Mientras sorteamos una pandemia que no concluye, una invasión militar y una guerra por la información, las desigualdades se agudizan y el respeto a los derechos humanos parece ser una retórica que se invoca para justificar su violación, ¿a quién voltear a ver?, ¿en quién inspirarse en estos tiempos en donde todo parece descomponerse?, ¿existen ejemplos de personas que, con su trabajo, hayan contribuido al cambio del rumbo de la humanidad que, a ratos, parece atrapada en un círculo de autodestrucción?
En momentos de decepción, encontrar la acción humana que aliente a seguir resulta primordial. La respuesta las preguntas anteriores –que es a la necesidad de no sentirse sin rumbo– es una mujer que venció dos veces al cáncer y con apariencia de fragilidad, se reveló como una de las campeonas en la lucha por los derechos de las mujeres, en particular, marcando un parteaguas en el mundo jurídico estadunidense, influyendo en toda una generación y mudando su condición de profesora y abogada a justice –ministra de la Suprema Corte, se diría en México– a un ícono cultural.
Ruth Bader Ginsburg ganó el derecho de estar en la historia con su propia vida y su papel en la Corte Suprema de Estados Unidos. Judía, integrante de una generación de 23 mujeres entre 500 hombres que estudiaron leyes en Harvard, graduada como la primera de su generación en la Universidad de Columbia, porque junto su familia se mudó a Nueva York, y rechazada al buscar trabajo por ser mujer, encontró en la docencia el espacio para pensar la realidad y hablar sobre lo que para el sexo dominante era inexistente o irrelevante: la discriminación. Su tarea no fue menor: buscó –y con los años lo logró– transformar el derecho. Por ejemplo, gracias a su seriedad en el estudio y a su constancia como abogada, el caso Reed revolucionó la manera en que se entendían los derechos, ya que la Corte Suprema invalidó, fue la primera vez, una ley por hacer una diferenciación basada en el género. Eso, por sí mismo, ya es motivo de encomio; sin embargo, su presencia fue más allá de conseguir un logro para todas y para todos.
Nominada en 1993 por el presidente Bill Clinton, fue la segunda justice desde la creación de EE. UU., y al jubilarse en 2006 Sandra Day O»Connor, fue la única mujer en la Corte. Era una presencia que, desde entonces, disentía, en un mundo considerado para hombres, y para un tipo de hombres. Después vinieron otras mujeres en ese alto tribunal. Ella les franqueó el acceso.
De posiciones liberales, aunque sin extremismos (quería modificar el orden cosas, con gradualismos y sentido pragmático), el sello de Ginsburg fue el disenso. Su clara e inteligente argumentación frente a sus pares, y una convicción por hacer evidente las profundas desigualdades y desventajas de segmentos de la sociedad, escondidas debajo de un manto falsamente igualador, la hicieron volverse una persona notoria. Shana Knizhnik fue la responsable de nombrarla Notorius R.B.G., en un juego de palabras con el nombre del cantante de rap Notorius B.I.G. Y eso fue: una mujer notoria: playeras, tatuajes, tazas, caricaturas, han hecho que ella y lo que significa se socialice, difunda y comparta. Una nueva generación de abogadas encuentra en ella una inspiración y un ejemplo. Todos deberíamos ver, además, en su figura a una defensora de las mejores causas de la sociedad: la libertad y la democracia, que siempre están en riesgo.
En la historia judicial estadunidense no hay nadie que se le compare a Ruth Bader Ginsburg. Es poco probable que haya otra u otro justice como ella que, ubicada entre siglos, entienda los cambios de la sociedad y contribuya un futuro distinto, uno que se piense mejor. Como lo dijo John Roberts, chief justice, en ocasión del fallecimiento de Ginsburg en 2020: fue una campeona de la justicia.
Ella, gigante y luminosa, es motivo de esperanza en un momento en que los más profundos miedos de la humanidad afloran.