La directora del CIESAS sureste, ubicado en San Cristóbal de las Casas en Chiapas, está postulada a la medalla Rosario Castellanos que entrega el Congreso del Estado
Sandra de los Santos / Aquínoticias
A los 14 años su madre la subió al tren, que pasaba a dos cuadras de su casa, y la envío a la Ciudad de México. Su padre la quería casar, y tanto ella como su mamá deseaban otro futuro así que había que cambiar ese destino. Araceli Burguete Cal y Mayor tiene 68 años de edad es originaria del municipio de Arriaga en Chiapas y es investigadora de uno de los centros de investigación más reconocidos en la entidad y el país: el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores de Antropología Social (Ciesas). Hasta hace unos días dirigió ese lugar, pero el 30 de junio concluyó su periodo.
«El tren me cambió la vida, soy hija del tren» me dijo Araceli hace unos meses cuando escribí algo sobre Arriaga, y quedamos que me contaría la historia completa, y ahora lo hace desde su casa en San Cristóbal de las Casas. A propósito de su postulación a la medalla Rosario Castellanos que otorga el Congreso del Estado de Chiapas le pedí una entrevista vía zoom y aceptó.
Por medio de la pantalla alcanzo a ver varios estantes llenos de libros que se encuentran en su estudio. Desde ese espacio ha escrito cientos de artículos académicos, pero muchos más de divulgación y periodísticos. Está convencida que las investigaciones académicas bajo ninguna circunstancia deben de quedarse en los cajones o solo servir para el ego de quienes la realizan. Los estudios académicos deben de ser punto de partida para entender y transformar realidades, para tomar decisiones y generar políticas públicas.
«Nací en 1954, tengo 68 años de edad, el 20 de agosto es mi cumpleaños. Tuve una infancia muy bonita, mi mamá era maestra y se iba a trabajar en las comunidades, y yo, junto con mi hermano y mis primos, nos quedábamos al cuidado de mi abuelita Carmen, una mujer zoque-istmeña, que hacía totopos y pan, que yo salía a vender» cuenta.
La infancia de Araceli transcurrió en el municipio costeño de Arriaga, un sitio que en ese entonces era de los más prósperos de la entidad, principalmente, por la presencia del tren de carga, el cual servía para transportar un sinfín de cosas (no era utilizado por las y los migrantes para avanzar en territorio mexicano).
A pesar que el municipio estaba en sus mejores años económicos, todavía no había muchas escuelas. La maestra Victoria Cal y Mayor, madre de Araceli, fue una de las fundadoras de instituciones educativas de nivel básico en aquel municipio, escuelas que hasta hoy sobreviven. El padre de Araceli, cuenta ella misma, no tuvo una presencia importante en su vida hasta que llegó para obligarla a casarse a los 14 años: «Me quería intercambiar por un camión». Su madre no lo dudó, caminó con ella las cuatro cuadras que había de su casa a las vías del ferrocarril, y la subió para cambiarle el destino.
El impacto de 1968
A los 14 años llegó a la Ciudad de México en julio de 1968, en plena efervescencia del movimiento estudiantil. Su tía Beatriz, quien la recibió en su casa vivía en la calle Regina número 64, muy cerca del zócalo capitalino, a donde llegaban las manifestaciones de las y los estudiantes. Desde ahí escuchaba a «la Tita», una de las lideresas del movimiento.
Cuando llegó a la Ciudad de México tenía muy claro quiénes eran los buenos y los malos. Ella estaba con los buenos. Aunque su infancia la pasó en la provincia, el vivir en un municipio que era conexión con diferentes lugares le permitía tener acceso a periódicos y libros, que su madre devoraba, y ella escuchaba atenta las conversaciones que tenía con sus compañeros y compañeras del magisterio.
Las que formaron, en todos los sentidos a Araceli, fueron: su madre, sus tías y su abuela. A todas ellas las recuerda como mujeres fuertes. En Arriaga las conocen como «las tarzanas», y es que una de sus tías golpeó tan fuerte a un sujeto que la acosaba que de ahí les quedó el apodo.
La investigadora chiapaneca estudió la licenciatura en Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de México (Unam), muy influenciada por el movimiento estudiantil de 1968 y 1971. «Creo que en ese entonces estaban en Ciencias Políticas de la Unam las mentes más brillantes de Latinoamérica. Eran grandes conferencias y asambleas que había como clases, mucho Marxismo» recuerda.
