Una maternidad dividida
He pasado horas frente a mis hijas hablando de duelo, de aceptaciones, de dudas. Siempre les digo que nada puede esconderse debajo de la alfombra, porque tarde o temprano, la basura se asoma. A veces, el pasado aparece en casa como un fantasma. En medio de las sombras, se cruzan la mujer que quise ser y la que fui, la que pude haber sido y la que soy.
Nos veo a las tres durmiendo en la misma cama. Porque hace frío. Porque hace calor. Porque tenemos miedo. Porque vimos una película. Porque somos un tren abrazado. Ahora solo pasa cuando alguna regresa de la calle y parece que no nos vimos en una vida. Mi cama ha sido siempre el centro de nuestras reflexiones.
En México hay más de 38 millones de mujeres madres. De ellas, 4.18 millones somos madres autónomas. Siete de cada diez están activas económicamente, y solo el 2 % son empleadoras. Muchas viven en precariedad, sin redes de apoyo ni justicia económica.
Pero si hablamos de las madres sobrevivientes de tentativa de feminicidio, el silencio es aún mayor. Entre 2012 y 2020 se documentaron más de 1.7 millones de agresiones graves contra mujeres, pero solo 781 se investigaron como tentativa de feminicidio. Entre 2020 y 2023 se iniciaron 1,958 carpetas por este delito, pero solo en el 13.6 % se otorgaron medidas de protección, y apenas 182 sentencias condenatorias se han emitido en más de una década. Todo esto significa que el Estado no nos ve. No nos protege. Y mucho menos repara lo que la violencia nos arrebató como madres.
¿Cuántas estamos maternando desde las heridas, desde el dolor, desde la resistencia?
A veces me doy cuenta de que tengo dos hijas y dos historias. Una vivió la violencia. La otra, sus consecuencias. Una estuvo ahí cuando me rompieron el cuerpo y la voz. La otra, cuando intenté reconstruirme con lo que quedaba.
Mi hija mayor fue testigo. No de una pelea, sino de una violencia que invadió cada rincón de nuestra vida. Creció entendiendo cosas que nunca le expliqué. Vio mi cuerpo herido, mis miedos, mis fuerzas, mis intentos de seguir. Hoy tiene una convivencia más fluida con su papá. No lo juzgo. Lo entiendo. Su vínculo también es una forma de buscar respuestas. Sé que siempre se busca rearmar la historia desde un lugar donde todo duela menos. La violencia arrebata todo. En casa no hablamos de eso. No del ataque. No del miedo. No de lo que nos cambió para siempre. Y una parte de mí no sabe si callar las protege… o alimenta un silencio que ya no debería sostenerse.
Mi hija menor no presenció la violencia directamente. No vio los golpes ni las agresiones sexuales. Vivió la huida. Vio cómo dormíamos en hoteles, en casas de amigas, cómo perdía el trabajo. Me escuchó decir “soy sobreviviente” en voz alta. No conoce a otro papá ni a otra mamá. Solo tiene lo que hay hoy. Casi no convive con él. Para ella, la violencia es la ausencia.
Porque la tentativa no solo me rompió a mí. También atravesó a mis hijas.
Una vio el cuerpo. La otra, las ruinas.
Y las dos cargan con algo que no pidieron.
Después de un intento de feminicidio, ser mamá es más difícil. No puedes ofrecer estabilidad emocional cuando tú también estás intentando sobrevivir. No puedes estar plenamente presente cuando el miedo sigue viviendo en tu cuerpo.
A veces los resquicios de la violencia no se notan en las palabras, sino en los ojos, en la espalda tensa, en la forma de abrazar… o de no hacerlo.
¿Quién habla de la salud mental de hijas e hijos de sobrevivientes?
¿Dónde están los programas que los reconozcan como víctimas indirectas?
¿Dónde el acompañamiento psicológico real y continuo?
No existen. Porque ni siquiera nosotras somos plenamente reconocidas.
Ser madre después de sobrevivir es criar entre escombros. Es enseñar que están a salvo aunque tú no lo estés del todo. Es amar cuando aún tiemblas. Es sostener la casa con una mano… y el alma con la otra.
Y sí: a veces no lo hacemos perfecto.
Pero nos quedamos.
A las madres que sobrevivieron y siguen criando con el cuerpo lleno de memorias:
No somos cifras.
No somos casos aislados.
Somos mujeres que decidieron vivir.
Desde la sobrevivencia… también se materna.