Por años, el estudio de la prehistoria ha sido cosa de hombres, mientras que las mujeres están sometidas a ellos; pero lo cierto es que ellas también perseguían y cazaban mamíferos, fabricaban armas y joyas, y además construían viviendas
Berenice Chavarria Tenorio / Cimac Noticias
Al colocar en un buscador web la frase «mujeres y hombres de la prehistoria», se revela a través de imágenes una realidad que continúa permeando en la sociedad: la invisibilización de las mujeres.
En las ilustraciones alusivas a la prehistoria, ellos son retratados como «los fuertes», los encargados de cazar grandes animales y proveer el alimento para sus familias. Mientras que a ellas se les coloca en las cuevas, al cuidado de sus hijos y a la espera perpetua de su pareja.
«El hombre enarbola armas, abate fieras terribles, es fuerte, valiente, protector, está de pie; la mujer es débil y dependiente, a veces está ociosa, rodeada de niños y ancianos, sentada a la entrada de la cueva», relata la prehistoriadora Maryléne Patou-Mathis en su libro El hombre prehistórico es también una mujer
Por años, el estudio de la prehistoria ha sido cosa de hombres, mientras que las mujeres están sometidas a ellos; pero lo cierto es que ellas también perseguían y cazaban mamíferos, fabricaban armas y joyas, y además construían viviendas.
Entonces, ¿por qué rara vez se muestra este ángulo en los libros o documentales? Para Maryléne Patou-Mathis, la respuesta es sencilla: la historia de la evolución de la humanidad se estudia casi exclusivamente desde el punto de vista masculino, las relaciones que atañen a las mujeres pocas veces se toman en consideración.
Incluso las representaciones que se tienen sobre la familia prehistórica imitan «el modelo ideal de la familia occidental del siglo XIX: nuclear, monógama y patriarcal«, señala Maryléne.
Al respecto, la investigadora nacida en París asegura que no hay evidencia científica que sustente dichas representaciones, pues nada ha demostrado que los «hombres fueran superiores a las mujeres». Sin embargo, los primeros prehistoriadores en la sociedad patriarcal de la Europa occidental del siglo XIX consideraron que en el origen de los grupos humanos ocurría lo mismo que en su época, es decir, «que las mujeres eran inferiores«.
«No podemos pensar que en la prehistoria todas las sociedades eran iguales. A lo largo de la historia no es así y probablemente también en la prehistoria habría sociedades donde había más equilibrio entre unos y otros, lugares donde el hombre cazaba más u otros donde la mujer era la que más lo hacía. Hay que evitar pensar que todas nuestras sociedades son iguales y que todo era como nuestra sociedad actual», refirió la especialista en una entrevista con El País.
Una historia que propicia la violencia feminicida
Desde hace siglos es posible identificar una narrativa que desprecia y busca borrar a las mujeres. Por años los hombres han sido considerados como los seres heroicos que tienen que sacrificarse para ir la guerra, mientras las mujeres quedamos supeditadas a lo que ellos desean, en los hogares; esto ha reducido nuestra vida a la exclusión, discriminación y violencia.
El cuerpo de las mujeres se percibe como «un capital» y una máquina biológica que las obliga a convertirse en madres, pero al mismo tiempo se considera como un «riesgo» y la causa de todos los males de la humanidad. Esta narrativa ha permeado en nuestras experiencias, las de antaño y aun las actuales.
«Histéricas», se nos ha dicho por décadas. Hipócrates, quien acuñó este término, aseguró que se trataba de una «posesión del cuerpo femenino por el diablo«. Débiles e ignorantes, «las mujeres constituyen una raza débil, en la que no se puede confiar y de inteligencia mediocre», aseveró Epifanio, obispo y escritor bizantino.
Incluso el filósofo Aristóteles se refirió a las mujeres como incapaces y nos definió como «machos mutilados» y «machos estériles». Platón abonó a esta idea y planteó que somos nosotras quienes «corrompen a los hombres» inocentes; nosotras, «hombres fallidos dominadas por un útero«, expresó Platón.
Esta ideología surgida desde hace siglos ha provocado desigualdades que hasta hoy ocasionan extremos niveles de violencia en países marcados por el machismo y la misoginia, tal es el caso de México.
De acuerdo con una investigación realizada por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), coordinada por la socióloga Jimena Valdés Figueroa y Nelson Arteaga Botello, un feminicidio es un crimen que busca reforzar el «control, la disciplina y la autoridad sobre las mujeres«.
En el análisis se detalla que:
«El incremento de la violencia hacia las mujeres en diferentes espacios (el trabajo, la familia, la calle) se entiende en este contexto en el cual los hombres, acostumbrados a una perspectiva basada en roles androcéntricos, buscan restablecer el viejo orden».
Esta deconstrucción narrativa nos permitiría acercarnos a saber cómo se va configurando la violencia sobre los cuerpos y vida de las mujeres y si esto lo materializamos en nuestra realidad, hoy, en México tenemos mil 158 asesinatos violentos de mujeres solo de enero a abril de 2022, de los cuales únicamente 310 se investigan como feminicidio, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Estos actos violentos no son aislados, sino un resultado de una estructura social sustentada en discursos de odio y discriminación hacia las mujeres que se han fomentado a lo largo de la historia, los mismos que han imperado en la sociedad y han sido base para forjar una cultura machista.