Rosa María Rodríguez es una mujer de redes, ha dedicado la mitad de su vida a tejer un entramado de apoyo, capacitación y solidaridad hacia sus colegas en una de las zonas más conflictivas para ejercer el periodismo
Daniela Méndoza Luna / Cimac Noticias
La difamación y las amenazas se habían convertido en parte de su «rutina» periodística. Se habían habituado a ellas a tal punto de considerarlas «gajes del oficio». Hasta que un día esas palabras iban dirigidas a sus hijos. Ese día se fue de Tamaulipas. No ha regresado.
Rosy Rodríguez era reportera y conductora en Radio Tamaulipas, más de dos décadas dedicadas al oficio y la creación de redes de periodistas. El periodismo era el oficio familiar; Francisco, su esposo, dirigía uno de los medios de mayor influencia en Ciudad Victoria, ya había vivido la intimidación al ser secuestrado, pero por alguna razón, que ni ella misma alcanza a comprender, esto nunca les causó suficiente temor.
Pero, una publicación en un grupo de Facebook cambió todo. Las amenazas estaban dirigidas también hacia sus hijos adolescentes, y su hijastro, un joven que se iniciaba como periodista. La reacción fue inmediata; recogieron a sus hijos más pequeños en su casa, advirtieron al mayor y condujeron por horas hasta estar lo suficientemente lejos del estado. Ahí pidieron ayuda.
Desde el año 2000 y buscando mejorar su ejercicio periodístico y el de sus compañeras, Rosy se dedicó a tejer una red que años más tarde le salvaría la vida, cuando tuvo que dejar su hogar y formar parte de la lista de personas bajo el cuidado del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha catalogado a Tamaulipas como una zona de silencio; los ataques a la población civil, la desaparición forzada de personas, la narco política y los ataques a periodistas, 15 asesinados desde 2000 a la fecha; 12 hombres y tres mujeres, la hacen un territorio imposible para el ejercicio de la libertad de expresión.
No siempre fue así. Si bien la narcocultura formaba parte de la vida cotidiana, los grupos criminales no interactuaban con la población civil de manera violenta, no había fuegos cruzados o levantones, se dedicaban al trasiego de la droga y nada más.
En ese Tamaulipas, en Ciudad Victoria, nació Rosy, pero desde muy pequeña fue llevada a Ciudad Mante, debido al trabajo de su padre, como maestro. Se trata de una de las zonas más hermosas del estado, una especie de selva con calles y canales.
Inquieta y alegre, pasaba las mañanas en la escuela y en las tardes practicando cualquier deporte que pudiera, siempre quiso jugar futbol, pero en aquellos años no eran habituales los equipos de mujeres, y aunque los niños la invitaban a jugar, siempre se quedó con las ganas de tener su propio equipo.
«…en la escuela en lugar de irme a almorzar como todas mis compañeras y compañeros yo lo que hacía era irme a las canchas, siempre andaba con un balón y yo envidiaba mucho a mis compañeros porque ellos se iban a las canchas de fútbol y yo, pues no tenía ahí un espacio…»
Su primera pasión fue el deporte, pero no pasaría mucho tiempo antes de que las letras se interpusieran entre el camino. En la adolescencia tuvo su primer contacto con el periodismo. Juan José Mata Bravo y otros integrantes de la Unión de Periodistas Democráticos llegaron un día a su escuela secundaria, Manuel Ávila Camacho, a hablar de su profesión y a invitarles a un concurso de poesía y corridos que estaban patrocinando.
Quedó fascinada por lo que contaban de su profesión, pero no dejó de sentir la misma incomodidad al ver nuevamente, un equipo de hombres, en el que no estaba segura de tener un lugar en el futuro, de todos modos, se animó a participar en el concurso y obtuvo un primer y cuarto lugar respectivamente, el destino estaba trazado.
