El caso de la joven médica Mariana ha visibilizado la falta de perspectiva de género para la asignación de espacios de servicio social y plazas así como la carencia de protocolos de actuación
Sandra de los Santos / Aquínoticias
Mariana Sánchez Dávalos, médica de profesión que realizaba su servicio social en la comunidad Nueva Palestina municipio de Ocosingo en Chiapas, fue encontrada muerta en ese mismo lugar, después de que denunció un ataque sexual.
A pesar de la agresión la Secretaría de Salud del Estado no respondió a su solicitud de cambió de adscripción y cuando denunció le dijeron que se tomará «10 días de vacaciones» para «superar» el hecho, pero sin goce de sueldo según denunciaron sus familiares y compañeras.
Mariana había denunciado el ataque sexual que sufrió por parte de un médico de base de ese lugar así como el acoso constante de parte de pobladores de la comunidad.
A unos días de haberse encontrado su cuerpo sin vida se han realizado dos manifestaciones de parte sus familiares y estudiantes de medicina de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach). Diferentes colegios de personal de salud así como el Sindicato de Salud en el Estado se ha pronunciado en contra del caso.
La primera versión de la Fiscalía General del Estado es que se había tratado de un suicidio, pero ante las manifestaciones su última declaración fue que se investigaba el hecho como feminicidio.
#TodasSomosMariana
Estas mujeres cuando dicen «#TodasSomosMariana» no solo lo dicen en un sentido metafórico de sororidad con la médica, lo expresan porque también padecieron agresiones y acoso en comunidades de Chiapas cuando prestaron su servicio profesional ya sea como docentes o médicas.
Son tres mujeres, dos de ellas docentes y una médica, todas prefirieron guardar el anonimato. Los nombres que se mencionan son ficticios. Algunas de ellas continúan estando en la comunidad donde sufrieron la agresión ya sea por parte de compañeros o pobladores, otras, porque nunca les han contado esto a su familia.
Las mujeres entrevistadas coinciden que en las comunidades las mujeres están más expuestas porque no cuentan con una red de apoyo inmediato, algunas veces ni siquiera pueden salir de manera fácil de esos sitios y tienen que convivir de manera cotidiana con sus agresores.
«En las comunidades pasan cosas muy bonitas y una se lleva muy buenos recuerdos de ellas, pero también está una lejos de su familia, sin que nadie nos apoye, a veces tiene una tiene que compartir la casa con otros compañeros hombres de quienes también nos tenemos que andar cuidando» cuenta Rosa Isela, quien lleva siete años ejerciendo la docencia en diferentes municipios de Chiapas.
Relata que durante un año tuvo que padecer el acoso constante de dos de sus compañeros docentes con quien compartía la casa del maestro en una comunidad del municipio de la región Selva Benemérito de las Américas.
«Nosotras, mi compañera y yo, compartíamos la casa del maestro con otros compañeros profesores, pero dos de ellos todo el tiempo se nos estaban insunuando, eran muy irrespetuosos. Nosotras tratábamos de nunca quedarnos sola ella o yo, todo el tiempo andábamos con miedo porque también allá es peligroso, entonces, nos daba miedo salir a la comunidad, pero también quedarnos en la casa» cuenta.
En más de una ocasión quisieron quejarse en la supervisión escolar, pero uno de los acosadores era precisamente el responsable de la escuela. Ellas, en ese entonces, eran docentes interinas y estaban convencidas de que llevaban las de perder.
«Nosotras lo que ya queríamos era terminar el interinato, que nos pudiéramos ir de ahí. No podíamos movernos a vivir a otro lugar porque cuando eres interina no te pagan como los profesores con plaza, entonces, tenemos que ahorrar lo más posible y tener menos gastos».
Rosa Isela considera que tanto ella como su compañera «corrieron con suerte» porque entre ambas podían cuidarse, pero todo el tiempo que estuvieron en la comunidad vivían estresadas «se nos caía el pelo por montones» por el miedo de ser violadas.
