En las últimas dos décadas por lo menos, nuestra región se ha convertido en un agitado laboratorio político por el cambio ideológico de sus gobiernos, consecuencia de un electorado mejor informado y consciente de que su voto puede premiar o castigar a los aspirantes según su trayectoria política y desempeño público. Las y los latinoamericanos hemos aprendido a vivir en democracia y comprobar que el Estado de derecho y los contrapesos son fundamentales en un régimen de libertades.
Cada país ha tenido una evolución histórica y política distinta y cada uno escoge su porvenir. Guatemala, Bolivia, Chile, Argentina y Paraguay, tuvieron brutales regímenes militares en el siglo pasado, mientras que Nicaragua y República Dominicana estuvieron gobernados por auténticos tiranos (Somoza y Trujillo); y como México no hay dos, en ningún otro país se ha repetido el hito de un partido que conservara el poder por más de 70 años.
Entre 2000 y 2010 la alternancia política llevó al poder a gobiernos de un perfil ideológico de izquierda. En Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y Uruguay se afianzaron proyectos políticos que dieron un respiro a los ciudadanos con liderazgos que hoy están de vuelta al frente de gobiernos denominados ahora progresistas, con la notable incorporación de Colombia (Ecuador y Uruguay mudaron a la centro-derecha).
Aun cuando el péndulo oscila de derecha a izquierda y vuelve a su posición inicial, el principal reto es combatir la oprobiosa desigualdad por la concentración en pequeñas porciones de población, de grandes porciones de riqueza, y la incapacidad de sucesivos gobiernos por distribuirla de forma más equitativa. Desigualdad, pobreza, analfabetismo, medios de producción obsoletos, economía rentista y escasa innovación tecnológica, son algunos de los escollos que anclan al continente en el subdesarrollo.
A las clases dirigentes del hemisferio se le acumulan los pendientes y las promesas incumplidas como impulsar un nuevo modelo de desarrollo y una verdadera integración regional que fomente la cooperación, pues casi todos los organismos multilaterales están abandonados, hasta la OEA es incapaz de mediar y resolver crisis políticas.
Las diferencias importan: Lula tomó protesta y de inmediato restableció el fondo Amazonia, una política medio ambiental que Bolsonaro intentó aniquilar; regresó los programas para personas de bajos ingresos, revocó la flexibilización de la posesión de armas y reivindicó el discurso feminista frente al violento y misógino de su antecesor. Necesitamos más políticas y políticos en la región que aspiren a la igualdad, la justicia y la democracia con sentido social.