Una defensora de los derechos humanos que es laica y feminista, pero está dentro de la iglesia
Hazel Zamora Mendieta / Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Cimac Noticias
Jaqueline es una mujer alta, de cabellos color plata, ojos grandes y una voz potente que hasta cuando susurra se escucha fuerte. Aunque trabaja para la Iglesia, su personalidad discrepa mucho con el recato, los silencios y la parsimonia que caracteriza a las personas religiosas. Cuando entra a un restaurante, saluda en voz alta al personal y por cada cinco palabras que pronuncia, dos son groserías. Siempre tiene una carcajada tan rompehielos que convierte cualquier conversación tensa en una muy amena.
Su camino en la defensa de los Derechos Humanos (DH) inició a principios del año 2000 cuando se involucró en la oficina de comunicación social de la diócesis de Saltillo y en 2003 se convirtió en la primera mujer en dirigir un espacio así dentro de la iglesia, con la particularidad de ser laica y feminista. Esta es su historia
Es marzo de 2021. A Jaqueline la acompañan, en cada paso que da, sus cuatro escoltas federales, «los chicos malos» como les dice ella entre carcajadas. Ambos hombres fueron asignados como medida de protección por el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras y Periodistas luego de que recibiera dos ataques contra su integridad al inicio de este 2021. Esta medida es tan sólo una de las consecuencias que ha implicado para Jaqueline ser una voz transformadora dentro de la Iglesia católica en México.
¿Cómo llegó una mujer con estas características a la Iglesia católica?
Jaqueline nació en Monterrey, en 1972, en el municipio de San Pedro Garza García. Es la más pequeña de tres hijas y un hijo. Su papá y mamá, que murieron cuando ella era muy joven, eran empresarios conservadores y de derecha. Sin embargo, su familia no fue quien la acercó a la Iglesia, aunque sí fue cuna de una personalidad ética, empática, justiciera y honesta. Todos ellos, valores que han sostenido su lucha.
Aunque le hubiera gustado estudiar Antropología en la Ciudad de México, no pudo hacerlo porque su familia le impuso estudiar en el Tecnológico de Monterrey, en Nuevo León, donde para cumplir con el deseo familiar, eligió la carrera de Comunicación.
Fue en esa Universidad donde llegó la Iglesia a la vida de Jaqueline. Un verano sus compañeras de la escuela la invitaron a participar en las llamadas «misiones católicas» que eran organizadas por personas religiosas y consistían en llevar a grupos de estudiantes a comunidades lejanas indígenas. Sin saber bien de qué se trataba, Jaqueline aceptó ir a las misiones con sus amigas pero éstas al final no llegaron. Embarcada ya en la que parecía una nueva aventura para conocer México, la joven decidió de todos modos ir.
Se involucró tanto con las misiones que al siguiente año no sólo volvió sino que se convirtió en coordinadora dentro de ellas porque esa actividad la acercó a otros conocimientos que no tenía en la escuela: personas, contextos y circunstancias sociales que la formaron políticamente.
Desde la década de los 70 y hasta los 90, la Iglesia católica tuvo una participación clave como acompañante de los movimientos sociales: obreros, campesinos y de estudiantes en México como consecuencia del surgimiento de la teología de la liberación, una corriente de pensamiento que liga la fe con el pensamiento de izquierda.
Con las misiones, a Jaqueline le tocó vivir con las comunidades indígenas la dura década de los 90 en México, que se caracterizó por la persecución política contra líderes sociales, el no reconocimiento institucional de los DH, una crisis económica, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, el alzamiento zapatista, luchas campesinas contra el despojo de la tierra en todo el país, entre otros conflictos sociales.
En este contexto y con apenas 18 años de edad, visitó primero las comunidades de Nuevo León, luego Coahuila; más tarde, cuando el movimiento zapatista se había levantado en armas visitó Chiapas donde tuvo que aprender a hablar tzotzil; y después viajó a la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, con las comunidades rarámuri.
La comunicación como forma de transformación social
Si bien Jaqueline Campbell ya había identificado su ser militante, conocer al obispo Raúl Vera López, quien ha sido su mayor cómplice de lucha, le confirmó que aún sin ser católica, la Iglesia podía ser una vereda para caminar hacia la justicia social.
