Después de emitir el sufragio y mientras se espera la integración de los poderes públicos las semanas siguientes –entre tanto, existirán declaraciones en contra del resultado y se judicializará la elección– tocará encontrarse con quien apoyó a un partido o a una candidatura diferente a la «propia» –si es acaso uno se puede apropiar de algo así–, porque todas las personas seguirán siendo vecinos del barrio, comprando en el mercado, visitando el centro comercial y participando de reuniones convocadas por amistades en común. Las campañas duran unas pocas semanas, la construcción de una convivencia civilizada mucho más.
Las elecciones provocan un ánimo de competencia no sólo entre las personas que aspiran a un cargo sino entre una parte de la población. Durante el tiempo de campaña, quienes simpatizan con algún partido o persona candidata asisten a mítines, se movilizan, difunden publicidad y expresan abiertamente su preferencia política. Nada de esto es extraño en una democracia; por el contrario, la participación activa es deseable. Lo que no lo es, sin embargo, es que se confunda la adhesión hacia un proyecto con injuriar, vilipendiar u ofender a quienes postulan otra manera pensar.
Pareciera ser que la polarización es el signo de los tiempos que corren y las campañas no son la excepción. Defender el pensamiento único y preferir la inexistencia del disenso es uno de los riesgos más severos para la democracia en tanto que propicia la cancelación del diálogo, el reconocimiento y entendimiento del otro y la escucha atenta de sus argumentos.
De acuerdo con Alejandro Moreno, especialista en ejercicios demoscópicos, la polarización en este 2021 ha venido incrementándose. A la pregunta cuánta polarización política creen que hay en el país actualmente, en enero el 57 por ciento de las personas entrevistadas respondieron que había mucha o algo de polarización; en febrero la cifra fue de 61 por ciento; en marzo el porcentaje aumentó nueve puntos, con relación al inicio del año, para un total de 66 por ciento; en abril la percepción descendió un punto, y para mayo se registró un nuevo incremento: 69 por ciento.
La polarización y su agudización: el extremismo, que extingue la conversación, el intercambio y el encuentro, aunque reafirma identidades y activa emociones, abre una brecha en la sociedad y puede, además, si no detener, al menos, corromper la rutina institucional al defender una sola manera de procesar las cosas.
Hacer frente a esta característica tribal, como es la polarización, pasa por desterrar el miedo a los otros y a sus ideas, aceptar la inexistencia de concepciones únicas del mundo, que las verdades son falsables, que la idea del otro tiene la misma legitimidad que la de otras personas –siempre que no atente contra las libertades y dignidad humanas– y que quienes piensan distinto también desean una mejor comunidad. Reencontrarse después de la elección será imprescindible.