Desde aquel encuentro en la adolescencia y hasta que llegó el momento de elegir una profesión, lo tuvo muy claro, no tenía muchos referentes, pero incluso sus pruebas de orientación vocacional le arrojaron el periodismo como una de las áreas en las que se podría desempeñar.
Su madre le insistió en seguir la carrera magisterial como su padre, un hombre que siempre fue un referente en su comunidad, y que convirtió su hogar en un punto de encuentro de otros docentes y personajes de la vida pública del municipio, por lo que desde la infancia la periodista siempre estuvo rodeada de conversaciones sobre la importancia de la educación y la comunidad.
Dejar el pueblo para ir a hacer la preparatoria y la carrera universitaria es un trámite común para muchas personas de esta región. Rosy quería irse a Monterrey, pero el reciente fallecimiento de su padre y la mudanza de su hermana a la capital del estado eran demasiado para su madre, así que solo le concedió irse a Ciudad Victoria, pero con un gran problema, allá no existía la carrera de periodismo.
El plan B fue la licenciatura en Relaciones Públicas, que inició como la estudiante aplicada que siempre fue, pero que no terminaba de gustarle. En esa carrera no estaba consiguiendo lo que necesitaba para convertirse en la periodista que quería, así que un buen día, y con tan solo 18 años, se plantó en el periódico de mayor circulación y solicitó hablar con el dueño.
«Y voy y toco la puerta al periódico El Mercurio ahí en Ciudad Victoria. Yo pido hablar con el director, pero me mandan con el gerente, creyó que le iba a pedir trabajo, pero le dije `vengo a pedir oportunidad de aprender`».
Esa resolución sería un sello de su personalidad y quehacer periodístico, y la que le llevaría años más tarde a fundar la Red de Mujeres de Periodistas de Tamaulipas, una de las agrupaciones más sólidas del país.
A su arribo al Mercurio la dirigieron inmediatamente a la sección de sociales, «a donde iban a parar todas las mujeres¨, pero ella se las arregló para aprender de otras áreas, se metió «como la humedad» en la dinámica de la redacción; incluso aprendió a revelar en blanco y negro, y con el tiempo le fueron dando más responsabilidades, como seleccionar información del télex, el sistema telegráfico de aquella época, y hacer breves notas de otros temas.
Su entusiasmo contagió hasta los más veteranos que le fueron enseñando la dinámica de la cobertura de otras fuentes, incluso obtuvo su propia página dedicada a entrevistas y reportajes en temas de salud. Ahí comenzó a hacer sus primeros contactos y coberturas, como el primer trasplante de corazón que se hizo en la ciudad.
Llevaba ya dos años en la redacción, cuando estalló una huelga por la desigualdad salarial que existía entre las y los reporteros, y ella decidió solidarizarse con los compañeros que le habían enseñado tanto, y firmó una carta de apoyo.
» … inicia un conflicto laboral debido a que no hubo acuerdo en el incremento salarial que estaba en este caso demandando los compañeros del área de redacción de la nota blanca, a mí me iba muy bien porque me pagaban 25 pesos por cada reportaje o entrevista de la página 2, entonces tenía mi sueldo y tenía este pago adicional por los trabajos especiales.
«Este conflicto laboral al final de cuentas terminamos en una huelga, yo también en solidaridad con mis compañeros, pues obviamente me sumo a ese movimiento y quedamos fuera del periódico», recuerda.
Esta salida no estuvo libre de conflictos, las negociaciones fueron duras y existió intimidación hacia las personas involucradas; por la casa de Rosy pasaban camionetas del ejército, pero lejos de amedrentarla, sirvió para apuntalar la conciencia sobre las desigualdades de la profesión y el trabajo en los medios de comunicación.
Finalmente, ella y sus compañeras y compañeros fueron indemnizados, pero el peso social de interponer una demanda laboral cayó en sus oportunidades laborales hacia el futuro. Había concluido ya su carrera profesional y estuvo varios meses buscando un nuevo empleo hasta que encontró la que finalmente sería su «casa» hasta la actualidad, Radio Tamaulipas, la radio pública estatal. Llegó la época electoral, y con ella la oportunidad de conocer otros rincones del estado.