El siguiente testimonio es una docente de preescolar que estuvo, precisamente, en la comunidad Nueva Palestina en el municipio de Ocosingo.
«En el año 2011, 7 docentes y directora fuimos acosadas sexualmente en nuestro JardiÌn de Niños (hay casa del maestro dentro de la institución en ese entonces) por personas de la comunidad a en Nueva Palestina, Ocosingo , Chiapas.
Las madres de familia se dieron cuenta que en cada esquina había joÌvenes en bicicletas cuidando el Jardín observando nuestros movimientos, a lo que las madres de familia se organizaron y fueron por nosotras y nos dividieron en sus casas para resguardarnos y protegernos , a lo que por esta situación nos informaron que años anteriores habían violado a la doctora de la clínica , escribo esto porque estoy llena de rabia e impotencia por el caso de Mariana , porque yo fui también acosada y enterarme que ya hubo una violación años atrás y que no hicieron nada al respecto y que esto continúe en esa comunidades no es justo. CoÌmo es posible que si han habido otras violaciones año atrás continúen arriesgando al personal médico».
Lidia es médica general. Ella presta sus servicios en una comunidad de la costa chiapaneca (el acoso, agresiones y hostigamiento no es privativo de alguna región, aunque el contexto en ciertas zonas las hacen más riesgosas).
Los primeros meses en los que llegó a esa comunidad vivía en la Clínica porque había condiciones para ello, pero era la única que se quedaba. Su compañero médico así como el resto del personal se iban a la cabecera municipal todos los días.
«En una ocasión llegaron unos chavos a gritarme «doctorcita, queremos condón, regálenos condones». Yo les pasé unas tiras de condones por debajo de la puerta. Jamás les abrí porque sí me dio miedo porque eran varios, pero a mí la petición no me molesto, inclusive, al principio me dio risa. Pero, al poco rato me llegaron a gritar otra vez y me dijeron que me iban a pasar algo debajo de la puerta, yo pensé que sería otra cosa, y que lo me pasaron fueron los condones usados» cuenta la médica.
Cuando se lo contó a sus compañeros, todos hombres, les pareció gracioso y le dijeron que así eran en esa región «muy bromista», pero ella ya no se sentía segura en el lugar. Pasaba las noches sin dormir porque en más de una ocasión llegaban a tirarle condones usados afuera de la clínica.
A Lidia la situación jamás le pareció graciosa, inclusive, los comentarios de sus compañeros respecto a la situación también se le hacían ofensivos. «Me decían que aguantara, que era parte de lo que pasaba en las comunidades, un médico me contó cómo a él lo emborracharon en la fiesta del pueblo como comparando lo que a él le sucedió con que me llegaran aventar condones usados en la noche a la clínica».
La falta de protocolos de actuación
Las docentes y la médica cuentan lo que vivieron en experiencia propia, pero cada una también sabe de otros casos de acoso y hostigamiento que han padecido sus compañeras.
«Entre más nueva más lejos te mandan, jamás se ponen a pensar (autoridades de salud y educación) lo que una pasa en las comunidades siendo mujer, lamentablemente, no es solo por parte de los pobladores, sino por parte de compañeros» dice Lidia.
Los espacios de adjudicación de servicio social y plazas docentes o de salud no son otorgados con perspectiva de género, tampoco existen protocolos de actuación para cuando se llegan a dar estas agresiones.
Las entrevistadas llegan a cuestionar hasta el trabajo de los sindicatos que consideran no han hecho lo suficiente para promover espacios libres de acoso sexual.
Paloma Camargo, amiga de Mariana, escribió en su cuenta de Facebook: «Lo cierto es que nunca nadie atendió su voz ( de Mariana) pidiendo ayuda, ni Secretaría de Salud, ni Jurisdicción, ni la Unach quisieron escucharla, no quiero que Mariana se vaya sin que su muerte genere un cambio (…) Mariana fue víctima de un sistema que trata de minimizar la depresión y el abuso».
Es hora que cada institución, cada sector, cada persona se cuestione qué está haciendo para evitar que se sigan dando estos casos.