Hay quienes piensan que mantener a raya los contagios vale cualquier precio, sin embargo, otros ven más valiosas las tradiciones, incluso en tiempos de COVID-19
Lucero Natarén / Aquínoticias
Entre las costumbres y tradiciones que posee el pueblo de Chiapas, se encuentra el velar a sus muertos, hacer un cortejo fúnebre y posteriormente enterrarlo, dándole la oportunidad de «descansar en paz» y que sus cercanos puedan despedirse.
Para efectuar este rito, se lleva a cabo un conjunto de actividades en la que participan un gran número de personas, situación que contraviene las medidas preventivas ante esta contingencia sanitaria actual.
Entre las limitaciones que las autoridades de salud han emitido en todo el país está el evitar que se practiquen los rituales funerarios, mismos, que según ciudadanos, se hacen desde los antepasados. Dejarlo de hacer aunque la persona no haya muerto por coronavirus, es absurdo, expresan.
Los rituales que se practican en las comunidades, por ejemplo, del municipio de Tonalá, es que, tras la muerte de una persona, se hace la velación,– si murió por la noche, se sepulta por la tarde del siguiente día-, cabe destacar que se «corre la voz», lo cual se traduce en muchas personas conglomeradas por muchas horas, sobre todo si se anuncia la muerte por la radio, esto, con el fin de que los dolientes puedan asistir a darle el último adiós.
En caso de que la persona haya fallecido por la tarde, este puede tardar hasta dos días velándose en casa, para luego ir a enterrarlo.
Para hacer el entierro, primero, si eres católico o practicas otra religión, se hace una misa o culto de cuerpo presente, después se reúnen todas las personas para ir al panteón, pero debe ir al frente la banda de música o mariachi, -hay quienes optan por pedir las canciones preferidas del fallecido-.
Depende en qué lugar se haga la misa o culto, todos caminan o van en sus autos hasta el panteón. Si la persona que murió es adulto y muy conocido, puede tener el acompañamiento de cientos de personas.
En el panteón se observan todo tipo de personas, desde los que lloran la pérdida, hasta los que se «echan sus copitas» a la salud del muerto. A veces luce como una fiesta, entre música y algarabía.
Después de que se el muerto se entierra, todos agarran su propio rumbo, excepto los familiares, quienes se reúnen nuevamente para planear las siguientes actividades mortuorias, a saber: ocho días, cuarenta días y cabo de año.
En las actividades se encuentra preparar tamales para los que llegarán a dar el pésame o incluso, preparar muchas ollas de comida para atender a los visitantes. Según curiosos, hacer estos rituales sale caro, pero hay personas que se apoyan de sus amigos o hasta de las autoridades locales.
Llevar el pésame consiste en visitar a los familiares del fallecido o fallecida y presentarle las condolencias acompañada de dinero –el monto dependerá de la situación económica del visitante, que va desde los 20 hasta los 500 pesos-, también se dan flores y/o despensa.
Ante COVID-19
Esta emergencia sanitaria ha divido las opiniones. Hay quienes retan a las autoridades locales con el fin de cumplir su deber con su familiar fallecido, es decir, se han conglomerado para despedir a sus muertos, tengan o no coronavirus, como es el caso reciente de los pobladores en la comunidad de Huanacastal, municipio de Tonalá.
Por otro lado, hay quienes ven con buenos ojos tomar todas las medidas necesarias para mantener a raya la propagación del coronavirus, -muera o no por COVID, hay que quedarse en casa-.
Alejandrina Peña, rezadora, dice que es injusto el que no permitan velar a sus muertos, «las almas podrían arder en el infierno», además que afecta los ingresos de muchas de nosotras.