El domingo 2 de junio la ciudadanía tendrá la oportunidad de acudir a la casilla que le corresponda y ejercer su derecho al voto. Podrá decidir entre dos candidatas y un candidato a la Presidencia de la República. Aunque, de acuerdo con las simpatías registradas por las encuestas, la elección la ganará una mujer.
Por vez primera en la historia mexicana, una mujer ocupará la titularidad del poder Ejecutivo de la Unión. Simbólicamente, es un hecho muy importante si se considera la larga y muy difícil trayectoria que la población femenina ha tenido que recorrer para incorporarse a la esfera de la política. Por ejemplo, el reconocimiento del derecho a votar de las mujeres para renovar autoridades municipales no cumple 100 años (se incorporó a la Constitución Política en 1947) y este 2024 se conmemorará el 74 aniversario de la reforma constitucional que les reconoció su condición ciudadana a nivel nacional.
No obstante, de forma gradual, ellas han ocupado lugares en gubernaturas, congresos, cabildos y la administración pública. Se ha pasado de las cuotas, como acciones afirmativas, al establecimiento de la paridad, como un estado de cosas. No hay duda que la idea de que las mujeres no participan en política porque no quieren es falso. Las restricciones institucionales, subjetivas y estructurales son los muros que han tenido que tirar.
Las expectativas con el desempeño de la ganadora son altas y la evaluación que se le haga desde el momento en que tome posesión del cargo será exhaustiva y severa. A diferencia de lo que ocurre con los hombres, cuando una mujer asume un cargo de poder, se le cuestiona, exige y examina con mayor rigor. Acaso eso tenga que ver con que se le siga considerando una intrusa en un “medio de hombres”.
Las resistencias a la participación de las mujeres en la política y en otras áreas aún existen y las violencias de las que son víctimas se mantienen y, en algunos casos, se han incrementado. Es claro que quien gane la elección debe gobernar para todas las personas, sin distinción ideológica o identidad sexo-genérica, pero es deseable que sea sensible a una agenda que revierta las condiciones lacerantes de grupos en situación de vulnerabilidad como lo es el integrado, precisamente, por la población femenina. Entre otros temas que merecen atención están los derechos reproductivos, feminicidios, la atención a las infancias, la igualdad económica y el bienestar, en sentido amplio.
Esto no quiere decir que sus decisiones de gobierno no oscilen en el dilema, a mi parecer falso en tanto que la tarea de gobernar implica la construcción de problemas públicos y estos reúnen las dos características, entre lo importante y lo urgente. Los problemas continuarán si gana Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez: violencia criminal, poco margen fiscal, atención de las personas en situación de movilidad, desplazamientos forzados, crisis hídrica, deforestación, por mencionar algunos.
Con todo, el 2 de junio, por la noche, se dirá: tenemos Presidenta.