La confesión que desnuda a México: el Mayo Zambada admite 50 años de corrupción política

La declaración de El Mayo Zambada en Brooklyn revela medio siglo de sobornos a funcionarios mexicanos y muestra cómo crimen y política caminaron juntos en la historia reciente

AquíNoticias Staff

Ismael “El Mayo” Zambada nunca pisó una cárcel mexicana. Nunca fue detenido en territorio nacional. Durante medio siglo, el líder del Cártel de Sinaloa se movió entre montañas, ranchos, avionetas y pactos invisibles. Su caída, como tantas veces en la historia reciente, ocurrió lejos de México: en Nueva York, frente a un juez, donde confesó lo que aquí era un secreto a voces: sobornos a policías, militares y políticos.Lo que admitió en la Corte de Distrito Este de Brooklyn fue brutal en su simpleza:“Durante 50 años he dirigido una gran red criminal. Desde el principio y hasta el momento de mi captura he pagado sobornos a policías, militares y políticos en México”.La frase desnuda la complicidad histórica entre crimen y poder. Porque el Mayo no sobrevivió cinco décadas por astucia sola, sino por la red de protección que le tejieron los políticos de su tiempo.

Los años del PRI hegemónicoEn los setenta y ochenta, cuando México vivía bajo el paraguas del PRI absoluto, el narcotráfico era un negocio regulado en la sombra. Gobernadores, alcaldes y jefes policíacos convivían con capos que apenas eran noticia. El Mayo creció en ese contexto: un campo fértil de complicidades donde “la plaza” se negociaba con sobornos.

Los noventa y la alternancia Con la llegada de los noventa, el narcotráfico dejó de ser un rumor de frontera y se convirtió en un problema nacional. El Mayo, discreto pero siempre presente, tejió alianzas con políticos locales en Sinaloa y más allá. Cuando el PRI empezó a perder territorios y el PAN llegó a Los Pinos en el 2000, el capo no perdió: diversificó sus contactos. La alternancia no rompió el vínculo; lo amplió.

Calderón y la guerra El sexenio de Felipe Calderón (2006–2012) fue quizá el parteaguas. El gobierno declaró la “guerra contra el narco”, pero el Cártel de Sinaloa resistió como pocos. Mientras otros líderes caían (La Tuta, los Arellano Félix, el propio Chapo), el Mayo siguió intacto. Las acusaciones de protección política nunca cesaron. En Washington y en México se hablaba de doble juego: la guerra que golpeaba a unos, protegía a otros.

Los pactos del silencioPolíticos de todos los colores cruzaron la ruta del Mayo. Alcaldes de pueblos serranos que miraban a otro lado, gobernadores que recibieron maletas, legisladores que nunca hicieron preguntas incómodas. En cada época, el capo tuvo con quién hablar, a quién pagar y de quién protegerse.

El ocaso Su confesión en Brooklyn cierra un círculo: el del capo discreto que nunca fue capturado en México, pero que terminó rindiéndose en Estados Unidos. Y al hacerlo, exhibió lo que todos sabían pero pocos reconocían: la política mexicana y el narcotráfico han caminado de la mano. El Mayo, con voz serena frente al juez Brian Cogan, no solo habló de sobornos: habló de un país. Un país donde el crimen organizado y la política convivieron durante décadas, sellando pactos que todavía hoy explican nuestra violencia.

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