Ambos se conocieron en Chiapas en el año 1996. Vera recién dejaba su cargo de obispo coadjutor en San Cristóbal de las Casas para asumir su nombramiento como obispo de la capital de Coahuila. Jaqueline, atraída por el movimiento indígena que se gestaba entonces en Chiapas, se dedicaba a la comunicación con unas religiosas del Sagrado Corazón de esa entidad.
En su encuentro, que sucedió en algunas de las misiones que coordinó Jaqueline, el obispo vio en esa joven las características que le ayudarían en su nuevo reto: una fuerte convicción por los derechos de los pueblos indígenas, simpatía y generosidad. «El obispo rojo» (como se le empezó a llamar años después en la prensa por sus acciones y declaraciones a favor de las luchas sociales) pidió a Jaqueline que se integrara a su equipo de comunicación; ella, a sus 28 años de edad, aceptó.
«Jackie», como le dice el hoy obispo emérito a Campbell, de inmediato se distinguió por darle un enfoque de Derechos Humanos a la comunicación de la diócesis. Primero comenzó por capacitar a las y los periodistas que tenían a su cargo la fuente religiosa, les habló de los conceptos, servicios de la Iglesia y del plan pastoral de Raúl Vera, que es el trabajo de la parroquia hacía la comunidad.
Su idea era que existieran «los recursos para que la gente esté informada», relató el obispo en una entrevista. Así, pronto se comenzaron a construir los puentes de comunicación entre la gente y la Iglesia de Saltillo. Periodistas, personas campesinas, migrantes, trabajadores de minas, madres con hijos e hijas desaparecidos, de la comunidad LGBTTTIQ, se acercaban a Jaqueline para que hiciera llegar su mensaje al obispo con la esperanza que se sumara a sus exigencias de justicia. «Le hacían ver cuando había una cosa que se necesitaba la presencia mía, a través de Jackie yo sabía dónde ir».
Sin ostentar formalmente el cargo de titular de la oficina de comunicación en la diócesis, poco a poco fue asumiendo muchas más tareas de comunicación que las que le correspondían, al mismo tiempo que se hacía conocer más en Coahuila por detonar varias organizaciones y proyectos a favor de los DH. Por ejemplo, ella se encargaba, desde colocar carteles en los restaurantes sobre los derechos de las personas migrantes hasta organizar los retiros religiosos para la comunidad LGBTTTI o garantizar que algunos temas sociales quedaran plasmados por escrito dentro del plan pastoral.
Tras observar todo este esfuerzo, el obispo Vera López decidió nombrarla en 2003 vocera y encargada de la Pastoral de la Comunicación de la diócesis de Saltillo. Éste es el primer nombramiento de este tipo conferido a una mujer sin votos religiosos, joven y feminista
No obstante, esta decisión no fue bien recibida. En los medios de comunicación descalificaron a Jaqueline como «la obispa» e insinuaban que sostenía una relación sentimental con Vera. En la Iglesia, arremetieron contra el religioso «¿Cómo que una mujer?», le cuestionaron.
Desde que asumió el cargo, buscó cambiar algunas prácticas que no le parecían éticas pero que eran comunes, como pedir a la prensa que se hicieran notas a modo o negarles información por acciones de su vida privada. Su personalidad y el rumbo en el que llevaba la comunicación de la diócesis molestaba.
«Trabajar como mujer en la Iglesia católica tan machista, tan misógina, tan retrógrada, tan anular a la persona, pues se les complicaba la vida. No era nada más que yo trajera las llaves de casa del señor obispo Raúl Vera, sino que era ésta la que traía la llave. Yo hago ruido al caminar, tratando de susurrar hago ruido, grito, no puedo […] y no a mucha gente le gusta esto», sentenció Campbell.
La defensora cuestionó las formas en que se conducía la Iglesia ante las injusticias. Un ejemplo de ello es su participación en una reunión convocada en 2006 por el entonces gobernador de Puebla, Mario Marín, a la Comisión del Episcopado Mexicano de Comunicación Social.
