Cierra el XXVI Simposio Román Piña Chan con mesa de reflexión sobre las mujeres en la conquista
Aquínoticias Staff
En el marco del quinto centenario de la toma de México-Tenochtitlan, el XXVI Simposio Román Piña Chan cerró con una mesa dedicada al papel que jugaron las mujeres en este proceso histórico, encuentro académico que además fue dedicado a la arqueóloga Beatriz Barba Ahuatzin, quien falleciera en enero de 2021, a los 92 años, dejando su legado a varias generaciones de profesionales que hoy sirven al patrimonio cultural del país.
Beatriz Barba, quien con Román Piña Chan formó uno de los matrimonios más célebres de la arqueología mexicana, fue una maestra ejemplar, pero en un sentido superior, ya que también fue académica, docente, luchadora social, sindicalista, esposa y madre, recordó la secretaria técnica del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Aída Castilleja González, al dar a conocer que la Biblioteca Miguel Othón de Mendizábal, de la Dirección de Etnología y Antropología Social (DEAS), contará con el Fondo «Beatriz Barba de Piña Chan».
«Lo que recibió el INAH en custodia es un legado que integra una colección de textiles, piezas arqueológicas, fotografías, diapositivas y carretes de filmes, además del acervo documental. Adicionalmente, como es natural, el fondo contiene también una parte del legado del arqueólogo Román Piña Chan. Todo ello contenido en 331 cajas, y que ahora se suman a este rico archivo histórico. Esta aportación es muy significativa para el instituto, pues dará vida nuevas investigaciones», destacó la antropóloga.
Sobre el tema del simposio virtual, enmarcado en la XXXII Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH) y transmitido por la página del evento editorial en sintonía con la campaña «Contigo en la distancia», de la Secretaría de Cultura, las conferencistas Laura Ledesma Gallegos, María de Jesús Rodríguez Shadow, Ana María Jarquín Pacheco, así como Enrique Martínez, comentaron que las pistas de las mujeres mexicas sobre la forma en que hicieron frente y padecieron la caída de sus ciudades, Tenochtitlan y Tlatelolco, se encuentran en escasas fuentes documentales y su mención es breve.
Por ello, señaló la presidenta del Consejo de Arqueología del INAH, Laura Ledesma, es imprescindible retomar los roles femeninos en la organización del México antiguo, «para destacar como ellas sí estaban involucradas en el ejercicio del poder», tanto así que las mujeres con dificultades en el parto eran consideradas guerreras.
Documentos como Cartas de Relación, de Hernán Cortés, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, y las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo y Francisco de Aguilar, entre otros, son indicativos de cómo los invasores y sus miles de aliados indígenas entraron por los canales con 13 bergantines, para asediar y tomar la capital de México-Tenochtitlan.
La arqueóloga hizo referencia a que en las escaramuzas previas a la caída de las urbes gemelas, hombres, mujeres, ancianos y niños mexicas trabajaban día y noche cavando pozos en canales y acequias, a la espera de que los españoles y sus aliados cayeran en las trampas para así atacarlos.
Asimismo –prosiguió la investigadora–, el cronista Genaro García relató con coraje que Cuauhtémoc, último tlatoani, para cubrir las incontables pérdidas humanas y hacer creer a los invasores que aún disponía de un buen ejército, «hizo vestir a todas las mujeres de la ciudad con armas, rodelas y espadas en las manos. Las mujeres se apostaron en las azoteas de las casas, que ya habían sido saqueadas y quemadas, haciendo ademanes de desprecio y provocación. Escupían a los españoles y peleaban como si casi fueran hombres».
En sus textos, el soldado Francisco de Aguilar declaró también: «armáronlas a todas y las dispusieron en las azoteas, pertrechadas mujeres jóvenes y viejas». En las refriegas las ancianas también subieron a las azoteas y barrían la tierra y el polvo, echándolo a la cara de los enemigos para cegarlos, al tiempo que los niños les tiraban piedras y los escupían».
En tanto, el colonizador Gonzalo Fernández de Oviedo refirió con sorpresa: «muchas cosas ascendieron en este cerco, que entre otras generaciones estuvieran discantadas y tenidas en mucho, en especial de las mujeres de Temixtitan (Tenochtitlan), de quien ninguna mención se ha hecho. Eso certificado que fue cosa maravillosa y para espantar, ver la prontitud e constancia que tuvieron en servir a sus maridos y en curar los heridos, y en labrar las piedras para los que tiraban con hondas, y en otros oficios para más que mujeres».
En su intervención, la investigadora María de Jesús Rodríguez explicó que en el México prehispánico las mujeres se articulaban en distintos estratos sociales y cada uno de estos en colectivos femeninos: pipiltin (nobles), macehualtin (gente libre) y tlacotin (esclavas), los cuales tenían diferentes exigencias, siendo más constreñidas para las primeras. Había una demanda de virginidad para las solteras, y de fidelidad para las casadas, y de transgredir esto podían ser condenadas a pena de muerte.
Después de la derrota de Tenochtitlan, esas normas se debilitaron, de manera que las nobles fueron entregadas en matrimonio a los conquistadores y allegados de Cortés, mientras que las macehualtin fueron repartidas en las encomiendas para explotar su trabajo, sus capacidades reproductivas y expropiar su sexualidad. Esta situación varió según regiones geográficas, periodos históricos y su pertenencia a cierto grupo étnico, concluyó la especialista de la DEAS.