag no se quedaron solo en las denuncias a través de redes sociales: en un caso particular, la iniciativa inspiró a la famosa ilustradora Diane Noomin y la llevó a coordinar la antología Drawing Power: Women»s Stories of Sexual Violence, Harassment, and Survival (Abrams ComicArts, 2019).
Drawing Power es una obra que reúne historietas e ilustraciones de 63 mujeres de diferentes partes del mundo, desde Colombia y Chile hasta Barcelona e Israel. Cada una de ellas retrata con un estilo peculiar lo que significa ser una sobreviviente de abuso y otros tipos de violencia sexual como acoso e incluso violación.
Como explica la escritora Roxane Gay en la introducción de esta obra, #MeToo no solo destapó millones de casos de violencia. En parte, la potencia del movimiento reside en que abrió un espacio a las mujeres para hablar de aquello que todos –instituciones, familias, incluso círculos de amigos– prefieren relegar al silencio.
Callar no es algo pasivo: las garras del juicio social y la revictimización se ocultan detrás de su telón oscuro. Y es que es común que, al hablar de nuestras experiencias, las mujeres recibamos comentarios que minimizan o anulan nuestras emociones. También nos hacen preguntarnos si realmente fuimos violentadas o si no fue culpa nuestra terminar en esas situaciones.
#MeToo abrió un espacio para darnos cuenta de que no, no somos nosotras: la violencia contra las mujeres es algo que sucede en sets de grabaciones, escuelas, lugares de trabajo y hasta los propios hogares. Entonces, si es algo tan generalizado, doloroso e injusto, ¿por qué seguir ocultándolo?
Con esta iniciativa que se volvió un fenómeno a nivel mundial, el tabú que amordaza a las sobrevivientes de violencia cedió para dar espacio a los testimonios. Y con esto, la memoria colectiva abrió campo a nuestras voces y plumas.
Dibujar desde el poder que nace de la vulnerabilidad
La palabra por sí sola es una herramienta poderosa, capaz de dibujar impresiones en la mente de quien las recibe. Pero acompañada de la ilustración, es capaz de transmitir aún con más potencia aquello que intentamos proyectar desde las entrañas para extenderlo frente al mundo.
En Drawing Power, ilustradoras como Joyce Farmer utilizan un estilo completamente referencial para relatar experiencias tan dolorosas como una violación. Otras, como Marian Henley, prefieren recurrir a metáforas visuales que, sin embargo, reflejan las sensaciones opresivas que las víctimas viven detrás de estos delitos.
Sin importar su estilo, cada una de las ilustraciones en la antología logran dar cuerpo a las emociones y pensamientos por los cuales transita una mujer sobreviviente de violencia. Asi, en sus páginas encontramos historias cuyos rostros son particularmente desagradables; en otras, observamos ejercicios de abstracción donde la saturación de imágenes, formas y diálogos intentan transmitir lo abrumador y doloroso de la violencia en sus diferentes formas.
Las imágenes van más allá de hacer visible lo que se prefiere invisible. A través de ellas podemos generar un tipo de catarsis o empatía diferentes. El «me siento de la misma forma» no es solo un «entiendo lo que dices» sino también «ahora veo y comprendo cómo lo estás sintiendo».
Pensemos en cuántas de nosotras, por ejemplo, hemos construido murallas alrededor, dentro de las cuales únicamente habitamos nosotras y nuestro dolor. ¿Cuántas, también, nos hemos sentido rodeadas por fantasmas o monstruos después de pasar por casos de abuso? ¿Cuántas hemos experimentado la sensación de que nuestros cuerpos son distintos después de que alguien los violentara?
La identificación con las otras a través de la imagen nos permite hablar en otro idioma ahí donde las palabras parecen no ser suficientes.
Lo individual siempre es colectivo
La iniciativa de Diane Noomin es uno de los tantos ejercicios realizados por diferentes mujeres para narrar sus experiencias a través de las artes visuales. Otro ejemplo es la obra Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar (Bruguera, 2019), de la ilustradora española Tres Voltes Rebel (Ame Soler).
A través de una mezcla entre escritura y pintura con acuarela, la dibujante valenciana desenreda su experiencia en una relación violenta. También expone otros factores sociales que, en muchos casos, llevan a las mujeres a terminar en este tipo de vínculos. Uno de ellos: la inseguridad sobre nuestros cuerpos, la cual nos imponen desde muy pequeñas.
Así, Tres Voltes Rebel y las ilustradoras antologadas en Drawing Power ilustran que lo individual siempre es colectivo. Mi experiencia no es solo mía: es mía, sí, y de todas quienes hemos sido atravesadas por las estructuras patriarcales de nuestras sociedades.
La dificultad de transitar por los sistemas judiciales en caso de denunciar, el acoso o el menosprecio por parte de jefes y compañeros de oficina, el abuso sexual que surge entre nuestras propias familias… todo forma parte de un sistema que nos oprime. Y, pese a esta opresión, nosotras resistimos y dejamos testimonio para que ninguna tenga que volver a escribir #MeToo.