«Estaba gobernando Américo Villarreal Guerra y me tocó cubrir giras del gobernador de 1989 hasta que terminó su mandato, o sea, como tres años estuve. Aprendía todos los días porque eran recorridos por zonas muy apartadas, comunidades muy alejadas, abandonadas, que fui recorriendo y conociendo palmo a palmo en cada rincón de Tamaulipas», cuenta.
Pero el conocimiento de la situación de otros rincones de la entidad no fue el único aprendizaje de esas épocas, también fue la oportunidad de conocer a sus colegas en otros municipios. En aquellos momentos aún había pocas mujeres en la cobertura de la nota política, pero las conoció a todas en Nuevo Laredo, Reynosa, Matamoros, Tampico ahí se estaban gestando las primeras redes.
Su mundo se expandía también fuera del espacio laboral, casada con un periodista de mucha trayectoria en la ciudad, Rosy hizo carrera por cuenta propia.
Comenzó como corresponsal para Radio Red, y también colaboró en el Canal 10 de Televisión. Durante esta época seguía de cerca la información que se generaba en el Congreso del estado, en donde pasó 18 años de su carrera en Victoria.
El Poder Legislativo como caja de resonancia de las problemáticas sociales la vinculó directamente con los derechos humanos, la participación ciudadana y los problemas comunitarios. Su expertise en temas legales la hizo punto de referencia para colegas tanto novatas como veteranos.
Este conocimiento de las problemáticas sociales la llevó en busca de una mayor capacitación, un elemento difícil de encontrar fuera de la capital del país. Sin embargo, se dio cuenta de que no era la única interesada en seguir aprendiendo y comenzó a sondear entre sus compañeras que podrían aprender y en dónde podrían conseguir ayuda.
Siempre había tenido inquietud de trabajar en colectivo con sus compañeras, aquellas que había ido conociendo a lo largo de su carrera, hasta que llegó el momento de tomar acción y encontraron el tema de su primera capacitación: periodismo con perspectiva de género.
Rosy nunca fue ajena a las desigualdades sociales y el énfasis que en esto había hacia las mujeres; lo veía, le incomodaba, pero no sabía que podía hacer al respecto sin salirse de su posición como periodista.
«Establecimos el contacto con CIMAC. En ese momento no teníamos claro que era lo que queríamos hacer exactamente, lo que sí sabíamos es que queríamos profesionalizarnos y trabajar de manera unida», dice.
Sin entender bien aun de que se trataba, se pusieron a trabajar para realizar un encuentro, incluso consiguieron en préstamo el Centro Cultural Tamaulipas, y los días 2 y 3 de septiembre del año 2000, Sara Lovera llegó a darles su primer curso.
«Taller sobre periodismo no sexista, ahí nos transformó. Nos cambió la perspectiva, todo lo que no habíamos visto nos quedó claro, todo lo que no nos habían enseñado en la universidad».
El taller no estuvo libre de polémicas, algunos periodistas varones se sintieron ofendidos por los temas, había mucha resistencia a reconocer la desigualdad que vivimos las mujeres, pero para ellas fue una epifanía.
Tejiendo la red
Solo eran cuatro compañeras, pero eso no les impidió organizarse y conformar la primera asociación civil en 2002, un pequeño grupo que se dedicaba a seguir buscando capacitación, generar proyectos y aliarse con otras redes más consolidadas como la Red Nacional de Periodistas, a cuyos encuentros no han dejado de asistir.
Pero los proyectos personales de este grupo germinal comenzaron a pesar más. Hacia 2005 solo quedaban ella y Dora De la Cruz, por lo que necesitaban fortalecerse.
