La pandemia por el coronavirus tiene en suspenso a importantes proyectos para conservar a especies que se encuentran en alguna categoría de riesgo.
En algunas regiones preocupa que la crisis económica, que trae consigo la pandemia, incremente las amenazas que han llevado a varias especies al borde de la extinción.
Thelma Gómez Durán / Mongabay
Un millón de especies de animales y plantas que existen en el mundo están en peligro de desaparecer. Para derrumbar esa sentencia, científicos y conservacionistas están inmersos en una carrera contra el tiempo, una maratón que tiene como meta garantizar un futuro a especies amenazadas, pero que ahora tuvo que ponerse en pausa por la pandemia de COVID-19.
En América Latina, una de los lugares del planeta más biodiversos, pero también una región en donde se tiene una lista larga de flora y fauna en alguna categoría de riesgo, detener durante varias semanas las estrategias de conservación puede aumentar el riesgo para una especie.
Mongabay Latam habló con investigadores que trabajan en la conservación de especies endémicas de América Latina, que están amenazadas o en peligro de extinción. Para todos el COVID-19 se ha convertido en un nuevo obstáculo que sortear. Hay investigadores que también advierten que la crisis económica, que viene de la mano de la pandemia, puede traer aún más presión para los hábitats de muchas especies.
Salvar a los monos endémicos de Bolivia
En Bolivia es posible encontrar poco más de 20 especies de primates; pero solo dos son endémicas del país: el lucachi cenizo (Plecturocebus modestus) y el lucachi rojizo (Plecturocebus olallae), dos pequeños monos que se encuentran en la zona de pampas y bosques del río Yacuma, en el departamento de Beni, en Bolivia.
Estas dos especies se reportaron por primera vez en 1939, pero comenzaron a estudiarse a partir de 2002, explica el especialista en conservación de primates Jesús Martínez, investigador de Wildlife Conservation Society (WCS-Bolivia), quien junto con el doctor Robert Wallace, también de WCS-Bolivia, han realizado diversos estudios científicos sobre los lucachi.
En los últimos quince años, los investigadores han logrado identificar las zonas de distribución, las poblaciones, hábitos y amenazas de las dos especies.
El Plecturocebus modestus se distribuye en dos áreas cercanas al Río Yacuna, en la parte central de Bolivia; su población se estima en 20 mil individuos y está en peligro de extinción.
La situación del Plecturocebus olallae es aún más grave: se estima que no hay más de 2000 individuos; además, solo se encuentran en un área de 300 kilómetros cuadrados. Es por ello que se considera en Peligro Crítico y en 2019 ingresó a la lista de los 25 primates más amenazados a nivel mundial.
Estos pequeños monos viven en una región dominada por la sabana, donde los bosques ya están naturalmente fragmentados y son una especie de islas. «Entre el 50 y 60 por ciento del territorio de la zona es bosque; y ese es el único espacio que representa el hábitat adecuado para estos monos», explica Jesús Martínez.
Al encontrarse en un hábitat tan frágil, el incremento de las actividades humanas, así como la construcción de carreteras en la zona aumentan la situación de vulnerabilidad para los dos primates.
Para lograr que los monos endémicos de Bolivia tengan futuro, los investigadores han impulsado proyectos para que la gente de la región conozca a estos primates y se sienta orgullosa de tener a estas especies únicas en el mundo; además se ha trabajado con las autoridades para impulsar la conservación del territorio. Por ejemplo, en abril de 2019 se creó el Área Protegida Municipal Rhukanrhuka.
«Los monos —resalta Martínez— se han convertido en los embajadores de la conservación, no solo de ellos mismos, sino también de los bosques y de otras especies de la región».
La emergencia sanitaria provocada por COVID-19 ha detenido, por el momento, varios de los planes para seguir con la conservación de los dos primates, entre ellos la consolidación de la gestión de las áreas protegidas municipales, así como los programas de monitoreo de poblaciones y de educación ambiental.
Jesús Martínez, quien preside la Red Boliviana de Primatología, explica que por el confinamiento se tuvo que detener el trabajo que se realizaba con las comunidades para el cuidado del ecosistema.
