La poesía, la música, la pintura, el teatro, en fin, las artes han visto con atención una de las manifestaciones conductuales de las personas: la soledad. Se le ha romantizado y también se le ha satanizado. La especie humana es una especie que necesita de otras para su existencia, lejos está de ser autárquica, y el ser humano es, se ha dicho, un animal político, pero también necesita “su” espacio. ¿Por qué llamar la atención sobre la soledad?
Hay una conclusión médica: estar aislado, sin compañía, afecta la salud y aumenta el riesgo de mortalidad. Todo ocurre en el cerebro, pero va más allá. Estamos hechos para convivir y socializar; cuando eso no sucede, la “programación” va en contrasentido y hay una respuesta que es perjudicial para el organismo. Se incrementa el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, ictus, demencia y, por supuesto, depresión, como se documenta en el estudio “Loneliness and Social Isolation as Risk Factors for Mortality: a Meta-Analytic Review”, de Julianne Holt-Lunstad y otros, publicado en la revista Perspectives on Psychological Science, en 2015. Aunque sus hallazgos tienen ocho años, siguen siendo vigentes y después de la pandemia de COVID-19 han venido a ser importantes elementos de comprensión con relación al incremento de las enfermedades y padecimientos anteriores.
Pero no sólo es un asunto de salud individual. La soledad se ha vuelto un tema de salud pública que preocupa a los gobiernos y que debe ser motivo de interés de la sociedad. Es, como el virus SARS-CoV-2, una epidemia en tanto que se extiende por todos lados, afecta sin distinción de sexo, género, clase social, y sus efectos son devastadores, aunque lentos, similares a fumar una cajetilla de cigarros cada día. Es contagiosa y debilitante, dice Fay Bound Alberti, autora de Una biografía de la soledad.
Entre el 30 y el 50 por ciento de encuestados de origen estadunidense y británico para una investigación sobre la materia se sienten solos. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud considera que alrededor del 20 al 34 por ciento de personas mayores tienen la sensación de que están solas. Y la cifra cada día aumenta, a la par que otros padecimientos mentales.
“Los niños se sienten solos, los adolescentes se sienten solos; así como las madres jóvenes, los divorciados, los ancianos y las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido, por citar solo algunos de los grupos sociales que periódicamente son señalados con particular preocupación por la prensa británica. Se puede decir que estamos en pleno estallido de pánico moral”, escribe la profesora de historia en la Universidad de York.
El tiempo con uno mismo, en un espacio personal, íntimo, exclusivo, es necesario, como lo es, también, la relación armónica, respetuosa y, si se puede, afectiva con los demás.
La fuerza del más reciente encierro pandémico demostró la violencia de la soledad. Buscamos seguridad en los demás y no lo encontramos durante esos años. Algo ocurrió con nosotros. La hiperconexión digital fue un alivio, pero no suficiente.
La soledad en el siglo XXI requiere de atención de sus causas y sus consecuencias. Gobiernos y sociedad debemos fijar nuestra atención y esfuerzos para tener personas sanas. Estamos hablando de nuestros padres, madres, hijos e hijas, amistades, de nosotros mismos.