San Caralampio une tradición, fe y comercio en una celebración que moviliza a Comitán y reafirma su identidad ante Chiapas y Centroamérica
AquíNoticias Staff
Comitán de Domínguez se viste de gala para honrar a San Caralampio, en una de las celebraciones religiosas más arraigadas de Chiapas. Desde 1850, cuando un soldado cubano introdujo su culto durante epidemias de viruela y cólera, los comitecos rinden tributo al mártir griego cuyo nombre significa «brillar de alegría».
La festividad inicia cada 10 de febrero con la emblemática Entrada de Flores. Cientos de devotos, cargando ramos de laurel y flores silvestres, parten del barrio El Chumís hacia el templo construido en 1852. «Es nuestra forma de agradecer los milagros concedidos», comenta doña Rosa, peregrina por 40 años.
Del 12 al 20 de febrero, el novenario marca el ritmo espiritual. El día culminante llega el 20, cuando estallan cohetes, repican campanas y danzantes disfrazados de Parachicos inundan el atrio. «San Caralampio nos unió cuando las pestes nos dividían», explica el cronista municipal.
La celebración mezcla elementos prehispánicos y coloniales: ofrendas de animales vivos conviven con misas solemnes, mientras tamborileros acompañan procesiones que atraen a fieles de Guatemala y El Salvador. En 1862, el gobierno estatal institucionalizó la feria, reconociendo su importancia cultural.
Hoy, el culto traspasa fronteras. En Tapachula se replica la devoción, demostrando el poder unificador de esta tradición. «Vengo desde Honduras cada año», confiesa Miguel, mientras deposita veladoras en el templo adornado con arcos florales.
Más que ritual religioso, esta fiesta es tejido social. Generaciones enteras crecieron escuchando la leyenda del santo que detuvo epidemias. Para los comerciantes, significa reactivación económica; para los niños, herencia cultural viva. Comitán respira fe, historia y comunidad durante estos doce días que definen su identidad.