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Uno de los principales riesgos, señala el investigador, es que cada año los pobladores realizan quemas para promover el rebrote de las pasturas en la parte de la sabana. «A veces esos incendios se descontrolan y afectan las zonas de bosque donde están los monos. Esto tiene consecuencias muy marcadas para las poblaciones. Estábamos trabajando en este tema, cuando comenzó el confinamiento».
El investigador boliviano resalta que el COVID-19 ha llevado a que los científicos busquen nuevas herramientas para lograr avanzar en los proyectos de conservación: «vamos a desarrollar nuevos métodos que nos permitan, a corto plazo, coordinar las actividades desde la distancia». Y es que en el caso del Plecturocebus olallae, como en todas aquellas especies que están en peligro crítico, su conservación es una apuesta continua para ganar tiempo.
La carranchina de Colombia
En Colombia se pueden encontrar 27 especies de tortugas; siete son continentales. Una de ellas, la carranchina (Mesoclemmys dahli), se encuentra entre las tortugas que más están en riesgo. Se considera Críticamente Amenazada: hay menos de 2000 individuos.
Germán Forero Medina, director científico de Wildlife Conservation Society (WCS-Colombia), explica que esta tortuga fue descrita 1958; durante varias décadas se pensó que solo se encontraba en el departamento de Sucre, al norte de Colombia. Esa percepción cambió cuando comenzó a estudiarse con mayor ímpetu.
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Hace 15 años comenzó a documentarse la presencia de pequeñas poblaciones de carranchina en otras localidades, donde aún sobreviven áreas del bosque seco tropical de Colombia, uno de los ecosistemas más amenazados (solo queda el 8% de su cobertura original) y el que menos protección tiene en el país sudamericano.
A esta tortuga semiacuática, cuyo caparazón alcanza a medir 30 centímetros de longitud, se le puede encontrar en jagüeyes y en pequeñas quebradas que, debido a las afectaciones al bosque seco, ya casi no tienen vegetación ribereña.
Las poblaciones de carranchina que aún quedan están conformadas por pocos individuos y se encuentran aisladas unas de otras. Eso, explica Forero, está provocando endogamia y, por lo tanto, ha disminuido la diversidad genética de la especie.
A diferencia de otras tortugas, la carranchina solo pone de dos a tres huevos por nido. Y, por si fuera poco, se tiene documentado que sus huevos tardan poco más de 200 días en eclosionar. «Es una especie con tasas reproductivas muy bajas, eso limita la posibilidades para recuperarla; es un factor adicional de vulnerabilidad», comenta el investigador colombiano, especialista en biología de la conservación.
Diversas organizaciones se han propuesto salvar de la extinción a la carranchina. Y para ello, a inicios del 2020, se creó una reserva privada de 120 hectáreas, en el municipio de San Benito Abad, en el departamento de Sucre, un lugar dedicado exclusivamente a la recuperación de esta especie.
Forero explica que el proyecto incluye la restauración del hábitat, así como realizar un programa de rescate genético de la especie. «La idea es que la reserva sea un lugar en donde la especie pueda ser protegida en forma permanente y que en este trabajo participen las comunidades locales. El plan es que se convierta en un centro educativo y en un lugar para impulsar prácticas productivas sostenibles».
Los investigadores aún no comenzaban el trabajo con las comunidades del municipio de San Benito Abad, cuando la pandemia del COVID-19 puso en pausa el proyecto de conservación de la carranchina que, para este año, tiene contemplado comenzar con la restauración del bosque seco y en otoño llevar a las primeras tortugas de otros lugares.
Para Forero, la epidemia del COVID-19 ha generado nuevos retos para la conservación de especies. Uno de ellos es que el trabajo debe ser orientado y apoyado a distancia, «pues los investigadores no pueden ingresar, por ahora, a las áreas. Esto implica apoyarse, cada vez más, en el equipo que está en terreno y en los socios locales».
El investigador confía en que las próximas semanas puedan retomar los trabajos en la reserva y así no detener por más tiempo las acciones para conservar a la carranchina.
Cóndor andino: apuesta de conservación regional
El cóndor (Vultur gryphus) es una especie emblemática de la región andina; países como Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador lo consideran su ave nacional.
