Maalouf en México / Eduardo Torres Alonso

Amin Maalouf es un personaje fuera de serie. Nacido en la capital de Líbano, en 1949, periodista de origen y vocación, es, desde hace varios lustros, uno de los observadores más agudos de nuestra realidad.

Su capacidad para estar atento a los acontecimientos le viene desde su juventud. Al tener a un padre periodista, aprendió no sólo el oficio de escribir, sintetizar y explicar, sino el de observar y escuchar con atención. Su vena periodista se ha enlazado con la literaria. ¿Quién no ha leído Las cruzadas vistas por los árabes, León el Africano o Samarcanda? Nuestro horizonte, reducido muchas veces a poco más allá del Atlántico, se amplió, gracias a esos libros, hacia Oriente.

Pero también nos ha hecho pensar con ensayos que, a contracorriente, hacen que nos detengamos a pensar: El naufragio de las civilizaciones y, de forma reciente, El laberinto de los extraviados: Occidente y sus adversarios. Tengo para mí que pocos autores en la era líquida, parafraseando a Bauman, son tan relevantes para encontrar, si no explicaciones, sí nuevas preguntas distintas a las evidentes que, por serlo, no obstante, siguen siendo relevantes y pertinentes.

Sus trabajos son análisis de la época y de sus crisis. Incluso, sus piezas de oratoria, lo son, como el discurso pronunciado en ocasión de la aceptación del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el 29 de noviembre pasado, en la ceremonia de inauguración de uno de los proyectos culturales más audaces en la historia mexicana: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

La violencia se ha instalado en la Tierra de forma salvaje y la democracia, con sus valores universales, está tan débil que en varios lugares está siendo sustituida por formas dictatoriales de uso del poder. Es la noche oscura de la civilización. Pero, Maalouf, a pesar de radiografiar de esa manera nuestra sociedad, también está maravillado con lo que es capaz. Sin ser dioses, los humanos hemos encontrado el don de la ubicuidad merced la tecnología. Cualquier plataforma de videoconferencia enlaza con casi cualquier lugar del mundo sin salir, como él dice, de la habitación. Estamos más cerca que nunca, pero también más alejados que antes. La polarización es signo de ello.

Sin embargo, este potente y veloz desarrollo tecnológico para bien, tiene su contraparte. La carrera armamentista también se ha desplegado a una velocidad inusitada. Mientras esto ocurre, la evolución moral, apunta Maalouf, “no solo avanza más lentamente que la evolución científica y técnica, sino que hoy en día atraviesa una verdadera regresión.”

Y, ¿qué hacer frente la confusión y la pesadumbre, desánimo y la duda? Recurrir a la literatura. ¡Vaya romanticismo! Pero es que ante el escenario que a diario se ve en los reels y a las amenazas que escriben los jefes de Estado en X, no hay refugio más seguro ni más placentero que las letras, pero que sea seguro y placentero no quiere decir que sea un espacio complaciente.

Es retador porque es producto de la inteligencia humana, con todo el torbellino de emociones, sentimientos e historias que carga quien decide tomar una pluma, una computadora o un teléfono.

La literatura tiene que cumplir varios papeles en el siglo XXI, a juicio de Maalouf: la primera es “hacernos conscientes de la complejidad del mundo en que vivimos”; la siguiente consiste en “convencernos de que, a pesar de nuestras diferencias, de nuestras enemistades, de los resentimientos que nos dividen, nuestro destino se ha vuelto común. O sobrevivimos juntos, o desaparecemos juntos” y la última misión de la triada propuesta es “arrojar luz sobre los valores esenciales del ser humano —la dignidad, la libertad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa—, mostrando lo que significan y cómo deberían encarnarse hoy.”

Las ideas como protección y como oportunidad para salir del marasmo, como incentivo para actuar, como acicate para la rebeldía y el descontento con el estado de cosas.

Quienes piensan, hablan, oyen, observan, escriben y conviven son los autores del futuro. No se trata de utopías, sino de (p)reparar –así dice él, reparar– el mañana desde hoy.

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