La motivación para ejercitarse no depende solo de fuerza de voluntad. Nuestro cuerpo, emociones y entorno influyen más de lo que imaginamos.
Por Eugenio Fierro
Todos sabemos que hacer ejercicio es bueno, pero ¿por qué nos cuesta tanto empezar? Un estudio reciente publicado en Physiological Reviews revela que la motivación para moverse no depende únicamente de la disciplina. Surge de una compleja interacción entre biología, emociones, genética y entorno.
Nuestros antepasados tenían que moverse constantemente para sobrevivir: buscar alimento, huir de peligros o explorar territorios. Su cerebro premiaba la actividad física con sensaciones de bienestar. Hoy, en cambio, vivimos en un mundo donde la comida llega sin esfuerzo, el transporte es cómodo y el entretenimiento nos mantiene sentados. El cerebro ya no recibe las mismas “recompensas” por moverse, y eso explica parte de nuestra resistencia a ejercitarnos.
La ciencia también muestra que la motivación depende de cómo nos sentimos al hacer ejercicio. La actividad física libera neurotransmisores como dopamina y endorfinas, que generan bienestar y refuerzan el hábito. Pero experiencias negativas como dolor, fatiga o aburrimiento pueden desanimarnos rápidamente, incluso cuando sabemos que el ejercicio es bueno para nuestra salud.
El entorno social y físico juega un papel crucial. Contar con espacios verdes, seguridad, apoyo de amigos o familia y una cultura que valore la actividad física puede marcar la diferencia entre mantener un hábito activo o abandonarlo. Nuestra capacidad para moverse no depende solo de la decisión individual, sino también del contexto que nos rodea.
La fisiología individual también influye. No todos tenemos la misma capacidad cardiorrespiratoria, eficiencia muscular ni tolerancia al esfuerzo. Por eso, un mismo entrenamiento puede ser revitalizante para alguien y agotador para otro. Aquí radica la razón por la que muchos abandonan programas de ejercicio: no están diseñados para sus características y necesidades.
La conclusión es clara: la inactividad física no es pereza; es el resultado de una trama compleja de factores biológicos, emocionales y sociales.
Entonces, ¿qué hacemos con esta información?
Los investigadores coinciden: debemos dejar atrás el discurso de “solo necesitas fuerza de voluntad” y construir entornos donde moverse sea natural, placentero y accesible para todos. Diseñar experiencias positivas y adaptadas a las diferencias individuales es la clave para fomentar hábitos sostenibles. No se trata solo de correr una maratón o subir escaleras sin agitarse. Lo que está en juego es nuestra salud, nuestra calidad de vida y, en buena medida, nuestro futuro como sociedad.