Un año antes, Marín habría ordenado detener y torturar a la periodista Lydia Cacho por denunciar en su libro «Los demonios del Edén», una red de pedofilia y pornografía infantil en la que él participaba. Jaqueline acudió a la cena con una playera en la que manifestaba su apoyo a Lydia Cacho. «No me parecía a mí lógico que si éramos responsables de comunicación no estuviéramos de lado también de la prensa, de una periodista que estaba siendo atacada, violentada y enjuiciada». Esa noche, la Comisión la calificó como persona non grata.
La consejera «incómoda» de la Iglesia
Raúl Vera y Jaqueline Campbell comparten con pasión el trabajo que por 21 años realizaron desde la diócesis de Saltillo. El obispo eleva su voz y golpetea la mesa con su dedo cuando revive las luchas que ha enfrentado con su cómplice. Ambos han sido aliados y portavoces de las denuncias de los movimientos sociales en Coahuila.
En 2001 el obispo fundó el Centro Diocesano para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios, dedicado a la defensa de los derechos laborales, migración y desapariciones; también aportó con el padre Pedro Pantoja en la construcción de la Casa del Migrante Saltillo; asumió en su agenda los derechos de la comunidad lésbico-gay con la organización San Aelredo; y en 2006 promovieron el acompañamiento legal para las familias de los 65 mineros que quedaron sepultados tras una explosión en la mina Pasta de Conchos, del municipio de San Juan de Sabinas en Coahuila.
Esta defensa y acompañamiento a los Derechos Humanos en el norte del país, ha costado a Jaqueline en total, un desplazamiento, un allanamiento, amenazas, robo de información, persecución judicial, y el desprestigio y la difamación en medios de comunicación.
Sus detractores representan cuatro poderes distintos: el gobierno municipal y estatal, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y los grupos conservadores dentro de la Iglesia. No obstante, con su trabajo y el de su aliado, el obispo Raúl Vera López, la diócesis de Saltillo se convirtió en poco tiempo en la más radical que ha habido en México después de la de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, cuando el obispo Samuel Ruiz acompañó el alzamiento zapatista.
Pero uno de los casos que marcó la carrera de la defensora fue la violación y tortura de 13 mujeres por parte de 12 elementos del Ejército mexicano en la comunidad de Castaños, en julio de 2006, una semana después de que Felipe Calderon Hinojosa ganara las elecciones presidenciales. Cuando se enteraron de los hechos, Jaqueline hizo que el obispo se presentara en el lugar y ayudó a las víctimas a vincularse con distintas actoras y actores sociales para que pudieran emprender una defensa sobre sus casos.
«Yo lo hice todo tan mal que fue la primera vez que los militares (8 que fueron juzgados) tocaron una cárcel, que fueron juzgados por el fuero civil. Ya sabemos que la violación sexual no existe en el fuero militar. Y ahí estuvo mi terquedad», reflexionó sarcástica.
Gracias a su insistencia, el Ejército se vio presionado para presentar en Coahuila a los soldados culpables, a quienes en primera instancia no se les localizaba.
Los costos de la defensa de los Derechos Humanos desde la diócesis de Saltillo recayeron con mayor fuerza contra Jaqueline. Una denuncia penal en su contra por presuntamente pagar a las víctimas del caso Castaños para denunciar a los soldados y el acoso por parte del Ejército por haber hecho pública la violación, la obligaron a abandonar México y desplazarse a Argentina en 2008.
«Yo tuve que de pronto organizarme una maleta y, bueno, traje 11 de regreso, porque hice la vida en Argentina y aproveché para estudiar. Realmente es donde los golpes nos rehacen y nos recuperan. Una no muere sino que se siembra, florece, revive con cada mal trago, con cada mal sabor de boca», relató la defensora.
Pese a su condición de exilio siguió floreciendo en Argentina. Estudió una maestría de Derechos Humanos en la Universidad Nacional de la Plata y decidió abordar un tema nada común: conocer las condiciones de vida de las personas con la enfermedad de Hansen (lepra) que estaban internadas en el último leprosario de Argentina.