Su tamaño hace que sea difícil que pase desapercibido. Incluso, por ser considerado el Señor de los Cielos andinos se podría pensar que es un animal abundante. Pero no es así. Se estiman que hay 10 mil cóndores en toda Sudamérica, un número que no garantiza su futuro. Y por eso está en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en la categoría de Casi Amenazada.
«Es una especie muy vulnerable a cualquier tipo de amenaza», remarca Robert Wallace, director del Programa de Conservación Gran Paisaje Madidi-Tambopata en WCS-Bolivia y uno de los especialistas que participan en la iniciativa regional para conservarlo.
Esta gran ave, que pueden vivir 70 años en cautiverio, se reproduce hasta que cumple cinco o seis años y solo tiene una cría cada dos años. Eso hace que lleve mucho tiempo recuperar a una población que pierde a algunos de sus miembros por envenenamiento, una de sus principales amenazas.
En varios países, el cóndor es víctima del veneno destinado a otras especies, como el zorro andino.
El doctor Wallace explica que se han registrado reportes de envenenamiento en Colombia y Argentina, pero «hay sospechas de que esto también ocurre en Bolivia y Perú».
La pérdida y fragmentación de hábitat en la región norte de su distribución es otro de los problemas a los que se enfrenta esta ave que es capaz de moverse, en un solo día, en un área de 200 kilómetros.
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Y aunque en naciones como Argentina se han realizado bastantes estudios sobre esta especie, aún falta tener datos de otros países, sobre todo respecto a sus poblaciones y sobre cuál es el área de acción que tiene en determinadas regiones.
Para tener esta información, antes de la pandemia de COVID-19, estaban en marcha estudios en países como Bolivia, donde hay un proyecto para colocar transmisores con GPS que permitan conocer cuál es el espacio en el que se mueven e identificar las amenazas que hay en esa área.
En Bolivia también se espera que, antes de que termine 2020, se pueda tener el Plan de Acción Nacional para la Conservación del Cóndor.
Y aunque los trabajos en campo están detenidos, la contingencia por el COVID-19 no ha impedido que se siga adelante con la publicación de un estudio en donde se han identificado 21 sitios prioritarios para la conservación del cóndor ubicados desde Venezuela hasta Argentina. La selección de esos lugares la realizó un grupo de alrededor de 40 expertos que desde 2015 trabaja en desarrollar un proyecto regional para la conservación de esta especie.
«La comunidad de expertos —explica Wallace— creemos que son los lugares en donde se tiene las posibilidades más grandes para conservar poblaciones importantes de cóndor».
Para hacer la selección de los sitios se evaluó la distribución histórica del ave, la estimación de la población actual en ese lugar, la existencia de sitios de anidación y dormitorios.
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El estudio forma parte de un proyecto regional que también busca recuperar el valor cultural del cóndor entre las comunidades.
Para el doctor Robert Wallace, «la biodiversidad y la conservación no van a ser una prioridad para las personas si no se conoce a las especies; si no pueden relacionar por qué es relevante para la gente».
El investigador resalta que, en estos tiempos de COVID-19, han mostrado que es aún más importante trabajar en la conservación de especies: «El riesgo de más pandemias es mucho más fuerte si no respetamos la naturaleza y continuamos fragmentando; si continúan, por ejemplo, los mercados de vida silvestre».
El felino del que menos se sabe
En México es posible encontrar las seis diferentes especies de felinos. El más emblemático y grande es el jaguar (Panthera onca). Pero también se encuentran el ocelote (Leopardus pardalis), el puma (Puma concolor), el lince (Lynx rufus), el tigrillo (Leopardus wiedii) y el yaguarundi (Herpailurus yaguaroundi).
De los seis, tres están considerados en peligro de extinción por la norma mexicana: el jaguar, el ocelote y el tigrillo. El yaguarundi se considera una especie amenazada; este último es uno de los felinos de los que menos información se tiene.
Hace cuarenta años, de acuerdo con los registros históricos, al yaguarundi se le podía encontrar desde el sur de Estados Unidos hasta Sudamérica. Ahora lo más al norte que se ha documentado su presencia es en los estados mexicanos de Tamaulipas y en Sonora.
