Reunido en la Escuela Nacional Preparatoria, el Congreso Nacional de Profesores de Enseñanza Básica, en 1920, manifiesta su preocupación por el nivel de analfabetismo existente en el país. 7 de cada 10 mexicanos no sabía leer ni escribir.
La situación nacional era dramática por distintas vías: las armas aún se guardaban por completo, en algunas zonas del territorio nacional todavía en el ambiente se respiraba, había ocurrido un proceso de destrucción institucional y las promesas de la Revolución todavía no terminaban de cuajar.
José Vasconcelos, para ese año, desde la rectoría de la Universidad Nacional de México (sin ser autónoma), atento al momento y, acaso, como resultado de su experiencia vivencial en la política desde que se sumó al movimiento maderista, vio la oportunidad para hacer más que sólo administrar unas cuantas escuelas de educación superior. Sin un ministerio o secretaria de Instrucción Pública, desaparecida esta, junto con el de Justicia, en 1918, la Universidad Nacional y, principalmente, su rector se volvieron los ejes de la política educativa del país.
Se trataba de hacer que las cosas funcionaran y lo hicieran bien. En su discurso al asumir la rectoría, él hizo públicos sus objetivos: constituir una dependencia federal en materia educativa, promover una educación popular y dirigir sus acciones a la mayoría de la población. Calificó de “injusto”, “cruel” y “rematadamente bárbaro” al Estado que dejaba en el desamparo a la población analfabeta e ignorante o a la pobre. Así era el Estado existente en México.
Con Vasconcelos, la acción de la Universidad cambiaría: trabajaría por el pueblo. Sin embargo, la tarea que se proponía rebasaba los marcos jurídicos de la vida universitaria y no había instituciones en cuales apoyarse, entonces, apeló a la buena voluntad de los individuos.
Con enorme determinación, puso en marcha la Campaña contra el Analfabetismo. En la primera llamada a esta acción, por medio de una circular de principios de junio de 1920, dio a conocer los motivos y objetivos de la campaña; en la segunda circular, del 20 de junio, anunció una serie de medidas de carácter complementario para la alfabetización y relativas al aseo personal y la higiene; la tercera (13 de julio), estuvo dirigida a las mujeres, a quienes se les reconoció como el motor de la campaña; la cuarta (30 de julio), tuvo como objeto los libros recomendados por la Universidad para uso de los alfabetizadores, y la última, la quinta, del 11 de noviembre, se ocupó de los profesores honorarios enviándoles un mensaje de aliento. Como lo hicieran los apóstoles, por medio de misivas, daba a conocer sus ideas, orientaciones y consejos.
El apoyo a la campaña fue prácticamente unánime. Una vez que se creó la Secretaría de Educación Pública, el 3 de octubre de 1921, se creó el Departamento de Campaña contra el Analfabetismo que estuvo a cargo de Abraham Arellano (1921-1922) y Eulalia Guzmán (1923).
Como muchas de sus iniciativas, esta buscó redimir al pueblo. Vasconcelos era un hombre que pensaba en grande, tanto por la magnitud de sus iniciativas como por la extensión de las mismas. Era un humanista y un místico. Tenía en la educación popular uno de sus proyectos principales. La cruzada contra el analfabetismo poseía un ejército: los “misioneros laicos”. El cambio tenía que ser desde abajo.
El analfabetismo sigue, a pesar de todo, presente en el país y, en especial, en estados como Chiapas. Para erradicarlo, no basta con la puesta en marcha de políticas en la materia –necesarias–, sino que es necesario emular el deseo ardiente de Vasconcelos de transformar la realidad, aunque se tenga todo en contra.
La campaña de alfabetización que el gobierno chiapaneco ha impulsado debe convertir a las personas involucradas en sujetos de cambio. Dejarán de ser servidores públicos para volverse en la esperanza del iletrado. No sólo se tratará de ilustrar, sino de tocar el espíritu de quienes, con esfuerzo y entusiasmo, se volverán en mujeres y hombres más libres.