El regreso de Jaqueline a México
«No one is free when others are oppressed» («Nadie es libre cuando otras personas son oprimidas»), dice un tatuaje visible en el brazo izquierdo de Jaqueline y que define la etapa que siguió para la defensora de regreso de Argentina, en 2011.
Se involucró en la defensa de los Derechos Humanos de las personas privadas de la libertad en cárceles de Coahuila, las cuales en esa época —recordó— estaban tomadas por diferentes cárteles y grupos de la delincuencia organizada.
Su llave a los Centros de Readaptación Social del estado fue el proyecto «Ojo Derecho de Polonio» (en referencia a un personaje de José Revueltas), un taller de escritura y periodismo pensado para que las personas en situación de reclusión relataran en primera persona sus vidas, lo que después la llevó a visitar varias cárceles del país y le permitió conocer el sistema penitenciario al interior.
Al trabajar con personas privadas de la libertad entendió que además de la tortura en prisión, las que ya cumplieron su sentencia enfrentan obstáculos para acceder a un empleo o incluso tener documentos de identidad. «El Ojo Derecho de Polonio» que consiguió un sin fin de relatos y vivencias personales de las personas en prisión, se convirtió en un libro llamado: Tic Tac «El ojo derecho de Polonio», en cual se denuncia públicamente la tortura que se vive en las cárceles.
Durante los años siguientes se involucró en varias luchas sociales de distinta índole, por ejemplo la defensa del agua, el derecho a la tierra y territorio y la oposición a la construcción de las llamadas Zonas Económicas Especiales (regiones delimitadas con proyectos económicos) en territorio ejidal.
Por estas acciones, los medios de comunicación locales la difamaron y difundieron insultos sexistas en su contra. Incluso algunos columnistas y presentadores de noticias publicaron su domicilio completo para que las personas fueran a atacarla.
Asimismo, el Heraldo de Saltillo, que acostumbra publicar artículos de opinión donde se desprestigia a la defensora, una vez publicó los nombres y otros datos personales de las personas internas del Cereso varonil de Saltillo con quienes ella trabajaba.
Defender derechos es algo que no se puede arrebatar
Los ataques se intensificaron en los siguientes años. En diciembre de 2020, un presunto policía municipal se hizo pasar por un campesino y preguntó por Jaqueline en las oficinas del obispado.
Más tarde supo que detrás de la visita de este policía estaba el director de una televisora, de TV Azteca Noreste, a quien ella habría corrido de su mesa en un restaurante días antes porque se sentó sin su autorización e intentó descalificarla.
También en diciembre de 2019, un hombre entró dos veces de manera ilegal a las oficinas de la diócesis de Saltillo y robó información y documentos.
Luego de esto, Jaqueline se refugió en un espacio seguro que le consiguió la Red Nacional de Defensoras de DH en México. Como una forma de protegerse, ideó pintar la fachada de su casa con un mural morado, con el rostro de tres víctimas de feminicidio y la leyenda: «el patriarcado es un juez que nos juzga por nacer».
La casa de la defensora está en un terreno que renta. El espacio es muy grande, lo suficiente como para tener ahí mismo otra casa llamada «La Casa de la Constituyente», que es una sede de una iniciativa que nació en 2014 de crear una Constituyente Ciudadana-Popular para propiciar el encuentro comunitario y reflexionar colectivamente los pasos hacia una transformación social.
En esta sede se recibe a personas campesinas, ex presidiarias, personas de la comunidad LGBTTI y cualquier otro grupo que necesite un lugar para organizarse por la defensa de sus derechos, recibir talleres o tan sólo dormir y darse un baño.
A ese espacio comunitario, Jaqueline le llama «la casa roja» para diferenciarla de su hogar, al que llama «la casa azul» y que es un lugar más pequeño e íntimo, con su colección de máscaras, artesanías y pequeñas notas de agradecimiento pegadas en sus puertas. «Jackie: te regalamos un ungüento para que cures las llagas de los leprosos, unas llaves para que abras las puertas de quienes viven encarcelados de las prisiones», dice uno de los mensajes.
El color del mural con el que Jaqueline pintó su fachada fue el pretexto que tomó el presidente municipal de Saltillo, Manolo Jiménez Salinas, para presentar una denuncia contra ella por presuntamente, usar un color distinto al que corresponde al municipio y no pedir permisos publicitarios.
