Nandayapa y su imborrable huella en la música chiapaneca

Su inquietud académica y musical lo llevaría a buscar nuevos derroteros para el instrumento. Gracias a su amistad con los maestros Homero Valle y Carlos Luyando, es invitado a participar en la Sinfónica Nacional. Pero será su relación con el director de ésta, Carlos Chávez, la que permitirá a Zeferino Nandayapa una revaloración del instrumento y con ello, nuestra marimba, acostumbrada a pasearse de salón en salón y de fiesta en fiesta, ingresó formalmente a la música académica

Raúl Vera /Colaboración

[dropcap]A[/dropcap] lo largo de este tiempo en que he ejercido el oficio de investigar a los marimbistas, el personaje de Zefereino Nandayapa (1931-2010) se entrecruza en diferentes tiempos, lugares y en la vida de varios músicos a los que me ha tocado documentar; aparece en diferentes décadas y con diferentes motivos, que van desde la creación, hasta como figura de embajador musical.
Zeferino es parte fundamental en esta historia colectiva que apenas estamos comenzando a escribir y analizar los chiapanecos. Hasta ahora sólo hemos disfrutado la marimba y su versatilidad, pero no nos habíamos dado tiempo de sentarnos a revalorarla y a meditar sobre su importancia en la identidad de nuestro ser chiapaneco.
Agradezco al Mueso de la Marimba por esta invitación y sobre todo, por estar al lado de amigos con los que compartimos los mismos intereses y vamos por el mismo sendero, el de conocernos y exaltar nuestros valores como pueblo.
En esta historia de más de 100 años de la marimba cuache y por ende, de nuestros marimbistas, el personaje de Zeferino Nandayapa es piedra angular en el desarrollo de la ejecución del instrumento, pero sobre todo en su proyección y su revalorización.
El apellido Nandayapa se comienza a mencionar en la música de Chiapas, desde el periodo de las bandas de música promovidas desde mediados de siglo XIX, cuando su abuelo Manuel Cruz Nandayapa, su tío Ataulfo Nandayapa y su padre Norberto, integran la Banda de Música de su pueblo.
Recordemos que desde el siglo XIX, con el México independiente, la banda de viento era una expresión musical extendida en toda la República Mexicana, a tal grado que el autor de la música del Himno Nacional, Jaime Nunó, llega a México invitado por Antonio López de Santana, para coordinar las bandas existentes en el país.
La invitación al cargo no correspondía con las condiciones de un país incomunicado, difícil de transitar, con guerras intestinas y constantes intentos de invasión por parte de otras potencias, como Francia y Estados Unidos. Aunque que también nos dice que la música de banda, con su marcialidad, levantaba la moral de los ejércitos; por ello el oficio de músico de banda era común y se encontraba en toda la recién creada República Mexicana.
Zeferino nace en esta familia de músicos que, en las primeras décadas del siglo pasado, adoptaron a la marimba como instrumento, construyéndola y ejecutándola; son pues, marimberos y marimbistas. Su primo René Ruiz Nandayapa y su hermano Alejandrino, son parte de esta dinastía musical.
Zeferino nace y se desarrolla en pleno auge nacionalista, el de los años 30, justo cuando las diferentes tradiciones musicales que existían en el territorio mexicano, fueron elevadas a rango de folclor e identidad regional. El mariachi en Jalisco, la trova en Yucatán, la marimba en Chiapas.
Recordemos que si bien la marimba aparece en la época de la colonia española, será en pleno Porfiriato y en el periodo post revolucionario cuando se desarrolla técnicamente, convirtiéndose en el espacio propicio para desarrollar la música promovida en ese periodo, los sones regionales y la clásica, en moda durante todo ese periodo.
Zeferino transita por la música popular; recordemos su paso por la marimba «Carta Blanca» junto a los hermanos Danilo, Paco, Amet Gutiérrez García y «El Chato» Vidal. Etapa que terminará después de vender su marimba y desertar del Ejército, en Veracruz.
El joven Zeferino, que partió a México huyendo de los castrenses, para continuar sus estudios en la materia llevaba en su memoria, la escuela musical de su abuelo, tío y padre, quienes aprendieron solfeo y piezas clásicas con la música de banda de viento y después incorporaron ese conocimiento a la marimba.
