La extraña muerte de Manuel

Cuatro días antes terminaron de estudiar la universidad. Todos estaban emocionados, contentos y con la mente puesta en la celebración por tan relevante acontecimiento. El último día de clases acordaron hacer un viaje conmemorativo para celebrar a su peculiar modo

Óscar Aquino López/Colaboración

[dropcap]C[/dropcap]uatro días antes terminaron de estudiar la universidad. Todos estaban emocionados, contentos y con la mente puesta en la celebración por tan relevante hecho. El último día de clases acordaron hacer un viaje en el que festejarían ese éxito a su modo.
Durante los casi cinco años de carrera universitaria fueron compañeros de grupo y a lo largo de ese tiempo vieron crecer una amistad perdurable por mucho tiempo. Carlos, Hugo, Laura y Manuel solían trabajar juntos cuando las tareas eran por equipos. También les gustaban las fiestas. En ese lapso asistieron a muchas reuniones en las que bebieron alcohol, fumaron toques de mota y dieron rienda suelta al ímpetu de jóvenes, con su estilo medio hippie, medio punk, que los hizo ser reconocidos entre todos los estudiantes del campus.
A pesar de su desenfreno, los cuatro terminaron con buenas calificaciones. Manuel decía que las tareas les salían bien gracias al efecto de la mota, pues los hacía echar a volar la imaginación y eso les ayudó a que sus trabajos tuvieran una carga de fantasía e inteligencia que gustaba a sus maestros.
En ese entonces, Carlos comenzaba a incursionar en la literatura, Manuel era su mejor amigo, Hugo siempre estaba junto a ellos y a Laura la cuidaban entre todos por ser la única mujer de ese pequeño clan.
Dos tardes posteriores al último día de clases, los cuatro se vieron en casa de una amiga en común llamada Gabriela, ahí terminaron de ponerse de acuerdo para el viaje que al día siguiente harían. Todos levantaron la mano cuando se sometió a votación el destino del viaje. Las opciones eran la playa o la montaña. Todos votaron por la primera.
Por la noche de ese miércoles, Laura llamó a su pareja, Leonardo, para comentarle el plan. Él se apuntó para ir e incluso ofreció llevar a toda la comitiva en la camioneta de 10 plazas que recién había comprado como fruto de un promisorio negocio que acababa de emprender. Laura se puso contenta porque al menos el asunto del transporte ya estaba resuelto. Entonces telefoneó a sus tres amigos, y les contó la oferta de Leonardo. Uno por uno fueron aceptando y todos quedaron de verse al día siguiente, en punto de las 12 del día, en casa de Gabriela.
Manuel recibió en su casa la llamada de Laura. Con él estaban Carlos y Hugo, los tres estaban bebiendo cervezas y leyendo poemas; Carlos recitó sus más recientes textos mientras que Hugo, un poco más tarde, prefirió irse a dormir pues se sentía cansado y un poco ebrio. Los tres pasaron la noche ahí mismo. A la mañana siguiente, Carlos y Hugo fueron a sus respectivas casas, donde guardaron un poco de ropa para el viaje y pasando las 12 del día llegaron a casa de Gabriela. Minutos después llegaron Leonardo y Laura, en la camioneta, listos para los tres días que -pensaban- duraría la aventura.
Después que todos pusieron sus maletas en el portaequipajes del vehículo, lo abordaron y Leonardo arrancó rumbo al pueblo donde harían la primera escala.
Bajo el sol intenso, el grupo de amigos viajó por poco más de dos horas rumbo al inicial destino de la travesía. En el camino, Leonardo hizo una parada breve que Hugo y Carlos aprovecharon para comprar cervezas en una tiendita a la orilla de carretera y forjar un cigarro de marihuana que ahí mismo comenzaron a fumar. Mientras avanzaban, fueron platicando de sus vivencias en la escuela y todos contaron con emoción los planes que tenían para su vida profesional.
Cerca de las tres de la tarde arribaron al primer pueblo, un lugar cálido a unos 100 kilómetros de distancia del mar. Por la hora en que llegaron, decidieron primero comer en un restaurante y después buscar una posada o un hotel para pasar el resto del día.