En 2007, recibieron la invitación para ir al II encuentro de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, en Oviedo, España, ahí les recordaron la importancia de fortalecer la organización desde los municipios, y regresaron con una idea fija. Buscaron una alianza con el Instituto Estatal de las Mujeres para crear un Concurso de Periodismo con perspectiva de género, el pretexto ideal para recorrer otros rincones de Tamaulipas e invitar a sus colegas a participar.
«Acudí primero con las amigas, no había internet entonces tenías que hacer un trabajo presencial o de llamada por teléfono; yo opté por ese recorrido. Si bien estaba promoviendo que se inscribieran en el concurso de periodismo con perspectiva de género, al mismo tiempo las estaba alentando para articularnos», recuerda.
Samara del Toro, una periodista de Matamoros fue quien ganó el concurso y aprovecharon la premiación para consolidar también la primera Red Municipal de Mujeres Periodistas de aquella zona.
A Matamoros le siguió Reynosa, en 2008. Entonces se animaron a reunirlas a todas y realizaron el Primer Encuentro de Mujeres Periodistas ese mismo año. Más de 80 mujeres se reunieron durante tres días en Ciudad Victoria a discutir sobre la necesidad de tender lazos, capacitarse, promover de manera articulada el periodismo no sexista y evidenciar la desigualdad de las mujeres en los distintos ámbitos. Ahí nació también la Red Estatal de Mujeres Periodistas de Tamaulipas.
Esta agrupación se convirtió después en el contingente más numeroso en el Encuentro Nacional de ese año, realizado en Xalapa, Veracruz y ahí mismo se ofrecieron como sede para el siguiente evento en 2011.
«Entonces, en 2010, se descompone todo», cuenta Rosy, haciendo alusión al asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre.
Las buenas intenciones de las colegas de Matamoros tuvieron que ponerse a consulta ¿era seguro hacer un encuentro de mujeres periodistas en esas condiciones? A su colega periodista Dora De la Cruz, la habían retenido en la carretera junto con su familia, le robaron su camioneta y la amedrentaron.
«Entonces fue una gran sorpresa cuando se hace ese sondeo entre las compañeras de la Red Nacional y nos dicen no las vamos a dejar solas y nos ratifican como sede. Platicando con las autoridades nos dicen: `les ofrecemos vigilancia y protección, pero en la capital del estado, no en Matamoros´».
La logística del encuentro fue un problema desde el inicio, porque además de los temas de seguridad, se encontraba la situación del acceso limitado a la ciudad vía aérea. Tuvieron que trasladar a algunas colegas en coche desde Monterrey o desde otras entidades, pero llegaron 80 mujeres de 15 distintos estados; ahí la coordinación de la Red de Tamaulipas fue elegida para formar parte de la coordinación colegiada de la Red Nacional de Periodistas.
Para Rosy, la descomposición social en Tamaulipas comenzó de modo tan paulatino, que no se dieron cuenta cuando sus vidas estaban en riesgo. A su esposo Francisco lo secuestraron un par de veces, y quienes seguían ejerciendo el periodismo optaban por la autocensura.
Desde hacía unos años, CIMAC había comenzado a documentar las agresiones contra mujeres periodistas, no solo en Tamaulipas sino en todo el país.
En 2011, una de sus colegas, Gabriela Hernández, entonces corresponsal de la revista Proceso, fue secuestrada con sus dos hijas y su madre y aunque fue liberada unos días después, fue obligada a desplazarse. En el 2016 asesinaron a 11 integrantes de una familia de otra colega periodista en Ciudad Victoria, y el terror se volvió parte de la cotidianidad.
Un día, en octubre de 2016, las amenazas ya no fueron solo para Rosy o su esposo, sino iban vinculadas directamente hacia sus hijos adolescentes, entonces las cosas ya no fueron «normales», y tuvieron que dejar el estado.
En un grupo de Facebook, con más de 200 mil seguidores, comenzaron una campaña de difamación contra su familia, pues además de ella y su esposo, también señalaban a su hijastro Ilich, un joven que apenas comenzaba su carrera colaborando en el periódico Expreso.
