Por Alejandro Flores Cancino
El intento de la presidenta Claudia Sheinbaum por cerrar uno de los capítulos más polémicos de la política mexicana —la reelección y el nepotismo— está siendo seriamente obstaculizado por Manuel Velasco Coello, un político que siempre ha sabido jugar con las leyes y las normas a su favor. La reforma, que busca entrar en vigor en 2027, es una medida que tiene la intención de frenar la perpetuación de los mismos intereses políticos al frente de los gobiernos, así como el uso del poder para beneficio familiar. Sin embargo, Manuel Velasco, en su rol de líder del Partido Verde en el Senado, ha marcado un claro obstáculo a través de su propuesta de que la reforma no se implemente sino hasta 2030.
¿Por qué la prórroga de tres años? La respuesta es estratégica, pero simple. El güero Velasco no solo está frenando una reforma, sino protegiendo un sistema que le ha sido favorable a él y a su partido durante años. Su apoyo y cercanía con figuras como Ricardo Monreal, quien controla Zacatecas, o con el gobernador Ricardo Gallardo, en San Luis Potosí, son indicativos de su interés por mantener a los actores políticos que le han permitido negociar y consolidar poder y por supuesto catapultarse de nueva cuenta en 2030.
El caso de Zacatecas y San Luis Potosí no son casos aislados. Estos estados son claros ejemplos de cómo el nepotismo ha sido y pretende ser ser usado como una herramienta para consolidar y perpetuar el poder en manos de unas pocas familias. Velasco lo sabe y no está dispuesto a romper con un sistema que lo beneficia tanto a él como a su partido. Los intereses del PVEM, siempre dispuestos a adaptarse a las circunstancias para asegurar su supervivencia política, se ven reflejados en sus movimientos. No es casualidad que el Partido Verde, con su histórica relación con el PRI y su apoyo a proyectos que favorecen a los más poderosos, se oponga a un cambio que pondría en jaque ese sistema.
Manuel Velasco es el ejemplo de lo que se quiere cambiar: un político dispuesto a utilizar todos los argumentos legales a su disposición para aferrarse al poder, en detrimento de una política más democrática y justa para los ciudadanos. Mientras Sheinbaum busca tomar un poco de aire al modernizar y limpiar la política mexicana, el exgobernador de Chiapas demuestra que, en la política, el juego sucio nunca está fuera de lugar.
Sin embargo, más allá de traiciones y alianzas, la reforma, por sí sola, no es suficiente para frenar el nepotismo ni la captura del poder por unos cuantos. La historia ha demostrado que, aunque se prohíba la reelección de ciertos actores, el problema se traslada a otros espacios: los familiares y operadores políticos simplemente cambian de partido o de cargo. En lugar de establecer restricciones arbitrarias, el verdadero reto es reforzar los mecanismos de fiscalización y control del financiamiento político.
El dinero sigue siendo el gran motor de las campañas, y sin reglas claras, los grupos de poder encuentran nuevas formas de mantener su influencia. Si realmente se quiere frenar la perpetuación de las mismas élites políticas, la clave está en garantizar transparencia en el financiamiento, en el uso de recursos públicos y en la rendición de cuentas, en el uso y abuso del poder. De lo contrario, la reforma será solo una barrera superficial, fácilmente evadida con nuevos pactos y alianzas.
Morena ya ha anunciado que aplicará desde ahora el criterio de anti-nepotismo dentro del partido, pero eso no significa que todos los demás seguirán el mismo camino. De hecho, partidos como el Verde podrían convertirse en refugios para aquellos políticos desplazados por la reforma, creando un nuevo circuito de simulación en el que las mismas familias siguen al frente, solo que bajo otras siglas.