El biólogo mexicano y maestro en ciencias Horacio Bárcenas se ha especializado en fototrampeo. Y con los animales que más ha realizado este trabajo es con los felinos. Esta labor le permite afirmar que, en el caso de México, es posible encontrar yaguarundis a lo largo de la vertiente del Pacífico y en los estados que tienen costa en el Golfo de México. Tamaulipas, Oaxaca, Sinaloa y Yucatán son las entidades de donde se tiene el mayor número de registros de la especie.
Información de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) señala que el estado de las poblaciones de yaguarundi en México es «desconocido».
Lo que sí se sabe es que una de las principales amenazas para el yaguarundi, así como para todas las especies de felinos, es que en sus hábitats hay «un acelerado cambio de uso de suelo para dar paso a la ganadería y la agricultura».
Los registros de cámaras trampas que se han realizado, explica Bárcenas, muestran que a diferencia de otros felinos, el yaguarundí es más diurno: «sus picos de actividades son cuando amanece o antes de anochecer».
El biólogo comenta que es necesario realizar más estudios sobre esta especie. El problema es que ahora la pandemia del coronavirus pone ante los científicos un nuevo reto para trabajar con los felinos, sobre todo después de que, en marzo pasado, se registró el primer caso de un tigre contagiado con COVID-19 en Nueva York.
«Toda la investigación con felinos en vida silvestre está detenida, para evitar que se pueda contagiar a estos animales», señala Bárcenas, quien es miembro de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar.
A la incertidumbre sobre cuándo podrán retomarse los trabajos con los felinos en vida silvestre se suma otra factor: el impacto de la crisis económica, que acompaña a la pandemia de Covid-19, en los ecosistemas y las especies.
El biólogo Bárcenas señala que estos impactos ya se han visto en el pasado. Y recuerda lo que sucedió en la Selva de los Chimalapas, en Oaxaca, hace aproximadamente cuatro años, cuando comunidades de la zona, que realizaban protestas sociales, cerraron carreteras y bloquearon las entradas a los pueblos, lo que generó un desabasto en la región.
«En la selva de los Chimalapas —explica Bárcenas— realizamos monitoreo sistemático desde hace algunos años. Y hemos visto que, cuando hay problemas sociales, la gente entra más al monte y hay un menor registro de vida silvestre».
Los delitos ambientales —advierte el investigador— como la tala ilegal, la cacería de especies en extinción y el tráfico ilegal de vida silvestre podrían aumentar.
Crisis económica y debilidad institucional
El pasado 12 de mayo, en el aeropuerto de la Ciudad de México se intervinieron 158 embalajes de madera. En su interior había 15 053 ejemplares de diferentes especies de tortugas, que se pretendían enviar en forma ilegal a China. Entre las tortugas que se intentaron sacar del país había ejemplares de las especies Claudius angustatus (en peligro de extinción), Staurotypus triporcatus (amenazada) y Kinosternon leucostomum (sujeta a protección especial).
El intento de sacar a estas tortugas del país es para María José Villanueva Noriega, directora de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF-México), una tendencia que con la pandemia del COVID-19 se ha hecho más evidente: «el resurgimiento de actividades ilegales», relacionadas con la vida silvestre.
En el caso de México, apunta, la pandemia del COVID-19 vino a profundizar aún más la falta de vigilancia en las áreas naturales o zonas de importancia ecológica, situación que antes de la llegada del virus ya comenzaba a reflejarse, como consecuencia de la disminución del presupuesto al sector ambiental.
«Ya veníamos viendo un debilitamiento importante, una ausencia de las autoridades ambientales en múltiples cosas, y ahorita con el COVID eso ha sido mayor», señala Villanueva, quien menciona como ejemplo el abandono que existe en la conservación
de la vaquita marina (Phocoena sinus), marsopa endémica del golfo de California y que encabeza la lista de especies en peligro de extinción en América Latina.
Villanueva hace una analogía para ilustrar lo que pasa cuando se pierde una especie: Si a una pared le quitas un tabique, es posible que siga en pie; pero si tu quitas esas piezas que están relacionadas, esa pared va a colapsar.
Ella, como muchos científicos y conservacionistas, se empeñan para que, con todo y COVID-19, esos tabiques se queden en su lugar.
* Imagen principal: el Plecturocebus modestus es uno de los dos monos endémicos de Bolivia. Se encuentra En Peligro de extinción. Foto: Jesús Martínez / WCS