Moldear arte, una tradicin ancestral

Foto: Ariel Silva

En Amatenando del Valle, la alfarería es un oficio que ha sobrevivido a lo largo de los siglos, un talento que ha pasado de generación en generación, de madres a hijas

Agencias

[dropcap]T[/dropcap]eresa empezó a moldear barro a los 11 años y, como decenas de mujeres que heredan el oficio de sus madres, se convirtió en alfarera en Amatenango del Valle, poblado del sureño estado mexicano de Chiapas, conocido por la excelencia de su alfarería cargada de motivos mayas.
«Empecé a trabajar desde pequeña, terminé la primaria y la secundaria. A los 11 años, empecé a trabajar el barro y hago de todo, pero más me piden jaguares, ranas, palomitas, cántaros de jaguares», señaló Teresa Bautista Gómez.
Amatenango, fundado en 1528 por mayas de la etnia tzeltal, es un poblado famoso por sus mujeres alfareras que desde los tiempos previos a la conquista heredan este oficio de sus propias madres para después transmitirla a sus hijas.
La alfarería se ha mantenido viva con el paso de los siglos. En las calles de esa localidad es posible ver a las mujeres ofreciendo palomas, vajillas, cántaros, gallinas, lunas, soles y jaguares.
Con casi 10 mil habitantes, Amatenango, situado en el centro del estado de Chiapas, se caracteriza por su cultura, sus tradiciones, sus costumbres, pero por encima de todo, es conocido por estas mujeres que recrean con el barro las formas de la naturaleza.
Es aquí donde las mujeres «Tozontajal» (alfareras en lengua tzeltal) juegan cada mañana para dar forma con sus manos al barro, material que han moldeado por décadas para el sustento de sus familias.
En su elaboración aún utilizan métodos prehispánicos: desde la recolección materias primas, que en principio toman de sus propias tierras, hasta que comenzó a escasear y ahora deben caminar varios kilómetros para adquirirla.
La llevan a sus casas, donde amasan, revuelven con arena o con arcilla para darle consistencia, luego moldean y pulen las piezas antes de ponerlas al fuego en los amplios patios de sus casas.
Algunas piezas pueden llevar de 15 días a seis meses en su elaboración, como los jaguares que recrean la cosmogonía maya o las vasijas que decoran con diversas tonalidades.
Desde que se amasa el barro, se va moldeando por partes la pieza hasta que llega a estar casi perfecta, se pule, se agrega dos días más para que se seque con la ayuda del sol, luego se quema por un par de horas y luego pasa al área de retoque.
«Nosotras no entregamos así, metemos poquita pintura, pintamos así en color natural con piedritas, negro y amarillo, lo sacamos de donde sale el barro», relata Paulina López Gómez.
Simona López Gómez, artesana de Amatenango del Valle, trabaja en el patio de su humilde casa, donde los visitantes pueden observar la elaboración de las piezas que tiene a la venta en sus estantes.
«Se tarda un mes para hacerlo», explica sobre un trabajo arduo que les deja poca ganancia.
«La verdad, ganamos muy poco, tengo un grupo de mujeres, todas trabajamos, cuando nos hacen el pedido todas nos repartimos el trabajo», declara.
Amatenango del Valle se localiza en los Altos de Chiapas. Tiene una extensión de 236 kilómetros cuadrados de campos fértiles para la siembra de maíz y frijol.
Los hombres se dedican a la agricultura, pero como sus ganancias solo las ven una vez al año, sobre las mujeres recae la mayor responsabilidad de sostener a la familia, al ser las encargadas de que nada falte en el hogar.
«Los hombres casi no participan mucho, sólo cuando no tienen trabajo en el campo nos ayudan y cuando tienen trabajo en el campo no nos ayudan», expresó Simona, que tiene más de 30 años dedicada a la alfarería.

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