Las elecciones presidenciales en Estados Unidos comienzan desde un año antes con la realización de primarias. Casi todos los mandatarios en la Casa Blanca que buscan la reelección deben conciliar sus tareas de gobierno con actos de campaña. Desde Lyndon B. Johnson en 1968, nadie había desistido de renovar en el cargo. Ahora Joe Biden se ha hecho a un lado dejando el relevo a su Vicepresidenta que tendrá una interesante carrera de obstáculos en 97 días.
Las últimas semanas han sido de vértigo en la política norteamericana. El 17 de junio tuvo lugar el primer debate presidencial entre Biden y Trump con un desempeño preocupante del primero que aumentó los temores sobre su capacidad. El 13 de julio (un número asociado a la mala suerte) Trump fue víctima de un atentado con armas de libre portación que él mismo ha defendido, justo días antes de la Convención de su partido que lo aclamó a rabiar y lo elevó a la condición de santo. Tras el debate fueron aumentando las voces dentro del partido demócrata que pedían la retirada de Biden, expresadas por figuras como Barack Obama y Nancy Pelosi. El 21 de julio el Presidente desistió y se pronunció por Kamala Harris para ser nominada.
Nacida en Oakland, California, de madre hindú y padre jamaiquino, Kamala decidió estudiar leyes tras enterarse que una amiga del Colegio había sido abusada por un familiar. Su alma mater, la prestigiada universidad Howard de la comunidad afro en Washington la catapultó a una meteórica carrera, primero como fiscal de distrito en San Francisco y luego como Fiscal general en California. Después fue electa senadora en remplazo de una reconocida demócrata californiana, Barbara Boxter.
Desde joven, Kamala ha roto techos de cristal. Su carrera judicial fue reconocida por perseguir y condenar a violentadores sexuales, por enfrentar a grandes compañías y firmas bancarias y por ser la primera mujer en ocupar la vicepresidencia, en cuyo cargo manifestó su indignación ante el fallo de la Suprema Corte que en junio de 2022 anuló el derecho al aborto consagrado en la Constitución. Desde entonces promueve una intensa labor de sensibilización sobre el empoderamiento político de las mujeres y sobre el derecho a decidir.
Su nominación ha dado un tremendo impulso a la candidatura demócrata que obtendrá formalmente el 22 de agosto en Chicago. Entre mujeres jóvenes, electores independientes y personas que rechazan a Trump, ha logrado un entusiasta apoyo que se traduce hasta ahora, en una recaudación de 200 millones de dólares para su campaña.
Hace unos días me preguntaba por qué no es tan visible la fuerza y el lobby de las mujeres en Estados Unidos frente al de otros grupos; por qué, a pesar de los avances y de ser el país que visibilizó el #MeToo se permiten el lugar 63 en el Índice de empoderamiento político del Índice Global de Brecha de Género del WEF (frente al lugar 14 que a base de lucha hemos ganado las mexicanas) en un país sin cuotas de representación y donde daba la impresión de profundos retrocesos a nuestras causas. Un país de profundos contrastes políticos y de no buenos ejemplos de representación femenina.
En estos tres meses arreciarán los ataques contra su persona antes de que rompa el gran techo de cristal en Estados Unidos: ser la primera mujer negra en buscar la presidencia y con serias posibilidades de alcanzarla. Que así sea: ¡Por ella y por todas!