A pesar de la denuncia penal de la cual el municipio se desistió más tarde, Jaqueline concluyó el mural con el respaldo de muralistas de Saltillo y de las vecinas y vecinos de la zona. No obstante, luego de esta batalla, en ese mismo mes de febrero su domicilio fue allanado.
De acuerdo con lo que registraron las cámaras de seguridad, un hombre ingresó por la parte de atrás de la casa, entró y se llevó documentos, dos pequeños artículos de valor y dejó una cartera con dinero y tarjetas de crédito; el hombre que entró a su casa sería el mismo que meses antes allanó la diócesis de Saltillo.
Días más tarde, Jaqueline detectó, en tiempo real, que alguien ingresó a su sistema de almacenamiento digital en la que resguardaba información sobre sus proyectos y extrajo virtualmente las carpetas. Todas estas agresiones fueron denunciadas ante la Fiscalía General de Coahuila y ante la Fiscalía General de la República, donde siguen impunes.
Por estas agresiones el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas le asignó a dos escoltas que la acompañan a donde quiera que vaya.
«¿A quién pongo nervioso con el acompañamiento que hago?»
Pese a los riesgos latentes a los que se ha enfrentado toda su vida y que ahora nuevamente sortea, Jaqueline Campbell no sucumbe a su principal propósito de vida: «si veo alguien tirado, que lo torturaron, lo desaparecieron, que le están eliminando derechos o que lo corrieron injustamente, no me puedo hacer tonta, tengo que hacer algo. Y si sé gritar, grito; y si sé litigar, litigo; y si sé dar acompañamiento o abrazar, pues abrazo. No nos pueden arrebatar eso».
La defensora finalizó, junto con el obispado de Raúl Vera, sus días en la diócesis de Saltillo el pasado mes de enero. Con la llegada del nuevo grupo religioso, de corte más conservador, el obispo considera que existe un riesgo de que el trabajo de comunicación que logró la diócesis de Saltillo durante estos 21 años se pierda.
«Yo sé que Jackie está en esta situación por haber venido a trabajar conmigo, pero ¿por qué la tirria contra ella? La tirria contra ella es que ella es la que publicita, ella es la que publicita las cosas que la diócesis ha hecho y que ha tenido éxito», aseveró Raúl Vera.
Por su parte, la defensora también se pregunta: «¿A quién le tienen miedo con mi presencia?, ¿Qué hago yo que les cause tanto conflicto? ¿qué hago yo que les pone nerviosos? y a ¿quién pongo nervioso con el acompañamiento que hago?».
Esta nueva ofensiva que de acuerdo al análisis de la defensora viene por parte de varios poderes coludidos tanto conservadores como con intereses económicos, la llevó a considerar dejar su casa, sus amistades, las personas que acompaña y en general la vida que ha construido en Saltillo por más de 20 años.
«Se pagan costos sociales. Hay que salir de la casa, hay que pagar hoteles, hay que pagar aviones, y nadie los asume más que una. Las medidas de protección de un mecanismo, de un organismo federal, estatal, ¿quién las paga? Pues es el pueblo, también. Ningún funcionario las paga de su bolsillo. Nosotras lo pagamos (…) O sea, nos pretenden eliminar el derecho a hacer lo que nos gusta y lo que nos toca», declaró la defensora.
Por esta determinación infranqueable el obispo Vera considera que Jaqueline «es alguien que echa el cuerpo para delante, alguien que no tiene miedo, una persona generosa (… ) Jackie es hija de la mejor parte de su tiempo, la mejor parte de su tiempo, decía el Papa Pablo sexto «vivimos una época dramática pero también magnífica», estas son cosas magníficas, por eso digo, es hija de lo mejor de su tiempo».
Esta entrevista fue realizada en marzo de 2021. Actualmente, Jaqueline reescribe los proyectos que le fueron extraídos virtualmente para continuar con su trabajo en las cárceles, donde aún da talleres. Por la pandemia no ha salido del país y, ya fuera de la diócesis de Saltillo, continúa apoyando, junto con Raúl Vera, distintas causas sociales.