Cuando terminó la licenciatura, su madre había muerto de cáncer. Empezó a trabajar en la misma universidad como asistente de investigación. Para su tesis de licenciatura regresó a Chiapas a hacer trabajo de campo en la Selva Lacandona, la cual estaba teniendo nuevos poblados: Corazal y Palestina.
La ex directora del Ciesas realizó la maestría en Ciencias del Desarrollo Rural Regional en la Universidad Autónoma de Chapingo y el doctorado en Ciencias Políticas y Sociales con especialidad en sociología por la Universidad Autónoma de México (Unam). Su tesis de maestría fue premiada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y su tesis doctoral también fue premiada por el Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) y el Ciesas. Por ambas investigaciones recibió menciones honorificas.
«Creo que la historia de mi formación académica está marcada por la maternidad, mi activismo y los conflictos sociales; pero nunca me he quedado sin escribir, sin leer, sin los talleres populares, mi cerebro nunca se secó».
Araceli Burguete no es de las estudiosas que vea por debajo del hombro a las y los demás, es generosa para enseñar y entiende bien que los centros de investigación y las universidades son grandes lugares de transferencia y generación de conocimiento, pero no son los únicos.
La cicatriz que le dejó el atentado que sufrió en 1985
En 1983 se casó con Margarito Ruiz Hernández, un indígena tojolabal integrante de la CIOAC. Eran los años más activos de esa organización, realizaban diferentes tipos de movilizaciones que iban desde la toma de tierras, los bloqueos carreteros y las marchas. Araceli simpatizaba y participaba con la causa. En 1985 balacearon su casa en donde vivía en Comitán y ella se tuvo que desplazar a San Cristóbal de Las Casas.
En 1987 sufrió un atentado cuando estaba embarazada de ocho meses. Dispararon contra ella cinco veces, pero solo una bala le dio. Aún tiene una cicatriz en la espalda producto de ese intento de asesinato.
«Los finqueros tenían sus guardias y querían dar un mensaje en contra de la organización. En plena calle del cerrillo el 02 de diciembre de 1987 dispararon contra mí cinco veces» recuerda la académica.
En ese entonces, Araceli, escribía en un periódico nacional y el periodista Miguel Ángel Granados Chapa realizó una campaña para que otras organizaciones y personas se solidarizaran y lograron sacarla de Chiapas y darle algunas medidas de protección.
De vuelta a la Ciudad de México se incorpora de nuevo a la vida académica, pero ahora en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
El movimiento zapatista la trajo de nuevo a casa
El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) la trajo de nuevo a San Cristóbal de las Casas. En 1995 participó, a invitación del ejército insurgente, como asesora de los Acuerdos de San Andrés.
Toda la vida académica de Araceli Burguete Cal y Mayor lo ha dedicado al estudio de los pueblos indígenas, uno de los temas que más ha investigado es lo que respecta al uso del sistema normativo indígena.
«Me interés siempre ha estado en los pueblos indígenas de los Altos de Chiapas, me he centrado en el sistema normativo indígena, los gobiernos, la composición pluriétnica y también desde el 2010 he trabajado con mujeres indígenas».
Araceli entiende bien los procesos que se han dado en la región Altos. Dice, con conocimiento de causa, que San Cristóbal de Las Casas es un lugar racista y hostil para los pueblos indígenas. Tiene toda una explicación sobre el incremento de la violencia en esa ciudad, pero es cautelosa para decirlo de manera pública, dice que su área de expertise no es esa, pero por más de una hora hablamos del tema y lo que me señala me hace sentido.
Mi lucha es feminista
Araceli es franca y señala que de todos los libros que alcanzo a ver en la pantalla ni uno es de teoría feminista. «Yo aprendí feminismo con mis estudiantes indígenas» me dice.
He leído un sinfín de artículos de Araceli Burguete (su producción es amplia) y veo la mirada feminista en ellos; sin embargo como la escritora y periodista Alma Guillermo Prieto, la investigadora se sigue preguntando a sí misma «¿Será que soy feminista?»
«Soy defensora de los derechos de las mujeres si eso es ser feminista, entonces, mi lucha es feminista». Le digo bromeando que espero escuchar eso desde la tribuna del Congreso del Estado cuando reciba la medalla Rosario Castellanos, Araceli suelta una gran carcajada y una frase muy costeña, que me recuerda que ella sigue siendo hija del tren de su pueblo.