Por Mario Escobedo
La migración es un fenómeno que afecta a todo el territorio mexicano: sur, centro y norte. En el último siglo, México ha pasado de ser un país predominantemente expulsor de migrantes a convertirse también en un punto de tránsito y destino. En este contexto, resulta casi ingenuo pensar que los nuevos gobiernos, tanto de México como de Estados Unidos, no seguirán confrontando este tema, que sigue siendo una de las principales preocupaciones internacionales. Donald Trump, en particular, ha dejado claro durante años su postura sobre la migración, y con la proximidad de 2025, las tensiones no hacen más que crecer. México, que ya enfrenta enormes retos en este ámbito, ahora se ve presionado por las medidas que el gobierno estadounidense planea implementar. La situación es particularmente compleja en la frontera sur, donde estados como Chiapas se han convertido en puntos de entrada clave para miles de migrantes que atraviesan el país en busca de mejores oportunidades en el norte. Esta semana, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, reveló detalles de una conversación telefónica con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en la que se discutieron temas clave de migración y seguridad fronteriza. Según Trump, Sheinbaum se comprometió a tomar acciones para frenar el flujo migratorio hacia la frontera sur de Estados Unidos, una promesa que podría tener profundas implicaciones tanto políticas como humanitarias, especialmente en Chiapas, donde la presión sobre los recursos y la infraestructura es cada vez mayor.
A través de su red social Truth Social, Trump afirmó que la mandataria mexicana aceptó “detener la migración a través de México y hacia los Estados Unidos, cerrando efectivamente nuestra frontera sur”. Esta declaración, que claramente marca un cambio en el tono de las negociaciones, fue recibida con incredulidad por algunos analistas, quienes cuestionan la viabilidad de tales compromisos, dada la complejidad del fenómeno migratorio y las numerosas variables que inciden en él.
Por su parte, Sheinbaum, en sus declaraciones posteriores, matizó las afirmaciones de Trump, asegurando que en la llamada se discutió la estrategia de su gobierno para abordar la migración, pero en un tono muy distinto. La mandataria explicó que las caravanas migrantes no están llegando a la frontera norte porque son atendidas dentro del territorio mexicano, lo que implica un enfoque que busca gestionar el fenómeno de manera ordenada y, según sus palabras, humana. Además, Sheinbaum destacó la importancia de fortalecer la cooperación entre ambos países en temas de seguridad y el control de drogas, como el fentanilo, sin comprometer la soberanía de México.
La contradicción entre las versiones de ambos líderes es evidente. Mientras Trump subraya un acuerdo implícito para frenar el tránsito de migrantes y asegura que esto será un paso hacia el cierre efectivo de la frontera sur de Estados Unidos, Sheinbaum defiende un enfoque de colaboración y atención interna a la migración. A esto se suma el contexto de amenazas previas por parte de Trump, quien, días antes, había anunciado la imposición de un arancel del 25% a todos los productos mexicanos hasta que México logre «detener la invasión de migrantes ilegales y drogas», refiriéndose al fentanilo. La presión de Estados Unidos sobre México, una vez más, se siente en el aire.
Es necesario cuestionarse: ¿qué tan realista es el compromiso de Sheinbaum de “detener” la migración? ¿Está México dispuesto a asumir el costo humano de ser la contención de un fenómeno global tan complejo, sin que se vean reflejados esfuerzos similares por parte de Estados Unidos en áreas como el comercio, los derechos humanos o la cooperación en desarrollo social en los países de origen de los migrantes?
La llamada entre Trump y Sheinbaum no solo refleja la tensión en la relación bilateral, sino que también deja una serie de interrogantes sobre las verdaderas implicaciones de tales acuerdos. En un contexto internacional cada vez más polarizado, ¿quién realmente está tomando las decisiones sobre la migración? ¿Y qué sacrificios está dispuesto a hacer México para evitar las represalias de un poder vecino que sigue siendo un actor dominante en la región? El futuro de la migración en América del Norte está, quizás, más incierto que nunca.