Los ensayos sobre lo mexicano son numerosos. Incluso, se podría decir que existe una especie de mexicanología en una parte de la comunidad académica nacional y extranjera que, con rigor, en ocasiones, y con más atención a la coyuntura que otra cosa, busca explicar la «excepcionalidad mexicana», a la manera de la «excepcionalidad estadunidense»; sociedad, esta última, que se piensa como única y mejor que otras. Lo cierto es que todas las culturas se ven a sí mismas como únicas y mejores. No sé si calificar eso como exceso de amor propio, chovinismo o, incluso, xenofobia.
La sociedad y la cultura mexicanas han sido revisadas a partir de su eterna melancolía, la capacidad para mantener sus mitos y la zozobra permanente por el futuro. Sin proponerse una obra de esa naturaleza, una que examinara deliberadamente el ser y el estar del y de lo mexicano, Carlos Fuentes brindó un profundo estudio –sin tener un canon académico, propiamente–.
Muchos días han pasado desde la primera edición de Tiempo mexicano (1971), que vio la luz en los años de la lucha por la modernidad y su vigencia –inquietante– no está en duda. Al leer los ensayos que integran el libro, no sólo se advierte la actualidad del pensamiento de Fuentes, sino que se vuelve ruta para la comprensión de la historia nacional, de sus temas políticos, culturales y sociales. No es avaro con sus juicios; por el contrario, sus observaciones ayudan a entender algunos de los eventos que marcaron al país: el asesinato de Rubén Jaramillo y la matanza del 10 de junio, por ejemplo. Por supuesto, estas no son páginas asépticas, que no refleja la opinión de quien lo escribe. El autor tiene una clara preferencia hacia personajes, ideas o momentos, como se muestra al explicar el Jueves de Corpus. No fue Echeverría, reflexiona, lo hizo la derecha gubernamental. Pero su obra –tanto en singular como en plural– se encuentra más allá de estas personalísimas opiniones.
La preocupación de Fuentes –y la de los mexicanos, a decir de él– es el tiempo, ese que prolonga y que, de vez en vez, como caja musical, suena y hace recordar, como si siguiera a un lado, que el pasado muta en presente y pretende modificar el devenir:
«La coexistencia de todos los niveles históricos en México es sólo el signo externo de una decisión subconsciente de esta tierra y de esta gente, todo tiempo debe ser mantenido. ¿Por qué? Porque ningún tiempo mexicano se ha cumplido aún. Porque la historia de México es una serie de Edenes subvertidos a los que, como Ramón López Velarde, quisiéramos a un mismo tiempo regresar y olvidar».
Ayer como hoy, las ideas de Fuentes resuenan en las diversas áreas de la vida nacional y tienen especial eco en la política. Su libro se publica en los años del más duro autoritarismo: un sistema político cerrado, disciplinado y persecutor de la disidencia. Todo –o casi todo– dependía de un hombre: Cárdenas, Ruiz Cortines, Díaz Ordaz, Echeverría y otros, dispusieron de recursos y vidas. Los ávidos de un mejor futuro (personal) se plegaban a sus decisiones así les fueran desfavorables al momento o fueran contrarias a sus convicciones. Cinco décadas después, el país cambió: hay una democracia en eterno perfeccionamiento e instituciones que buscan moderar los ánimos de omnipotencia gubernamental. Sin embargo, como en aquel tiempo, pareciera ser que la vida política empieza a ser dominada por un apetito personalista ya sea en el municipio, el estado o el país entero. Sujetos que se arrogan la voluntad popular, olvidándose que la vida colectiva requiere, de forma irremediable, que nadie concentre todo el poder y no se colonice el pensamiento instalando un mantra que sea un falso paliativo (porque ni eso es) de los agravios del pasado.
Sorprende y, acaso, alarma que Tiempo mexicano sea tan actual. ¿Será porque el tiempo es inagotable e indescifrable?, ¿acaso porque el y lo mexicano se esconden y sólo muestran lo que les conviene, aunque eso no represente su esencia?, ¿tendrá algo que ver que el pasado, con su falsa pulsión propia, se empeña en aparecer como futuro?, ¿será que la sombra del tiempo ido es más densa que el deseo crear lo nuevo?, ¿es porque existe el eterno retorno?