Las mujeres alberguemos una síntesis de distintas formas de amar. Desafortunadamente, estas formas suelen provocarnos daño en lugar de felicidad, dependencia en lugar de realización y, en el peor de los casos, nos llevan a relaciones violentas
Diana Hernández Gómez / Cimac Noticias
Muchas de nosotras hemos atravesado relaciones dolorosas antes de encontrar un lugar para florecer en pareja o, mejor aún, para hacerlo en soledad. ¿Qué hacer con todas estas experiencias?, ¿dónde colocarlas dentro de ese océano de sentimientos al que llamamos corazón? Para Marcela Lagarde, una respuesta posible es hacer un mapa de nosotras mismas para aprender a caminar sin volver a hundirnos en terrenos fangosos.
En su más reciente libro Claves feministas para la negociación en el amor (Siglo XXI Editores, 2022), la antropóloga feminista habla, entre muchas otras cosas, sobre varios tipos de amor. A pesar de sus diferencias, estas ideas románticas se vuelven una sola en el interior de quienes, según la historia patriarcal, nacimos naturalmente para amar y ser amadas.
De ahí que –afirma Lagarde y de los Ríos– las mujeres alberguemos una síntesis de distintas formas de amar. Desafortunadamente, estas formas suelen provocarnos daño en lugar de felicidad, dependencia en lugar de realización y, en el peor de los casos, nos llevan a relaciones violentas en vez de acercarnos a una armonía con nosotras y con las y los demás.
El hogar y la familia: ¿a esto se limita nuestra realización?
Quizás uno de los modelos más vigentes del amor es aquel que recluye a las mujeres al hogar, sometidas a la dependencia económica de un esposo y al cuidado abnegado de nuestras hijas e hijos.
Debajo del mantel, esta idea esconde una raíz burguesa que hace ver a la mujer amada como propiedad privada de su pareja. Una mujer que, además, está obligada a la monogamia, aunque condona que el hombre puede tener una o dos amantes de vez en cuando.
También es una mujer que acepta que su amor alcanza la máxima realización cuando nace una hija o un hijo. Para esto, claro, es indispensable ser heterosexual, si no, ¿cómo se cumpliría el rol de reproductora?
A este amor burgués también le debemos una idea bastante actual: si le regalé algo, entonces me debe otra cosa todavía mayor. Porque para el amor burgués, los regalos materiales son parte de un pacto al que entramos prácticamente sin aviso previo. Gracias a esto, vemos a hombres molestos porque no se les concede un beso después de haber pagado la cena. Y aquí las mujeres son las culpables, otra vez, por no cumplir su papel.
Este tipo de amor que puede producir claustrofobia con solo pensarlo no es el único en su tipo. Marcela Lagarde también aborda el amor victoriano, el cual toma su nombre de la reina Victoria, quien gobernó el Reino Unido durante el cambio del siglo XIX al XX.
Esta reina fue capaz de dirigir todo un imperio sin descuidar a sus nueve hijos ni sus quehaceres como una mujer religiosa y entregada a la caridad. La madre perfecta a la que todas deberíamos aspirar, según los modelos patriarcales: capaces de cumplir un rol doméstico, a la vez que se cobija a todo y a todos con una fuente infinita de cariño y paciencia.
Cada vez somos más las mujeres que anhelamos una realización amorosa fuera del matrimonio, la casa, las y los hijos. Y aunque eso significa que dejamos atrás estos modelos opresivos, no quiere decir que estemos exentas de otros tipos de amor que también pueden llevarnos a círculos de dependencia y violencia.
Los peligros del amor romántico
Una de las caras más peligrosas del amor burgués es la idea de la mujer como propiedad. Esta concepción posesiva del amor nos somete y expone a violencias que pueden ir desde los celos hasta algo tan terrible como un feminicidio. Pero la tragedia del amor no solo viene de su conceptualización burguesa.
A finales del siglo XVIII, nació el romanticismo como una respuesta a todas aquellas doctrinas que priorizaban el desarrollo racional en lugar de los sentimientos y la subjetividad. Claro, entre estos sentimientos importantes se encontraba el amor.
En este pensamiento, el amor reivindicaba todo lo que hasta entonces estaba prohibido. El amor regresó a ser erotismo antes que solo reproducción, y la intensidad y la pasión tenían permiso de apoderarse de hombres y mujeres. Además, las parejas podían estar juntas no por obligación, sino por afinidad, y no necesitaban contratos sociales como el matrimonio para amarse en libertad.
Sin embargo, para este tipo de amor que a simple vista parece ideal, la intensidad se traducía siempre en tragedia. He aquí una pista sobre el origen de nuestra idea de que amar es sufrir. Así se vislumbra que este tipo de amor tampoco es el mejor ni el más sano, o por lo menos no al que deberíamos aspirar por completo.
Entonces, ¿cómo amar?
Para Marcela Lagarde, Virginia Woolf fue una de las primeras mujeres en practicar el amor libre: un amor donde la entrega no implica quedarte vacía; un amor que no es exclusivo entre hombres y mujeres, y que además nos da espacio para sentirnos y querernos a nosotras mismas con todo lo que nos apasiona y no lo que nos aprisiona.
Este nuevo tipo de amor es una crítica a las otras formas de existir en pareja. Pero además, permite poner la mirada en otros amores, como el propio. Para las mujeres, a quienes se nos pide dar cariño, proteger y cuidar –siempre hacia afuera–, este es posiblemente uno de los modos de amar más complicados.
La dificultad reside no solo en los filtros que nos nublan la vista: también en que buscar constantemente al otro no nos deja tiempo para acompañarnos en soledad, mirarnos hacia adentro y conocernos mejor. Buscar el amor de los demás nos deja sin tiempo para amarnos.
Ese tiempo y esas energías son necesarios para trazar una historia de nuestro océano-corazón. En ella podemos registrar nuestros daños y pérdidas, pero también nuestros aprendizajes adquiridos en relaciones que terminaron en paz.
Nuestra historia sobre el amor nos llevará a (re)conocernos y a ser capaces de negociar relaciones más sanas. Pero sobre todo, nos ayudará a negociar menos porque veremos que el amor puede ser complicado, pero nunca violento: nunca nos arrebatará de nosotras mismas.