«Liberación femenina siempre ha existido y hay mujeres insignes que, como ella, lo demuestran a cabalidad y sobradamente, actuando en consecuencia a sus convicciones» dijo Alejandra Atala, autora de la novela histórica sobre la prócer mexicana
Staff Aquínoticias
Hace tan sólo una década, era impensable que el nombre de Leona Vicario apareciera en la retahíla de próceres que se exclama cada 16 de septiembre desde el balcón de Palacio Nacional y, en todo caso, como la esposa de Andrés Quintana Roo. «Pese a todo, este 2020 nos encontramos en el Año de Leona Vicario, «Benemérita Madre de la Patria»», señaló con un dejo de satisfacción la narradora y poeta Alejandra Atala Rodríguez.
En el 178 aniversario luctuoso de quien es considerada «La mujer fuerte de la Independencia» y como parte del Diplomado Historia del Siglo XX Mexicano, el cual en su 14ª edición se desarrolla bajo la perspectiva de género, la autora de varias novelas históricas, entre ellas Charlas de café con Leona Vicario, publicada hace diez años, fue invitada para hablar, vía remota, del deslumbramiento que le produjo este personaje que se forjó a sí misma en una época en que la mujer fungía como satélite del hombre.
«Una de las cosas que me enseñó Leona Vicario, a través de su biografía y de sus pasos en la Independencia de México, fue a diferenciar la liberación femenina del feminismo. Liberación femenina siempre ha existido y hay mujeres insignes que, como ella, lo demuestran a cabalidad y sobradamente, actuando en consecuencia a sus convicciones, a su educación», sostuvo Rodríguez en la actividad académica, organizada por la Dirección de Estudios Históricos, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Para dimensionar a esta figura, habría que recordar que nació un 10 abril de 1789, año de inicio de la Revolución Francesa, la cual clamaba por la libertad y la fraternidad. Hija del español Martín Vicario y Camila Fernández de San Salvador, descendiente de Ixtlilxóchitl II, gobernante de Texcoco, tuvo una crianza e instrucción privilegiadas; aprendió francés, algo de inglés, música y pintura, anotó la ponente.
A ello, continuó, habría que sumar una serie de lecturas que, sin duda, influyeron en su sensibilidad por las causas superiores: Las aventuras de Telémaco, de François Fénelon; obras de los místicos Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, las novelas románticas y ensayos políticos de Madame de Stäel y, por supuesto, los escritos de Joaquín Fernández de Lizardi, «El pensador mexicano»; aunque también era una mujer de fe que veneraba a las vírgenes de Guadalupe y de los Remedios por igual, muestra de su doble origen, español e indígena.
Alejandra Atala dio énfasis a la pronta emancipación de Leona Vicario. A los 17 años, ya huérfana, en lugar de vivir en la casona de su padrino don Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, decidió habitar una residencia en la calle don Juan Manuel N° 19 (hoy República de Uruguay), en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Fue a través de su padrino, un reputado abogado que fue rector de la Real y Pontificia Universidad de México, que conoció a su esposo, Andrés Quintana Roo, oriundo de Mérida, Yucatán. La atracción y los ideales políticos definieron el destino de ambos, no obstante, la inferior posición económica del entonces bachiller.
La influencia y admiración fue mutua, Leona Vicario colaboraba en El Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano, labor periodística que continuaría hasta consumada la Independencia cuando, en 1831 –bajo el gobierno autoritario de Anastasio Bustamante—, fundó junto a su marido El Federalista.
De vuelta a la Nueva España, la narradora y también catedrática de la Universidad Autónoma de Morelos, refirió que la pareja se encontraba profundamente molesta con el gobierno de José I Bonaparte, en España, y el de Félix María Calleja, en el virreinato, el cual había asumido tras la destitución de José de Iturrigaray, por un golpe de Estado orquestado por el hacendado Gabriel Yermo, y en el que también participó.
A la postre, Calleja se convertiría en el látigo de Leona Vicario, confiscando sus bienes y persiguiéndola. Su primera detención ocurrió en febrero de 1813, cuando fue delatada de conspirar contra la Corona española. Con sus propios recursos había apoyado el aprovisionamiento de las fuerzas insurgentes, armamento que se resguardaba en el cuartel del general José María Morelos, en Tlalpujahua, Michoacán, pueblo de Ignacio López Rayón, antiguo secretario del cura Miguel Hidalgo y Costilla.
Gracias a López Rayón se orquestó su rescate del Convento de Belén, el cual, se cuenta, duró escasos dos minutos y salió con rumbo a Oaxaca con un grupo de arrieros; sería el inicio de un largo periodo «a salto de mata» que, incluso, llevaría a Leona Vicario a parir su primera hija, Genoveva, en 1817, en una cueva de Achipixtla, en la Tierra Caliente michoacana.
El conservadurismo no dejó descansar a Leona Vicario, ni siquiera consumada la guerra y restituidos sus bienes. A Anastasio Bustamante le incomodó la militancia de los esposos y apostó cuatro generales a las afueras de su casona en la calle de Cocheras, hoy República de Brasil. Haciendo gala de su entereza, la heroína enfrentó por esto al comandante Felipe Codallos y al mismísimo presidente.
A diez años de su novela histórica, con la que intentó reivindicar en lo posible a la «Benemérita Madre de la Patria», Alejandra Atala advirtió de los riesgos de etiquetar a personajes de esta dimensión, pues no deben ser reducidos a una sola faceta, en el caso de Leonora Vicario, «no solo fue la primera o una de las primeras periodistas de México, sino también fue una intelectual extraordinaria y una activista absoluta de sus creencias», finalizó.