Mitos y realidades / José Antonio Molina Farro

La historia carece de libreto.

Herzen

Hace unos días, en una suerte de cartografía de las ideas, nos reunimos Manuel Suasnávar, Juan Carlos Cal y Mayor y quien esto escribe. Con la hondura y solvencia del rigor intelectual, abrevé de su erudición y preclara inteligencia. Ambos intelectuales con formación académica y escuelas de pensamiento distintas, pero identificados por la reciedumbre de sus ideas, firmeza de convicciones y una formación humanista rica y completa. Despojados de todo lustre artificioso, repasamos pasajes esenciales de nuestra historia nacional y mitos que nos acompañan y nos detienen, en este siglo tan prolijo en mínimas certezas y múltiples incertidumbres. Temas variopintos nos ocuparon. Nuestro método: la mayéutica socrática, argumentos, contrargumentos, siembra de dudas para cosechar certezas, etc. Reflexiones sobre el presente a la luz de nuestro pasado. Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Baruch Spinoza, Marx, Guadalupe Victoria, Santa Anna, Juárez, Porfirio Díaz, Calles, Obregón, Vasconcelos, Cárdenas, presidencialismo decrépito, populismos, Estado de derecho, elección de jueces y magistrados, inseguridad, remesas, aranceles recíprocos, y un largo etcétera que incluyó los tres momentos fundacionales de nuestra gran nación mexicana. Por razones de espacio abordaremos tan sólo algunos mitos y distorsiones en la historia oficial mexicana. Ni la historia ni la vida pueden encerrarse en dicotomías o maniqueísmos.

Manuel de la Peña y Peña. Santa Anna nunca vendió más de la mitad del territorio nacional a los Estados Unidos. Es uno de los mitos más extendidos y más arraigados en el imaginario colectivo. Un año antes del Tratado de Guadalupe Hidalgo, Santa Anna ya había dimitido de la presidencia para

defender la Ciudad de México, la cual estaba en poder de los norteamericanos. Además, se encontraba exiliado en Colombia, cuando el presidente interino Manuel de la Peña y Peña, a quien dejó el gobierno firmó, con autorización del Congreso, el Tratado de Guadalupe Hidalgo a cambio de 15 millones de dólares. La cesión del territorio y el pago de la compensación fueron condiciones para poner fin a la invasión estadounidense. El ejército de los EEUU. ya había avanzado significativamente al interior del país, llegando incluso a la capital del país. Hay que decir que Peña y Peña, un liberal moderado, no quería un mayor derramamiento de sangre ni mayores horrores y penas para las familias mexicanas. Expresó su dolor en una carta conmovedora, por la situación y la pérdida de territorio para asegurar la paz y la estabilidad del país. No fue un vendepatria. Estudiosos afirman que el retorno de la paz en ese México convulso se debe a este presidente, a quien definen como “patriota abogado” y “ciudadano insigne”. El territorio no se vendía, ya estaba conquistado. No había más prioridad que alcanzar la paz a como diera lugar. Incluso el Tratado de Guadalupe Hidalgo permitió organizar elecciones, y una vez retirado el ejército invasor el gobierno pudo reorganizar la hacienda pública y el ejército, así como anexar de nuevo a Yucatán, que experimentaba un sangriento levantamiento maya. José Joaquín Pesado hizo una glosa en honor de este político: “Airada contra México, la Muerte/ Del pueblo que salvaste y tanto te ama/ Tu generoso espíritu divierte/ la paz te pierde, en su dolor te llama/ Amargo llanto en tu sepulcro vierte/ Y cubre tus cenizas con su rama”. En la Rotonda de las Personas Ilustres su lápida señala: “Al sabio comentador de nuestras prácticas forenses, al magistrado integérrimo que venció las pasiones políticas con el arma de la ley, al ciudadano insigne que presidió con dignidad el duelo de la patria”.

Santa Anna. La historiografía oficial lo presenta como un traidor, con ambiciones demoníacas. La ideología del Estado nunca quiso presentarnos la verdad, pues la imagen de Santa Anna tendría que revalorarse. Así como es un mito que vendió la mitad del territorio nacional, también lo es que “vendió” Texas. Ya no estaba en el poder. Texas se había declarado independiente  de  México  en  1836,  tras  la  batalla  de  San  Jacinto,  y

posteriormente anexionada a Estados Unidos. Dice la investigadora Carmen Blázquez: “Si Santa Anna no hubiera existido, la gente lo hubiera inventado”. “Santa Anna es como mirarse en un espejo, porque refleja a la sociedad de su tiempo”. Podemos decir lo mismo con Porfirio Díaz, si no hubiera existido el porfiriato lo hubiésemos inventado. Cierto es que, con la muerte de Lucas Alamán, el único capaz de controlarlo, su “Alteza Serenísima” perdió completamente el rumbo, dándose aires de emperador, gravando al pueblo con impuestos ridículos para sostener a su corte.

El Ahuizote de la época dijo: “La nación debió a este general importantes servicios. Su nombre está escrito en la epopeya de nuestros héroes…” aquel hombre que ha muerto ya bajó a la tumba sin pompa ni ostentación. Acabó sus días en la miseria más absoluta. Respetemos la memoria del héroe de la independencia, del proclamador de la república, y perdonemos los errores del gobernante…”.

Vale la pena detenernos. Para los habitantes de Turbaco, Colombia, Santa Anna es considerado “padre y benefactor”, aún hoy mucha gente lo idolatra. Tanto se le quiere que, según la revista Proceso, en 2019 había un proyecto para erigirle una estatua. Es un pueblo de tan solo 1500 habitantes que vivía en “chozas miserables”. Y vaya que hay motivos: restauró la iglesia y la casa sacerdotal, construyó el cementerio, amplió caminos para que pudieran transitar carruajes y creó un emporio agropecuario que generó muchísimos empleos para trabajadores hundidos en la miseria y reactivó la precaria economía local. Hoy día la que fue su residencia es sede de la alcaldía. Continuaremos.

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