La importancia de las instituciones / Eduardo Torres Alonso

En su conferencia de prensa anual, celebrada el pasado 10 de febrero, el ingeniero Carlos Slim Helú hizo notar su molestia hacia Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, todos ellos ganadores del premio Nobel de Economía en 2024.

No es gratuito que el magnate mexicano haya hecho evidente su inconformidad. Su enfado radica en que en el libro Por qué fracasan los países, escrito por dos de ellos, Acemoglu y Robinson, es señalado de formar parte del “capitalismo de cuates” porque utilizó sus relaciones con el gobierno para hacerse millonario comprando empresas públicas no redituables, pero que formaban parte de un mercado muy atractivo. Fue con la adquisición de Teléfonos de México, durante el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari, que Slim se convirtió en un actor central, cuando no el único, en el mercado de la telefonía fija y luego se abriría paso a otros terrenos como la telefonía móvil, la provisión de Internet y los servicios de streaming. Todo un paquete de telecomunicaciones. “Todo México es territorio…”

Si las instituciones mexicanas fueran sólidas, sería imposible que las condiciones de predominancia de Slim ocurrieran; sin embargo, la laxitud de la ley o la complacencia de las autoridades ha propiciado que su presencia sea más que significativa en los mercados en donde participa.

El premio Nobel otorgado a estos tres economistas, uno turco (Acemoglu), y dos ingleses (Johnson y Robinson), tiene como fundamento sus trabajos para explicar las diferencias que hace que unos países sean prósperos y otros tengan que lidiar con problemas que les impiden mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.

Su tesis parte del papel que tienen las instituciones que hay en cada país. Si estas son inclusivas o extractivas. Lejos están los determinismos culturales, la existencia y gestión de recursos naturales o las condiciones geográficas para explicar el desarrollo y prosperidad de los Estados. Son, precisamente, las instituciones inclusivas, aquellas que incentivan la participación de la ciudadanía en el ejercicio del poder público (sin que ello signifique que todo lo que se somete a votación popular es, por definición, democrático) las que hacen que el estado de cosas cambie para bien, mientras que las otras instituciones, las de tipo extractivo, apoyan la concentración del poder en escasos sujetos. Las del primer tipo garantizan derechos; las otras, los conculcan.

Crear y mantener instituciones inclusivas sólidas requiere un trabajo esforzado, de largo aliento y paciente, que parta del reconocimiento de todos hacia todos; es decir, en donde los actores involucrados se vean como iguales. Es una tarea desde abajo, nada de imposiciones desde arriba.

Las instituciones son necesarias, imprescindibles, para evitar abusos y desterrar la desigualdad –problema estructural inherente al capitalismo, en palabras de Thomas Piketty–. La Revolución mexicana se hizo para pasar del gobierno de los hombres al de las instituciones.

La cuestión está en qué tipo de instituciones se quieren. De eso se trata la discusión.

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