Fue la frase que Ricardo y Enrique Flores Magón, junto con sus colaboradores del periódico El hijo del Ahuizote, colgaron con un moño negro en sus oficinas el 5 de febrero de 1903. Era una denuncia de aquellos que habían ultrajado a la Constitución liberal de 1857, que la habían usado para sus fines particularísimos olvidándose de su significado y que la habían invocado para cometer crímenes en contra de la nación. La condena era moral. En 2022 se puede decir, nuevamente, que «La Constitución ha muerto».
Ha muerto en la medida en que el pacto político que es origen y consecuencia de la Carta Magna de 1917 ha sido sustituido por la barbarie y la incivilización. No puede decirse que el espíritu de la Constitución recorre el país y estimula la acción de las personas servidoras públicas y orienta la conducta de la ciudadanía cuando en México hay diez feminicidios cada día, cuando se ha silenciado a cinco periodistas en lo que va del 2022; cuando se puede delinquir con la seguridad que es casi imposible que haya un castigo porque el porcentaje de impunidad llega casi a 95 por ciento; cuando la desigualdad campea en el territorio nacional; cuando hay aspirantes a gobernar que amenazan con vengarse una vez que sean electos y otros que utilizan el poder para sus fines y tienen el cinismo de exhibirlo; cuando en el día de su promulgación, en los extremos del país, Zacatecas y Chiapas, aparecen cadáveres y se dice que es por un conflicto entre criminales, como si eso disminuyera la gravedad del hecho o exculpara a la autoridad.
No puede decirse que la Constitución esté viva cuando la corrupción –ese acto racional entre sujetos que se sabe ilegal– se mantiene; cuando en medio de una crisis migratoria sin precedentes se utiliza la fuerza olvidándose de los derechos humanos; cuando se explota inmisericordemente al trabajador; cuando se aprovechan sin límites ni regulaciones los recursos finitos de la naturaleza; cuando el vecino sabe quién es el dealer de su calle, mas no denuncia por temor a que sea la autoridad quien le avise al distribuidor y haya un acto de venganza; cuando el 5 de febrero nada significa para la inmensa mayoría de la población porque lo escrito en ella no se verifica en el día a día, en las horas vitales y la realidad circundante del individuo. Como símbolo no convoca.
La Constitución es el proyecto político más importante del país. Ahí está marcado su futuro. Su olvido significa la pérdida del rumbo. Su sustitución por decálogos que se acercan más a una visión confesional de la vida pública, por manifiestos que apelan a las emociones o por proyectos de facción no hacen sino echarle más tierra.
Si ha muerto, entonces, es momento de un nuevo pacto que haga resurgir su sentido y de señalar a los villanos que la traicionaron. Antes, hay que hacer un examen de conciencia para ver la responsabilidad que se tiene en este acto fúnebre.