Hay un tipo de discriminación de la que poco o nada se habla y es la que padecen las personas que han sido adoptadas y muchas veces esto se extiende a toda la familia. «Nada como que sea de tu sangre», «no sabemos quiénes fueron sus padres y qué costumbres podrían tener», «jamás va ser su verdadero hijo» son algunos comentarios que sin sonrojarse sueltan las personas.
Los medios de comunicación no hemos contribuido a una narrativa positiva sobre las familias con personas que han adoptado. La mirada que se propaga es dicotómica desde que las y los niños adoptados terminan siendo asesinos seriales o unas grandes personas que descubren la cura del cáncer. Lo cierto es que el contexto en el que se desarrolle cualquier menor es determinante para la persona que será de adulta.
El término «es adoptado» o «es adoptada» se utiliza, inclusive, como insulto de manera común y nadie parece hacerle ruido. Las familias que adoptan prefieren tener en secreto que su hijo o hija no es biológico y hasta a las y los propios menores se lo ocultan para evitar actos de discriminación.
Es difícil para las familias que adoptan lograr, al interior, una relación horizontal y mucho más que al exterior también se entienda este discurso, es decir, que no se vea como que las personas adoptantes le están haciendo un favor a quienes adoptan ni tampoco a la inversa, y que debe de haber un eterno agradecimiento malsano por alguna de las partes por haberles cambiado su probable destino.
Los procesos de adopción, al menos en Chiapas, que es donde tengo experiencia no son exprés y lo digo como algo favorable. Las familias que adoptan tienen que tomar terapia, demostrar que tienen la vialidad de tener las condiciones para criar a un menor de edad y además hay visitas de seguimiento cuando ya está la integración de la familia.
La figura de convivencia familiar por fines de semana se utiliza en la entidad cuando ya se ha iniciado un proceso de adopción formal y se está en un proceso de integración paulatino con la familia.
Hasta ahora desconozco si el gobernador de Nuevo León, Samuel García y su esposa, Mariana Rodríguez hayan iniciado un proceso de adopción y por ello tengan permiso a esta convivencia familiar con un bebé de cinco meses, que después de tres días de permanecer con la pareja, y haber sido expuesto en redes sociales, regresó a la casa hogar «capullos».
La sobreexposición en las redes sociales en línea a la que sometieron al menor sería suficiente para que se les negara la adopción definitiva, mostraron que no son una familia viable. Jamás protegieron su identidad.
El Estado tiene la obligación de tutelar a las personas menores de edad, garantizar el respeto de sus derechos y vigilar su crianza en ambientes favorables. Un niño o niña no debe de ser cosificado, ser tratado como artículo de ornamentación o promocional. La adopción tampoco es una moda o algo que nos defina como buenas personas.
El acompañar a un menor de edad en su vida no es un juego de fin de semana, es una decisión que se debe de tomar con toda la responsabilidad.