Encontraron un sitio donde vendían platillos tradicionales, ahí comieron y siguieron bebiendo hasta que todos, menos Leonardo, se embriagaron. Por la noche, ya instalados en una pequeña posada y aún bajo el influjo de las muchas cervezas que bebieron en el restaurante, fumaron mota y consumieron pastillas de éxtasis que Hugo llevó especialmente para la ocasión. Laura intentó convencer a Leonardo de sumarse a la fiesta, pero él se negó, dijo que no bebería, únicamente fumaría algo de marihuana y se quedaría en el cuarto viendo televisión mientras todos los demás seguían la bacanal.
Leonardo se quedó dormido a eso de las 11 de la noche, Laura se acostó junto a él en la cama pasando las 12 y los demás amigos terminaron rendidos hasta después de las tres de la mañana.
Temprano, el primero en despertar fue Leonardo. Se levantó de la cama, forjó un cigarro de marihuana y entró al baño a vaciar su organismo. Tardó casi 40 minutos en salir. Por la rendija entre el suelo y la puerta, el humo y el olor a hierba se colaron en la habitación y despertaron a Laura, quien dormía plácidamente en la cama. Ya estaba acostumbrada a que Leonardo, con quien llevaba más de dos años de noviazgo, se levantara a fumar.
En el cuarto de al lado, Manuel y Gabriela durmieron en una cama. Carlos y Hugo hicieron lo propio. Todos ellos volvieron a la vida cuando pasaban de las 10 de la mañana. A pesar de sentir los estragos de la fiesta, se levantaron con el ánimo bien puesto, con la idea de continuar el viaje porque ese día irían hasta una playa escondida donde confluye mar vivo con mar muerto.
Llegaron primero a una playa más grande, ahí estacionaron la camioneta, bajaron sus pertenencias, entre ellas las casas de campaña donde pernoctarían esa misma noche. Cuando estuvieron listos, llegaron al puesto de donde salían las lanchas que transportaban a los turistas hacia aquella playa casi secreta. El viaje fue de aproximadamente media hora.
La playa a donde llegaron era pequeña y solitaria. En ella únicamente había una palapa atendida por una señora, quien de día y de tarde vendía alimentos que ella misma preparaba, así como refrescos, cervezas y agua; además rentaba un baño mínimo y sucio, pero capaz de salvar de apuros a cualquiera.
Los seis amigos instalaron las tres tiendas de campaña a unos 200 metros de la palapa. Querían la mayor privacidad posible para poder seguir fumando mota sin que les cuestionaran. Leonardo no le dijo a nadie, pero llevaba escondida en su maleta una pequeña bolsa con cocaína que no quiso usar la noche anterior porque prefería consumirla él solo, bajo el cobijo de la playa. Con la puesta del sol frente a ellos, el mismo Leonardo pensó en conseguir cervezas para aderezar la coca. Ese día, ninguno de sus amigos quiso saber nada de beber alcohol.
En esas, Leonardo se acercó a la palapa, preguntó a la señora si tenía cervezas en venta, la señora dijo que no tenía, pero podía mandar a su hijo en lancha a comprarlas en la playa más grande. Leonardo no quiso esperar. Decidió que no bebería y tuvo que guardar la bolsita, aún nueva, entre sus cosas.
La noche llegó mientras Carlos cantaba canciones y tocaba la guitarra. Manuel, Gabriela, Hugo y Laura lo acompañaron. Todos se sintieron cansados cerca de las 10 de la noche y por unanimidad decidieron entrar a dormir por parejas en las tiendas de campaña. Carlos y Hugo entraron en una, Leonardo y Laura en otra y en la última se colocaron Manuel y Gabriela.
Las dos primeras casas estaban en la parte alta de un vado que se formó en la arena durante el día. Manuel y Gabriela durmieron en la tienda que quedó en la parte baja y más escampada del vado. Era un sitio casi vacío, alrededor únicamente habían algunos troncos y unos pequeños matorrales a los que nadie prestó importancia.
Una hora después, pasando las once de la noche, Leonardo, agobiado por el calor, salió de la tienda y se sentó en uno de los troncos a fumar un cigarrillo. Al terminar volvió a acostarse.
