No reelección, sí ambición
La no reelección y la lucha contra el nepotismo electoral son dos banderas que suenan bien, que visten de moralidad al sistema político y que prometen una democracia más limpia.
Pero lo hemos dicho antes: la democracia es un pájaro en el horizonte. Que nadie se llame a engaño. Si algo mueve a la política por lo general, no es la virtud, sino la ambición.
El Congreso de Chiapas acaba de aprobar la reforma constitucional que prohíbe la reelección inmediata y limita la participación de familiares en la competencia electoral.
Aplausos, fotos y discursos de rigor.
Se fortalece la democracia, dicen.
Se combate la corrupción, repiten.
Pero ¿se trata de limpiar la casa o solo de cerrar la puerta a quienes no forman parte del nuevo orden?
Maliciosamente la historia nos recuerda que cuando un grupo de poder impone reglas, lo hace pensando en sí mismo.
La reelección no fue lo mejor, pero tampoco la prohibición garantiza el fin de los cacicazgos. Los apellidos acostumbrados a heredar encontrarán la forma.
Son mañosos. Y la solución no solo es legal. Debe ser política. Es de cultura democrática.
Porque el problema no es la reelección. Es quién se perpetúa. Y cómo lo hace.
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