Laca, el colorido y tradicional arte chiapacorceño

Doña María Martha Vargas Molina tiene una posición invaluable dentro de su comunidad, Chiapa de Corzo, pues ha sido quien ha rescatado y perpetuado esta actividad artesanal

Julieth Rodríguez / Portavoz

[dropcap]C[/dropcap]uando se presentó con sólo nueve años de edad ante doña Adelfa Ruiz, viuda de Aguilar, estaba incrédula de que la pequeña María Martha Vargas Molina deseara trabajar como laqueadora. «No, lo que tú quieres es aprender», le dijo. «No», reviró la niña, «quiero trabajar».
A más de 50 años de esa anécdota, doña Martha Vargas tiene una posición invaluable dentro de su comunidad —Chiapa de Corzo— pues ha sido quien ha rescatado y perpetuado la tradicional elaboración de la laca, actividad artesanal mediante la que se decoran piezas ornamentales como jicalpextles y pumpos, con motivos florales; la técnica ha sido aplicada también a bateas, cruces, cofres y muebles de gran tamaño.
Con 79 años —más de 50 ha dedicado a esta actividad—, no hay atisbo de titubeo en sus pasos mientras camina erguida y resuelta hacia el Parque Central de Chiapa de Corzo. Relata que comenzó su labor como transmisora de este conocimiento al aceptar la oferta de desempeñarse como demostradora y maestra en el Museo de la Laca (donde continúa impartiendo talleres).

La laca más fina

Don Armando Duvalier notó que la técnica artesanal se perdía entre las maestras laqueadoras pues preferían utilizar tinturas comerciales y no pigmentos naturales; preocupado por preservar la costumbre, hizo las gestiones junto con Luvia Macías de Blanco —encargada del museo— para que Vargas enseñara, ya que ella elabora la laca más fina que cualquier otra artesana, «no se cae»; además, el poeta pijijiapaneco convenció a otras laqueadoras para que retomaran la técnica tradicional.
Doña Martha no se envanece en su arte, es generosa y platica de él a quien pregunte; da santo y seña de cómo se elabora el axe —grasa animal extraída de un insecto— y se obtiene la fina tierra para fondear las piezas; resalta la importancia de «la macicez» para el maqueado y de pulir para obtener el brillo característico de la laca.
Es crítica de aquellas que han ensuciado con pinturas comerciales lo que denomina arte y de quienes han descartado el axe del proceso. Desea que sus piezas y la de sus aprendices sean tan perdurables como los toles hallados en cuevas pues aunque datan de la época prehispánica, la laca se conserva impecable.

Herencia familiar

Acicala su blusa bordada antes de sentarse —con ayuda— sobre las baldosas deslucidas del parque, donde la rodean de piezas laqueadas que ha prestado el museo. La mirada que ofrece a la cámara es solemne, con el peso que sólo otorgan los años de experiencia; lejos está de esa pequeña que a los siete años aprendió el oficio por necesidad, luego que su padre abandonara el hogar.
En esa época, los años 40, su tía doña Mercedes Molina era la mejor laqueadora y la producción era de tal calidad que se expandió hasta el Istmo (personas de Oaxaca venían exclusivamente a comprar mercancía para revenderla). Molina le enseñó la técnica a su sobrina, lo que le dio valor para presentarse dos años después ante la señora Adelfa Ruiz, quien fundó la primera tienda de artesanías y casa-taller, junto a su esposo Amado Aguilar.
Cuando se enteró que solicitaban laqueadoras, la niña Martha se presentó y tuvo que pasar una prueba antes de ser empleada; doña Adelfa, al ver la calidad de maqueado que la pequeña era capaz de realizar, accedió.
«Qué pintura tan bonita hacía yo. Me pagaba cinco pesos a la semana, de 6:00 de la mañana a 6:00 de la tarde; trabajaba puro tol y pumbo, puro fondo, pura laca. Ya después agarré el decorado».

Oficio, ¿en peligro?

Su oficio le ha permitido, además de sustentarse, sacar adelante a sus hijos que ahora son profesionistas; y como representante del arte popular, conocer diversos lugares tanto nacionales como Guerrero, Michoacán y Querétaro; e internacionales como Río de Janeiro y Los Ángeles.
Por ahora trabaja en una cruz de un metro con doble vista; por un lado, se aprecia la decoración con flores al óleo y por el otro, motivos religiosos. Su encargo más ambicioso en este momento se trata de un antiguo secretel —mueble donde se estilaba escribir cartas— para el que escogió un maqueado azul rey.
A la maestra Martha le preocupa la escasez de los insumos. El insecto del que se obtiene el axe es cada vez más escaso en Chiapa de Corzo; aparece por temporadas y no es nativo de la zona, sino de Venustiano Carranza; además, los lugareños lo exterminan pues lo consideran una plaga. Debido a esta situación, una bola (aproximadamente 250 gramos) de axe se cotiza hasta en 200 pesos y un trabajo como el del secretel, requiere de cinco porciones de la grasa, lo que encarece el producto.
Son contadas las personas que se encargan de producir el axe pues aparte de recolectarse el insecto, debe hervirse para separar la grasa y luego apelmazarla. Doña Martha es de las pocas personas que conoce y ha efectuado todo el proceso de producción de insumos que incluye no sólo el axe, sino la elaboración del tizate desde la piedra caliche y su coloración con otros pigmentos.
Por ello, doña Martha ha contribuido con estudiantes e investigadores a fin de encontrar alternativas que permitan mejoras en el proceso de producción de los materiales, para preservar a su vez la técnica de la laca.
«Un biólogo al que le enseñé, hizo un estudio pero no conseguí el animalito… el biólogo ya vino dispuesto a enseñarnos cómo podemos tener nin (el insecto) todo el tiempo. Él hizo el estudio con aparatos, ya estaba todo hecho pero no lo conseguí el animalito, si no cada año ya no íbamos a sufrir».
Animada a pesar del inclemente sol que cae sobre La Pila, doña Martha sacude su falda roja tras la sesión de fotos; cruza el boulevard hasta el Museo de la Laca, donde reanuda su labor entre pinceles y toles. Una humilde mesa con rastros de polvo y colores, es el escenario donde su legado se transmite a todo aquel que desee aprender tal y como ella lo hizo de niña; igual que entonces, su deseo es el mismo, quiere trabajar.

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Un comentario

  1. Conocí a doña Martita dos días después de esta entrevista, es un gran ser humano. Prometí volver a visitarla el siguiente año en la Fiesta Grande. Muchas gracias por este artículo.

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