Mientras dormía, soñó que una voz sin dueño le decía «alguien va a morir». En ese momento abrió los ojos, se dio cuenta de que era sólo un mal sueño y volvió a tratar de dormir, aunque con una extraña sensación de peligro. Pasó un rato. Todos siguieron durmiendo.
A las ocho de la mañana, Leonardo despertó por lo que parecía ser una conmoción general entre sus amigos. Laura, su novia, con rostro de aflicción, le pidió que se asomara a la tienda de Manuel. Gabriela, que momentos antes había salido despavorida de la tienda, estaba sentada en un tronco; su gesto reflejaba un profundo miedo. Carlos iba y venía, con la cabeza gacha, surcando un pequeño tramo de arena y notoriamente contrariado. Hugo no sabía qué hacer, sólo pudo decirle a Leonardo que viera al interior de la tienda de campaña. Leonardo entró y vio a Manuel tirado boca abajo, con la misma ropa de la noche anterior. Cuando lo vio de cerca, descubrió que tenía la lengua hinchada, morada y por fuera de la boca. Su rostro era el rostro de quien no tiene vida. Leonardo quiso despertarlo tomándolo por un pie, pero al tocarlo sintió que el cuerpo ya estaba en Rigor mortis; esa sensación no la olvidaría nunca. Al notarlo, salió de la tienda y dijo lo que todos sospechaban, pero nadie quería escuchar: «Está muerto».
Gabriela, aún sentada en un tronco, soltó su llanto desesperada, horrorizada de pensar que por unas horas estuvo durmiendo junto al cadáver de uno de sus mejores amigos. Carlos lanzó una exhalación de angustia. Hugo se cubrió los ojos con las manos y Laura se quedó en silencio.
Leonardo fue el único que puso cabeza fría a la situación y con fingida calma instruyó a las dos mujeres para que fueran a denunciar el hecho en la presidencia municipal. Carlos y Hugo llamaron a los militares.
Cuando las autoridades llegaron, Leonardo ya había escondido entre la arena la bolsita de cocaína que no pudo consumir; los militares preguntaron a la señora de la palapa si los jóvenes estaban o habían estado borrachos, ella respondió que no porque no había tenido venta de cervezas la noche anterior.
También llegaron policías que entraron a ver el cuerpo; lo encontraron exactamente igual a como lo había hallado Leonardo. Los uniformados preguntaron qué había pasado. Leonardo expuso la posibilidad de que Manuel, durante la madrugada, hubiera sido picado por algún bicho y que éste hubiera desatado una reacción alérgica que, a su vez, terminó por obstruir su tráquea hasta asfixiarlo silenciosamente mientras todos dormían.
Los tres oficiales vestidos de azul parecieron creerle, pero dieron la impresión de que necesitaban encontrar un culpable, aunque no lo hubiera.
Al lugar tuvieron que llegar los médicos del Servicio Forense que fueron mandados a traer desde el pueblo donde un día antes el grupo de amigos había comenzado el festejo por su graduación.
Uno de los médicos propuso la idea de que Manuel hubiera fallecido producto de una bronco aspiración, pero Leonardo la desechó pues para ello es necesario estar boca arriba, además, en el sitio no había rastro de algo que hubiera podido causar el deceso. El médico aceptó la respuesta con cierta sorpresa pues estaba llena de razón y parecía la opinión de un experto, aunque en realidad era una cuestión de lógica elemental. Los especialistas levantaron el cuerpo y se lo llevaron para hacer los estudios protocolarios del caso.
Todos volvieron a la capital con la trágica noticia, que para ese momento ya había corrido como pólvora entre toda la gente cercana a Manuel y a sus amigos. Esa misma tarde, el cuerpo fue trasladado a la ciudad.
Todos acudieron profundamente consternados al funeral. La familia de Manuel no les recriminó nada, pero ninguno de los que habían estado en el trágico momento, pudo evitar el sentimiento de culpa. La despedida definitiva de Manuel dejó a todos sus amigos una marca que no podrían borrar ni con el tiempo.
Un mes después, Leonardo y Laura terminaron su noviazgo, Carlos se fue a vivir a otra ciudad, lo mismo que Hugo. Gabriela no volvió a verlos en mucho tiempo. Ninguno de ellos volvió a hablar del tema. Hasta la fecha, nadie ha sabido la causa real de aquella extraña muerte.

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