De los señalamientos a las amenazas de muerte en los comentarios, al principio pensaron que se trataba de la delincuencia organizada, pero al menos Rosy no hacía coberturas de ese tema, el gobierno de Francisco García Cabeza de Vaca apenas comenzaba, y la familia no se detuvo a hacer averiguaciones.
«Salimos con lo puesto»
Sin organismos estatales, sin Procuraduría que atendiera su caso y con el temor del daño a sus hijos decidieron salir de Ciudad Victoria sin preparativos o avisos; fueron por sus hijos menores, y por su hijastro, y condujeron para ponerse a salvo.
Con miedo y un destino incierto, Rosy recuerda que lo único que le sostenía en ese momento eran las redes que había gestado durante más de una década.
«Yo tuve la fortuna de que nunca me sentí sola ni mi familia, porque siempre tuvimos esa red de confianza a la que podíamos recurrir en una situación como ésta; estuvo CIMAC, la Red Nacional de Periodistas y la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, y otras organizaciones solidarias».
Tuvieron que acudir a la Fiscalía Federal para hacer la denuncia, topándose con la falta de criterio de servidores públicos que intentan muchas líneas de investigación antes de vincular las amenazas al oficio periodístico. Al momento de salir de Ciudad Victoria, Rosy también trabajaba en la articulación de organizaciones ciudadanas, sin embargo, las autoridades no parecían interesadas en atender esas circunstancias.
Recién en 2014 habían conseguido articular a varias agrupaciones para trabajar en un informe sombra sobre la Plataforma de Beijing y la habían ido a presentar ante las Naciones Unidas, pero en las investigaciones nunca se consignaron estos antecedentes.
Cuenta que pasaron 4 meses desde su extracción de Tamaulipas para que el gobierno estatal determinara mandar un representante ante el Mecanismo para resolver la situación de ella y su familia. Se reunieron organizaciones como CIMAC, Propuesta Cívica, Artículo 19 y otras más, se llegaron a acuerdos. Nada se respetó.
«…y no se cumplió ningún acuerdo, o sea, hubo una total omisión y negligencia para construir un plan de retorno seguro a Tamaulipas; ahí nos quedó claro que se trataba más que de otra cosa de falta de voluntad política».
La Ciudad de México fue su primer destino, pero no era el ideal para sus hijos adolescentes, quienes han tenido que padecer las consecuencias psicológicas del desplazamiento. La capital del país y sus dinámicas eran completamente ajenas a la familia, acostumbrada a una red de familiares y amistades más bien extensa y estrecha.
«Para entonces ya el daño psicológico y emocional de mis hijos ya era más evidente. Uno tuvo depresión severa. La recomendación de la psicóloga era buscar un lugar que fuera más amigable, similar al entorno en el que ellos se desarrollaban en Tamaulipas, donde tuvieran de alguna manera más contacto con la familia, más cercanía», cuenta.
Tras unos meses, se determinó que había condiciones para que la familia se reubicara en Monterrey, un destino más cercano a Ciudad Victoria y en él además tenían redes sociales; uno de los hijos de Rosy ya estudiaba en la Universidad de Monterrey, por lo que eso facilitaría el proceso para al menos uno de ellos.
Los jóvenes comenzaron nuevos ciclos escolares, pero Rosy y su esposo no podían retomar su oficio; podrían colaborar a distancia con los medios para los que trabajaban, pero las personas del Mecanismo le insistían en tener un «bajo perfil», pero la pareja estaba más preocupada por la seguridad de la familia.
Rosy comenzó a colaborar en trabajos de investigación en el área de Derechos Humanos con la Universidad Nacional Autónoma de México, y a la distancia, siguió reportando para Radio Tamaulipas. Su actividad periodística se disminuyó considerablemente, pues fue alejada de sus fuentes y temas; de los espacios donde estaba generando incidencia.
