Oppenheimer, del cine al mundo real / Claudia Corichi

Este fin de semana por fin pude ver Oppenheimer, el aclamado filme de Cristopher Nolan ganador de 7 óscares entre ellas mejor película; además de las grandes actuaciones y la notable trama, más importante es reflexionar sobre el antes y el después de este episodio de la historia que relata el proyecto Manhattan en Los Álamos (Nuevo México), la creación por parte de un grupo de brillantes científicos de un arma de destrucción masiva en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Es impresionante ver cómo celebran su descubrimiento por el aporte teórico-práctico y saber que, hasta que las bombas se lanzaron quedó claro que la ciencia fue usada como un instrumento de defensa, pero no para beneficio de la humanidad. Desde entonces la carrera armamentista no paró. El mismo Oppenheimer pronunció 20 años después de la bomba atómica “me he convertido en la muerte, destructor de mundos”; era tarde.

Justo hace unos días, el secretario general de Naciones Unidas hizo un nuevo llamado sobre las armas nucleares cuyos Estados poseedores se niegan a atender siquiera la Agenda de Desarme planteada por el organismo. Para Antonio Guterres, las tensiones geopolíticas y la desconfianza han elevado el riesgo de guerra nuclear a su punto más alto en décadas. Además de manifestar que la humanidad no puede sobrevivir a una secuela de Oppenheimer, advierte que el reloj del juicio final está haciendo tictac con fuerza.

La caída de las bombas atómicas en Japón ocurridas en 1945 habrían matado a 250 mil personas en Hiroshima y Nagasaki, tan sólo la mitad de ellas en los días de los bombardeos. Y la herida planetaria sobre la incineración de ambos territorios se mantiene casi 80 años después. Los llamados de Guterres y del Papa Francisco quien califica de “inmoral” la posesión de armas nucleares han tenido como respuesta el aviso del líder ruso Vladímir Putin de que su país no descarta un ataque nuclear si existe una amenaza a su soberanía o independencia, al tiempo que llamó a Estados Unidos a abstenerse de acciones que puedan desencadenar un conflicto nuclear.

Guardando las proporciones del daño que ocasiona la bomba atómica, las muertes se suceden imparables en conflictos vigentes. Se cifra en 31 mil el número de soldados ucranianos caídos en combate mientras que las bajas en el bando ruso alcanzarían las 180 mil. En Medio Oriente, desde el inicio de la ofensiva israelí hace cinco meses han perdido la vida 32 mil gazatíes.

La OTAN, que agrupa a 31 naciones de Europa, Canadá y Estados Unidos, acordó establecer desde 2006 un gasto mínimo en defensa del 2% del PIB; si bien la mitad de los socios no cumple con esa exigencia, el presupuesto ha ido en aumento desde la invasión de Ucrania en 2022.

Según la ONU, en el mundo hay actualmente unas 12 mil 500 armas nucleares. Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido, son las naciones que más arsenal poseen. Aunque en menor proporción, Pakistán, India, Corea del Norte e Israel completan la lista.

El mundo mira con impotencia los actuales conflictos bélicos que tienen impacto global. Como ha dicho el propio Antonio Guterres, el Consejo de Seguridad, el principal instrumento para la paz de la ONU, está paralizado, incapaz de hacer frente a la barbarie que se desarrolla desde hace meses. Evitemos una catástrofe humana, la cultura de la paz es una apuesta urgente.

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