El régimen teocrático iraní caracterizado por su dureza y disciplina, vive sus peores horas desde que se instauró hace 43 años. La muerte de Mahsa Amini ha despertado una auténtica revolución ciudadana en un país en el que la disidencia y la crítica a la autoridad es severamente castigada.
El 13 de septiembre, la joven de 22 años fue llevada a un centro de “reeducación” por la llamada Policía de la Moral acusada de usar el velo de manera inapropiada; tres días después falleció en el hospital como consecuencia de un golpe en la cabeza que habría recibido mientras estaba detenida; las autoridades rechazan la versión de tortura.
Desde entonces se han intensificado las protestas contra la imposición a las mujeres de la vestimenta islámica y la ortodoxia clerical. La respuesta ha sido la represión y persecución contra disidentes que se ha saldado con un centenar de fallecidos en casi dos semanas de descontento. El extremismo de la clase dirigente data de la época del Ayatolá Jomeini y ha llevado al límite la tolerancia de una sociedad sometida a rígidos códigos de conducta que vulneran los derechos humanos en las personas.
La brutalidad ejercida contra Mahsa suscitó la condena mundial, pero la nación persa donde gobierna un líder supremo desde la revolución de 1979 ha sido reacia a atender recomendaciones de respeto a derechos humanos; en lugar de llamar al diálogo o hacer concesiones sobre la ley del hiyab, las autoridades han reprimido duramente las manifestaciones.
La furia social es encabezada por mujeres que públicamente se despojan del velo para quemarlo o expresan su repulsa cortándose el cabello. Lo ocurrido en Irán no muestra diferencias sustanciales con el oscurantismo que profesan los talibanes desde que volvieron al poder en Afganistán el año pasado.
El caso de Amini no es único. La abogada Nasrin Sotoudeh que defendía a mujeres que se negaban a acatar las degradantes leyes sobre el uso del velo, en 2018 fue condenada a 38 años de prisión y a recibir 148 latigazos, en un país en el que mujeres y niñas no pueden salir de casa sin cubrirse el cabello con un pañuelo. La muerte a tiros de Hadith Najafi de 20 años, que participó en las protestas nos indigna y nos mueve.
Muchas otras no han muerto pero han sido condenadas a la cárcel, a latigazos frente a sus hijas y no cuentan con un abogado, según reporta hace ya años Amnistía Internacional. El valor que están mostrando y la revolución de las iraníes es la nuestra, la de la libertad y el respeto de nuestros derechos humanos en cualquier lugar del mundo, el de todas las niñas, mujeres y hombres a poder vivir en libertad.