Poza Rica resiste entre el lodo: seis días después, la vida sigue empapada

Las colonias inundadas por el río Cazones no duermen: limpian, lloran y agradecen la solidaridad que llega antes que la ayuda oficial

AquíNoticias Staff

Por sexto día consecutivo, Poza Rica amanece con olor a humedad y a pérdida.
En Palma Sola, Infonavit Gaviotas e Independencia, las calles ya no son calles: son surcos de fango donde los vecinos no despiertan, resisten.
Jalan el agua con cubetas, empujan el lodo con palas y rescatan lo que pueden: una foto que se deshace entre los dedos, una silla que todavía aguanta, un recuerdo que se niega a hundirse.

El silencio después del agua

El río Cazones creció sin aviso la madrugada del viernes, arrancando años de historia. Elizabeth, vecina de la calle Tabachín, muestra con el dedo una marca en su techo:

“El agua rebasó los dos metros”, dice con la voz cansada pero firme.

A su lado, su hija intenta salvar las fotos familiares. El papel húmedo se deshace, los rostros se corren, el pasado se borra con el mismo lodo que cubre la sala.
Dos casas más allá, Enedina y su familia luchan contra el fango. “Duele tirar las cosas”, dice mientras separa lo que puede lavar de lo que ya no tiene remedio. “Llevamos seis días sacando muebles y todavía hay basura por todos lados”.

La primera ola y un milagro con cuatro patas

En la colonia Independencia, Victoria Flores aún no olvida el rugido del agua: “Solo alcanzamos a salir. Cuando regresamos, solo se veía la puntita del techo”.
Perdió todo, pero sonríe al contar que Colitos, el perro de la vecina, sobrevivió. “Aguantó entre los escombros. Estaba temblando, pero vivo. Eso nos devolvió el alma.”

El Ejército y la Guardia Nacional mantienen el Plan DN-III-E, removiendo escombros y lodo, pero las familias aseguran que la verdadera ayuda viene del pueblo.
“Nos dejaron sin nada —dice Victoria—, pero la gente de las comunidades cercanas vino con víveres, con agua, con abrazos. Esa es la ayuda que de verdad llega.”

Las escuelas también se hunden

En la primaria Alfonso Arroyo Flores, el agua lo destruyó todo: pupitres, libros, pizarrones, años de esfuerzo.
La maestra Laura Lidia Gaitán lleva seis días barriendo lodo con la esperanza de volver a abrir el plantel.

“Nos quedamos sin nada, pero seguimos aquí, ayudándonos. Enseñar también es resistir.”

El plantel, fundado hace 25 años, fue refugio y comedor para cientos de niños. Hoy, entre fango y silencio, su directora insiste:

“La escuela va a volver, aunque sea desde el barro.

Un pueblo que no se rinde

Por la noche, la ciudad se apaga otra vez. La oscuridad regresa, pero también la esperanza.
En la colonia Gaviotas, unos taqueros voluntarios llegan desde Tuxpan con 30 kilos de carnitas. “Pásele, son gratis, para levantar el ánimo”, grita Armando.
Una mujer mayor recibe tres tacos y responde con una bendición.

Y así, entre el olor del lodo y el de la carne al comal, Poza Rica intenta recuperar el aliento.
Porque, cuando el agua se va, lo que queda no es solo el desastre, sino la dignidad de un pueblo que se niega a rendirse.

Vía La Razón

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