La pandemia, el cambio climático, los conflictos armados y las economías criminales le aumentaron 32 años a la brecha de género que en el 2020 se pensaba sería de un siglo
Diana Hernández Gómez / Cimac Noticias
En 2020, el mundo iba a necesitar 100 años para poder cerrar la brecha de género entre hombres y mujeres y alcanzar la igualdad. Apenas dos años después, la pandemia, el cambio climático, los conflictos armados y las economías criminales sumaron 32 años más a esa larga espera.
De acuerdo con el Índice Global de la Brecha de Género 2022 del Foro Económico Mundial, entre 2021 y 2022, la brecha de género se cerró del 67.9 al 68.1 por ciento. En el ámbito de oportunidad y participación económica, la distancia entre hombres y mujeres disminuyó en un 60.3 por ciento. Además, en salud y supervivencia, la brecha está cerrada en un 95.8 por ciento.
Por el contrario, en el ámbito de la educación, la brecha se abrió del 95.2 al 94.4 por ciento. Y, en el tema del empoderamiento político, el mundo se encuentra estancado en un 22 por ciento. En el ámbito del acceso a la salud también hay un estancamiento que hace difícil medir el avance en la igualdad de género.
El capitalismo bárbaro y la brecha de género
Para Saadia Zahidi, directora general del Foro Económico Mundial, entre los factores que no permiten un avance significativo para cerrar la brecha de género se encuentran el encarecimiento de la vida, los conflictos locales e internacionales en diferentes regiones del mundo y el cambio climático. Pero vamos por pasos.
Para explicar cómo nos afecta el encarecimiento de la vida, los conflictos armados y el cambio climático es importante mencionar que, según el Índice Global, las mujeres acumulamos un 65 por ciento menos de riqueza que los hombres a lo largo de nuestras vidas.
Por si fuera poco, de acuerdo con un informe del Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre, durante la pandemia de Covid-19, las mujeres dejaron de percibir ingresos equivalentes a 800 mil millones de dólares. ¿La razón? Con las escuelas cerradas, los despidos y los familiares enfermos, las mujeres emplearon cerca del 55 por ciento de su tiempo libre en trabajos de cuidado no remunerado.
Así, con menos dinero y más trabajo en casa, el acceso a servicios de salud, alimentación y educación se recortaron. Además, la participación de las mujeres en el ámbito de la participación y el desarrollo económico de las mujeres disminuyó.
Detrás de esto hay un sistema económico pensado principalmente para varones: el capitalismo. Históricamente, este sistema de raíces patriarcales se ha basado en la reclusión de las mujeres al espacio doméstico para seguir cuidando a la familia. Pero más que cuidar, su labor también es reproducirse y procurar un linaje que siga administrando la riqueza.
A pesar de los siglos de lucha contra este sistema —y de las batallas que se han ganado en todo este tiempo—, el hecho de que las mujeres tengamos menor acumulación de riqueza deja ver que la resistencia del capitalismo voraz no cede por completo. Incluso se podría afirmar que, por el contrario, encuentra formas cada vez más crudas de hacer de las mujeres una de las bases para sostener su economía.
Tal como explica la teórica feminista Rosa Cobo Bedía, en el sistema capitalista, las mujeres y nuestros cuerpos son vistos como mercancía o como fuentes de servicios que ayudan a sostener a las economías en subdesarrollo. La prostitución, los vientres de alquiler y la explotación en las labores domésticas son algunos de los rostros de esta mercantilización.
Incluso cuando las mujeres se resisten a ello, hay situaciones a nivel global que permiten —y hasta propician— estos tipos de explotación. Dos de ellas son, justamente, los conflictos armados y el cambio climático.
Año con año, ambas problemáticas provocan el desplazamiento forzado de miles de mujeres que se quedan sin recursos para subsistir en sus lugares de origen. Sin embargo, el salir de estos lugares las expone a la trata de personas y, con ello, a la explotación sexual y laboral (entre muchas otras formas de mercantilización).
Otros factores que perpetúan la desigualdad
La brecha de género no sólo tiene que ver con el capitalismo: también se relaciona con las estructuras sociales que no permiten que la lucha feminista tenga los alcances reales que ha conquistado con el paso del tiempo.
En tales estructuras reposan exigencias sociales hacia las mujeres que todavía reinan en diferentes comunidades. Además, la desigualdad laboral impide que haya salarios equitativos entre hombres y mujeres. Y, en el ámbito legal, la corrupción y la negligencia de los sistemas de justicia hace que los derechos de las mujeres no sean respetados ni siquiera por las mismas autoridades.
Por otro lado, en campos como la salud, la infraestructura deficiente y la falta de presupuesto impiden que las mujeres reciban atención especializada en aspectos como el cáncer de mama o la salud reproductiva. En México, un reciente recorte presupuestal en esta esfera muestra que la brecha de género en atención a la salud está lejos de cerrarse.
Faltan 132 años para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres. Para lograrlo, dice el Índice Global de la Brecha de Género 2022, es necesario crear políticas locales e internacionales pero también mejorar todos los problemas estructurales que siguen ampliando la desigualdad. Esto significa combatir también el cambio climático y pensar en sistemas económicos que dejen de sostenerse en la explotación de las mujeres.