Los hermanos Solís, oriundos de Comitán, en una gira por Chiapas en 1908, demostraron la universalidad de los marimbistas y del instrumento para ejecutar música clásica o académica. Más adelante, los hermanos Gómez de Tuxtla seguirían esa ruta. En 1895, recién nombrada Tuxtla como capital del estado, David Gómez Solana creó el vals Tuxtla, obra escrita originalmente para piano y que después fuera adaptada a la marimba. Son memorables los conciertos de música clásica que los hermanos Gómez realizaron en el Teatro del estado, después llamado «Emilio Rabasa».
Para los años 50 y 60, la marimba era considerada un instrumento de percusión que servía en la música popular, en sí, un instrumento menor pero que gozaba de éxito. Solamente en la ciudad de México se instalaron tres de las más exitosas marimbas chiapanecas, «Lira» de San Cristóbal, de los hermanos Domínguez; «La Popular Cuquita» de los hermanos Narváez; y «Los Hermanos Paniagua», dirigidos por «Chendo» Paniagua. Todas tenían lugares privilegiados en estaciones de radio; las marimbas chiapanecas eran exitosas en sus diferentes estilos.
En los años 60, las marimbas orquestas promovidas por el presidente de la Colonia Chiapaneca, licenciado Pinto Meneses, todas de la Costa de Chiapas, Perla del Soconusco y Corona de Tapachula, ampliaron el mercado de nuestros marimbistas.
Hubiera sido fácil para el maestro Zeferino mantenerse en esa corriente de la marimba orquesta, o tomar el ejemplo de Alberto Domínguez, que había estudiado piano en la escuela libre de música y el conservatorio nacional, pero que desarrolló su obra musical en la popular, música de bolero.
Para los años 60, en Chiapas ya habían desaparecido los cuartetos clásicos; la música clásica en marimba dejó de ser ejecutada con la desaparición del Cuarteto de los hermanos Gómez y los hermanos Solís, de Comitán, partieron a la unión americana desde la primera década del siglo XX. Zeferino, ya instalado como profesional de la música en la Ciudad de México, emprende la aventura de formar su Cuarteto Clásico con la intención de adaptar obras de música clásica a nuestro instrumento; fueron célebres interpretaciones, entre las que recuerdo con aprecio «Rapsodia en Azul», de George Gershwin.
La inquietud académica y musical Zeferino lo llevarían a buscar nuevos derroteros para el instrumento. En esa década, gracias a la amistad de Zeferino con los maestro Homero Valle y Carlos Luyando, es invitado a participar en la Sinfónica Nacional. Pero será su relación con el director de ésta, Carlos Chávez, y exdirector de Bellas Artes, la que permitirá una revaloración del instrumento y sus posibilidades en concierto y no sólo por percusiones, como hasta entonces había sido usado.
La relación rindió sus frutos, al participar en el estreno de la obra «Tambuco» de Carlos Chávez. Y con ello nuestra marimba, acostumbrada a pasearse de salón en salón y de fiesta en fiesta, ingresó formalmente a la música académica.
Este feliz encuentro hizo que Zeferino abandonara el piano, el cual había sido el motivo principal para estudiar música y retomar de manera formal la marimba; aunque en la historia musical de Zeferino se puede contar la incorporación de otras tradiciones musicales, como la música Israelita y el jazz.
Recuerdo con agrado una presentación de Zeferino, en donde interpretó «Take Five», de Paul Desmond. Fue un agradable acercamiento al Jazz. Zeferino nos acercó con su marimba a otros estilos musicales y a la vez abrió la puerta para que la marimba chiapaneca fuera conocida en todo el mundo.
Él retomó esta corriente de música académica que se inició en Chiapas a principios del siglo XX, pero no tuvo la fortuna de que la tecnología la difundiera y sólo quedó en el recuerdo de nuestros abuelos.
Contaba Zeferino que en una ocasión asistió al músico-poeta, Agustín Lara; éste quedó complacido con su acompañamiento y al pedirle un autógrafo, Lara le dedicó unas palabras, que resume lo que Zeferino realizó en su vida, como músico y chiapaneco.
Agustín Lara le escribió: «Tú que tocas todo, nunca toques la puerta del olvido».
Con estas palabras haciéndole eco en el alma, la marimba chiapaneca lo acompañó por todos los lugares del mundo que pisó. Nos toca continuar el legado para que la marimba siga tocando, pero no las puertas del olvido…

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