No sé conducir…sí, sí, júzguenme todo lo que quieran, pero es un reto que no logró desbloquear a pesar de haber llevado un curso y los intentos de mi hermana y mis amistades porque pierda el miedo a esa actividad. Hace unos años me di por vencida y dije «hay personas que mueren sin manejar un auto así que seré de ese #Team». Pero, por la pandemia cambie de opinión y decidí intentarlo de nuevo. No se vayan…esto no se trata de mi miedo a conducir esto tan solo son los antecedentes.
Debido a mi renuencia a manejar, la tarea de transportarme la tienen otras personas, regularmente los trabajadores del volante, y otras veces mis afectos que son muy generosos y vienen hasta Narnia (el lugar donde vivo) para dejarme o traerme (tienen segura su bolsa de navidad para este año).
En el transporte público me ha pasado de todo, podría hacer un libro si me dedicara a contar las anécdotas que me han pasado en los taxis (sin tomar en cuenta los colectivos o el extinto conejobus).
Debo de confesar que mi renuencia a manejar también se debe a que disfruto mucho no tener a mi cargo esa responsabilidad, ir como pasajera me permite usar ese tiempo para leer, escuchar podcast o música (no quisiera tener que dejar de oírlos para tener que ver bien cómo estacionarme).
Pero, lo que más me disuade de conducir es que el tráfico en Tuxtla es salvaje, me sorprende cómo una ciudad pequeña puede tener tantos vehículos y el servicio del transporte público es deficiente. No tenemos una opción barata y segura. Ha sido el gran pendiente de varias administraciones en la entidad, que no han logrado dar una alternativa para Tuxtla y Tapachula. El tema del conejobus fue un fracaso en la extensión de la palabra.
El transporte público en las ciudades tiene inconformes a todos, tanto usuarios como concesionarios y trabajadores del volante. El servicio es malo y en ello hay coincidencias, no hay medidas de seguridad para las personas usuarias, y la forma en cómo se han entregado las concesiones es altamente cuestionable.
Hace unos días se anunció que entraría a la ciudad la aplicación de Uber y la mayoría de las personas usuarias lo tomaron a bien. En lo personal cuestiono el modelo de negocio de este tipo de aplicaciones, se me hacen profundamente desventajosas para quienes se «autoemplean» en ello; pero debo de confesar que confíe en que este servicio ayudaría a mejorar el transporte público. Aún no tenemos certezas de cómo va a terminar el desenlace de este episodio. Por un lado el Secretario de Transportes del Estado, Aquiles Espinosa García dice que se castigará a quienes ofrezcan el servicio y no tengan concesión; pero por otro lado Uber asegura tener un amparo federal.
Las personas usuarias y los trabajadores del volante, que no los concesionarios que se cuecen aparte, quedamos en medio. Los choferes tienen su propia historia que contar…y las y los que usamos el transporte público seguimos esperando opciones de transporte de calidad, seguro y a un precio razonable.
El tema está en la mesa y no solo se trata de que entre o no la aplicación de Uber, esta es una oportunidad para resolver el problema de fondo. Se necesita algo de más largo aliento y no solo salir del paso como se ha hecho durante tantas administraciones.