La sociedad victoriana recluyó a las mujeres al espacio doméstico para ejercer su papel de madres abnegadas. De paso, esto ayudaba a los hombres de la nobleza a perpetuar y expandir su linaje
Diana Hernández Gómez / Cimac Noticias
La historia nos ha enseñado que las letras suelen ser una herramienta de rebeldía en diferentes luchas; esto incluye la resistencia de las mujeres. Durante la época victoriana –es decir, en la transición del siglo XIX al XX–, autoras como Jane Austen y las hermanas Ana, Emily y Charlotte Brontë usaron esta herramienta para demostrar que es posible –y necesario– romper con los roles que nos someten dentro y fuera de la ficción.
En la época victoriana el imperio británico estaba en el auge de su expansión, liderado por la reina Victoria. Como apunta Marcela Lagarde y de los Ríos, es a esta reina a quien debemos el modelo de «amor victoriano«.
La monarca –explica Lagarde en Claves feministas para la negociación en el amor– fue una mujer capaz de dirigir un imperio sin descuidar a ninguno de sus nueve hijos ni sus responsabilidades dentro de una sociedad conservadora y religiosa.
Basándose en este ejemplo, la sociedad victoriana recluyó a las mujeres al espacio doméstico para ejercer su papel de madres abnegadas. De paso, esto ayudaba a los hombres de la nobleza a perpetuar y expandir su linaje.
Pero como en cualquier época, hubo mujeres que se resistieron a jugar el rol impuesto por la sociedad. Algunas de ellas, como Louisa May Alcott, Jane Austen y las hermanas Brontë, experimentaron en carne propia y revivieron en la ficción una ruptura con el amor victoriano y todo lo que le rodea.
Protagonistas de sus propias historias
En el periodo victoriano, cuando el matrimonio era el centro a partir del cual se construía la sociedad, una mujer soltera equivalía a una mujer estigmatizada, vista como alguien desamparada e infeliz. Sin embargo, personajes como Anne Elliot –protagonista de Persuasión, de Austen– pusieron en discusión la posibilidad de que las mujeres solteras también fueran mujeres independientes y plenas.
Este rol nuevo y diferente se repite en la vida real en casos como los de las hermanas Brönte, las cuales priorizaron su desarrollo intelectual sobre el matrimonio como una vía para alcanzar la estabilidad económica.
Quizá si no hubieran tomado esa decisión, Emily Brontë nunca hubiera escrito Cumbres Borrascosas ni hecho traducciones de Virgilio y Homero. O tal vez, ninguna de las tres hermanas hubiera publicado de manera autónoma un volumen de su poesía.
El anhelo de esta independencia también está presente en obras literarias de la época como el clásico Mujercitas, de Louisa May Alcott. En esta novela, la protagonista Josephine March («Jo» March) reniega de la idea de casarse y envidia las posibilidades de los hombres para estudiar o tener una vida más allá de las limitaciones impuestas a las mujeres.
May Alcott luchó abiertamente contra estos obstáculos en la vida real: la escritora estadounidense formó parte del movimiento sufragista de su país y también se pronunció como abolicionista abiertamente.
Releer para resistir
El amor victoriano no se ha extinguido: aún hay muchas esferas sociales que relegan a las mujeres a lo doméstico, al papel de la madre que antepone el cuidado de los demás al cuidado propio.
Esto hace necesario que volteemos la mirada hacia las letras que nos anteceden. Entre los recursos para acercarnos a las autoras, RBA Coleccionables relanzó este año la serie Novelas Eternas, donde se incluyen obras de escritoras que, como Louisa May Alcott, Jane Austen o Ana, Emily y Charlotte Brontë, buscan mostrarnos que: «Somos mujeres, somos novela, somos eternas«.
En la pluma de quienes nos precedieron encontraremos modelos de mujeres rebeldes que se apropiaron de la independencia que nos habían arrebatado. También ahí podremos sentirnos acompañadas en la ardua labor de derribar los arquetipos que nos violentan dentro y fuera de la ficción.