*Jorge Alejandro Velasco Hernández
Licenciado en Derecho
Maestro en Estudios Políticos y Sociales.
La historia guarda entre sus páginas, acontecimientos que han marcado el destino de millones de vidas; momentos clave que han moldeado las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas del mundo contemporáneo. Estructuras que, como las narrativas visuales de los cómics, nos plantean a distintos personajes como responsables -directa o indirectamente- de los giros de la trama colectiva y cuyo papel se define de acuerdo a las decisiones, acciones y consecuencias de su actuar, otorgando el rol de héroes o villanos de acuerdo al juicio social.
En este sentido, es necesario entender el papel que han desempeñado los jóvenes en estas transformaciones históricas, pues si bien es cierto, las condiciones biológicas -energía, ímpetu y disposición al riesgo- han colocado a la juventud en la primera línea de batalla, no siempre lo han hecho como figura central en cuanto a la toma de decisiones.
Esta dualidad entre presencia y ausencia ha colocado a la juventud en un tercer plano, no como héroes ni mucho menos como villanos, más bien como víctimas históricas, limitados a ser simples observadores de cambios que, aunque se lideran o representan, no siempre se controlan ni definen.
Las dos ‘grandes guerras’, las revoluciones en el mundo, los movimientos estudiantiles en Latinoamérica, son breves recordatorios del rol juvenil durante el siglo XX. Actualmente, bajo distintas condiciones, otros matices y nuevas figuras, se ha buscado priorizar en mayor medida a este sector, pero ¿qué tan real es esto?
El siglo XXI se presentó ante el mundo con cambios significativos, que serían -en su mayoría- detonantes transformadores de los años venideros, pues se contemplaron transiciones políticas, la globalización, los cambios económicos, sociales y culturales, la ponderación de la agenda ambiental y la revolución científica y tecnológica. Estos cambios, darían apertura a diferentes fenómenos, que revolucionarían la agenda progresista en distintas partes del mundo.
En México el relevo del partido en el poder, no implicó necesariamente una transformación estructural, y muy pronto se evidenciaría que muchas prácticas del viejo régimen persistían bajo nuevos colores. La juventud, soñadora e incansable, se toparía nuevamente con el muro de la exclusión política, aquel construido por un sistema clientelar y excluyente, donde las decisiones se seguían tomando por aquellos que formaban parte de la “elite”, los mismos que decían conocer las problemáticas desde los datos y el discurso, pero no lo entendían desde la experiencia vivida, pues la realidad de los distintos sectores -especialmente el de las juventudes- es cambiante y compleja.
Pese a los obstáculos, el progreso se convertiría en un aliado, pues la era digital sería transformadora, daría apertura a nuevas formas de comunicación, expresión y manifestación, siendo las redes sociales la herramienta que pondría verdaderamente a las juventudes en un escenario de mayor visibilidad, encabezando luchas desde diferentes frentes: el activismo digital, los movimientos feministas, las luchas ambientales y el impulso a nuevas formas de organización social que marcarían el pulso de la agenda contemporánea, como los movimientos sociales: #YoSoy132, 15M, la primavera árabe, movimientos medioambientalistas y demás.
Siempre he creído que la realidad es y seguirá siendo la madre de la sabiduría; en ese tenor, no podemos ser omisos ni unificar a las juventudes en un solo contexto, pues, así como existen mujeres y hombres dentro de este grupo etario que buscan incidir en la vida política y social desde los mecanismos tradicionales y los no convencionales, también es cierto que, una parte significativa de jóvenes desilusionados por la falta de resultados, cansados de discursos vacíos, por la poca o nula credibilidad en sus representantes e instituciones o simplemente por estar ocupados buscando mayores oportunidades de progreso, optan por la indiferencia total de cualquier forma de participación colectiva vinculada al sistema político formal.
Esto lejos de interpretarlo como un fenómeno secundario, es necesario asumirlo como una oportunidad estratégica para el fortalecimiento democrático. Puesto que la juventud representa el 30% de la población mexicana (INEGI 2020), y su participación activa es fundamental para renovar la vida pública.
De acuerdo a lo anterior, es necesario atender el tema desde una óptica diferente, en donde las responsabilidades sean compartidas entre Estado, sociedad y juventud. El primero, a través de un compromiso autentico de sus instituciones, que garanticen la participación real y efectiva de las juventudes, libre de simulaciones o acciones meramente simbólicas. Reduciendo la famosa brecha generacional, reconstruir la confianza en el gobierno y dignificar cada uno de los espacios de representación pública, con el propósito de fortalecer la democracia inclusiva, sostenible y legitima.
Si bien es cierto los gobiernos han implementado diversos mecanismos de participación ciudadana e impulsado distintas iniciativas legislativas orientadas a la inclusión juvenil, resulta indispensable que dichos espacios no sólo existan, sino que también se traduzcan en oportunidades reales de incidencia, representatividad y toma de decisiones.
Por otra parte, la sociedad debe jugar un papel más empático y corresponsable, que propicien las condiciones idóneas para el desarrollo personal, social y profesional de las juventudes. Comenzando con la erradicación de prejuicios generacionales – “los jóvenes son irresponsables” o “no tienen capacidad”- que, lejos de ser ofensivos, limitan oportunidades y construyen complejos en la juventud.
En esta reconfiguración de los elementos políticos y sociales antes mencionados, resulta necesario integrar el catalizador medular del presente: las juventudes. Quienes, a lo largo de este breve artículo de opinión, hemos contemplado mayormente en la “banca”, limitados a ser revulsivos en cualquier tipo de contienda o crisis, pero con el potencial indiscutible para construir sociedades más justas y gobiernos más representativos. Entonces, la pregunta obligada que no puede posponerse más: ¿cuándo dejaremos de ser espectadores y asumiremos, con determinación, el papel protagónico en la construcción de nuestro propio destino?
¡Sigamos exigiendo! pero también preparémonos para asumir la responsabilidad inherente a toda exigencia. Aprovechemos nuestra naturaleza: alcemos la voz, seamos irreverentes con los “vicios” de la política, construyamos con entusiasmo, dedicación, preparación y convicción. Pero, sobre todo, forjemos la disciplina, el criterio y el compromiso necesario para incidir de manera real en la transformación de nuestras comunidades.
Nos corresponde tomar las riendas del presente, convirtamos el discurso en acción, donde el relevo generacional, sea un verdadero r e l e v o, donde la juventud participe de manera crítica y objetiva, incidiendo desde la trinchera de preferencia -urnas, redes sociales, academia, arte, partidos políticos, movimientos sociales- con el único objetivo de consolidar la sociedad que tanto hemos soñado.
En la era de las transformaciones, las juventudes ya no pueden ser vistas como actores pasivos o meramente simbólicos, ya no hay cabida a esa opción, somos protagonistas con voz, con causa y visión, capaces de seguir marcando la historia del siglo XXI, la cual juzgará, como héroes o villanos -según el actuar- pero nunca más como víctimas. Porque ser joven no es esperar el futuro, es atreverse a construirlo.
Referencia bibliográfica:
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). (2020). Censo de Población y Vivienda 2020: Resultados definitivos. https://www.inegi.org.mx/programas/ccpv/2020/