La lista de funcionarios públicos mexicanos probos, dedicados y competentes no es pequeña. Las malas experiencias que algunas veces se hayan tenido con la burocracia o las noticias sobre prácticas ilegales que personal de cualquier nivel hayan llevado a cabo no opacan el brillo de mujeres y hombres que, comprometidos con el país, le han servido con más que horas de trabajo de escritorio.
Entre estos nombres se encuentra el de Jaime Torres Bodet. Al pronunciarlo, las miradas se aguzan y los rostros se vuelven solmenes porque su sólo nombre impone respeto. Ejemplo de servicio al Estado mexicano.
Fue escritor. En sentido amplio, mayúsculo. Miembro de una generación ilustre y polémica, la de Los Contemporáneos; se incorporó al servicio público y llegó a ocupar dos responsabilidades fundamentales para la construcción del México posrevolucionario: la Secretaría de Educación Pública, en dos ocasiones (1943-1946 y 1958-1964) y la Secretaría de Relaciones Exteriores (1946-1948).
El reconocimiento le llegó también de fuera: ocupó la dirección general de la UNESCO entre 1948-1952. Fue la segunda persona en dirigirla, sucedió al londinese Julian Huxley. En esos tiempos, que parecieran lejanos, México tuvo en don Jaime a un colaborador vertical. No sé qué tanto sea recordado entre las noveles generaciones de servidores públicos o en las aulas en donde se enseñan la ciencia de la administración pública, pero su obra debe conocerse. Los libros de textos gratuito y las grandes campañas de alfabetización son parte de su legado.
Además, fue un hábil negociador. Su intervención para solucionar el conflicto en la UNAM en la década de los cuarenta del siglo XX, al convocar a una junta de exrectores e impulsar una nueva la Ley Orgánica, que fue adoptada –sin cambiar una coma y que por su contundencia, pertinencia y claridad sigue vigente– durante el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, son testimonio de ello.
Ahora que se anuncian los nombres de las mujeres y de los hombres que participarán en el próximo gabinete presidencial, bien harían la primera Jefa del Estado mexicano como sus colaboradores en tener a Torres Bodet como uno de sus ejemplos de trabajo y seriedad.
No eligió la fecha de su nacimiento (17 de abril de 1902), pero sí la de su muerte (13 de mayo de 1974). Torres Bodet es arquetipo de hombre público cuya actividad moldeó una parte de las instituciones nacionales.