El golpe más duro a su labor fue el relacionado con la articulación de las periodistas tamaulipecas, pero también de la labor que comenzaba a realizar con otras organizaciones de la sociedad civil.
Por su parte, su esposo, Francisco colaboraba con análisis político en varias publicaciones, pero las cosas definitivamente no eran como antes. Al tiempo se animaron a abrir un portal de noticias en Monterrey, «La Talacha Noreste»; sin embargo, sufrieron una serie de ataques cibernéticos y tuvieron muchas dificultades para operar de manera continua, o al menos con el nivel y rigor al que están acostumbrados.
A más de 5 años de los hechos, no existen condiciones seguras para el regreso de su familia a Tamaulipas, su caso está detenido y varios de los hechos ya han prescrito en el ejercicio de la acción penal sin que ninguna persona agresora esté en prisión, y sin que haya un plan de acción para el retorno.
El desplazamiento de Rosy generó un caos al interior de la Red Estatal de Mujeres Periodistas. Si bien se encontraban unidas, perder así a unas de sus líderes fue muy duro.
Dora De la Cruz, se quedó a cargo, con la enorme responsabilidad, no solo de conservar la cohesión, sino darles contención a sus colegas. «Me sentí desarmada, porque a todas las compañeras les impactó mucho esta situación, pero también dijimos «es que no vamos a dejar que se desmorone» y también como una forma de arropar a Rosy, aquí está la red, todavía hay red».
Señala que aun en la distancia, y bajo situación de protección, Rosy no dejaba de estar en comunicación, buscando que la red no se desmoronara; proponiendo talleres, apoyo para las colegas, queriendo estar al pendiente de lo que sucedía en su ausencia. Siempre empujándolas a la profesionalización y la capacitación.
Para Dora, esta insistencia de Rosy ha generado grandes representantes del periodismo con perspectiva de género en Tamaulipas, mujeres que siguen su ejemplo al replicar la formación, así como apostando a la construcción de alianzas.
La ausencia se siente igual en sus colegas, pero se vive distinto, y de eso da cuenta Lupita Escobedo Conde, integrante de la red y compañera de coberturas de Rosy desde hace más de 20 años, cuando eran las únicas mujeres cubriendo las giras de los gobernadores de Tamaulipas.
Señala que el silencio de Tamaulipas tiene demasiado tiempo, que ejercer el periodismo es estar al pendiente de cada palabra que se dice o se escribe, a quién se menciona o cómo se habla de ello, pero una de las cosas que le mantiene, así como a otras colegas, es la sensación de protección y acompañamiento que les ha generado la Red.
«Yo creo que seguimos por el amor al arte, por el gusto que tenemos por comunicar y ejercer el periodismo. Alguien lo tiene que hacer, no podemos bajarnos y tenemos que sumar a las jóvenes. No podemos detener el tren. No hay opción, hay que seguir adelante», puntualiza.
Las tres amigas coinciden en que su ejercicio periodístico y su vida misma hubiera sido aún más complicada sin la sinergia que generaron hace 20 años en su deseo de ser más profesionales, de hacer un mejor periodismo para su comunidad.
Lupita y Dora siguen ejerciendo en Tamaulipas, mantienen unida la red que se sigue nutriendo de nuevas generaciones. Rosy no ha podido volver, pero nunca se ha ido del todo. Están así, a la distancia, pero «enredadas».
«Yo nunca dejé de estar activa en las redes, ni en el momento más crítico, porque eso me permitía sentirme acompañada. No me va a alcanzar la vida para agradecer todo lo que hicieron las redes por mí, esta es mi vida».
Rosy espera que, con los ajustes al Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas y con el cambio de gobierno estatal exista una ventana de oportunidad para generar condiciones para un regreso seguro.
Por ahora los lazos que la unen a su tierra se han tenido que hacer más largos y fuertes para soportar la distancia.