El triunfo de Claudia Sheinbaum es un hecho histórico. Que una mujer postulada por una coalición partidista, en términos generales, calificada de izquierda, haya ganado la elección presidencial no tiene parangón y abre una etapa para la construcción de una sociedad más igualitaria.
Rompió el techo de cristal y ha ayudado a edificar nuevos y mejores imaginarios para los sectores excluidos, como las mujeres. Su presencia en la titularidad del Poder Ejecutivo de la Unión no modifica de inmediato ni por sí misma un conjunto de prácticas y formas de pensar arraigadas, pero sí las enfrenta e interpela. Que ella esté ahí significa que otras personas pueden concretar sus proyectos. Para las infancias eso es decisivo: las niñas pueden ser lo que se propongan; incluso, jefas de sus países.
No obstante, la Presidenta ha tenido que demostrar un día sí y otro también que tiene y ejerce el poder. La sombra de su antecesor es muy fuerte, como también lo son los prejuicios sobre las capacidades de las mujeres para mandar. Que “ella obedece a un expresidente” o que “sólo estará un rato para que regrese López Obrador” son algunas de las frases que se leen en la prensa o se escuchan en los desayunadores, como si no fuera una persona autónoma, con capital político propio o ambiciones que satisfacer. Porque hay que decirlo: las mujeres como los hombres que hacen política son personas ambiciosas y buscan cumplir sus deseos.
Y en la jungla política mexicana llena de descalificaciones, rumores, chismes y zancadillas, apareció algo que no se esperaba: que la Presidenta fuera tocada por un sujeto. Esto fue un balde de agua fría que cayó en la figura no sólo presidencial de Sheinbaum, sino en su propia persona. Las mujeres en este país están en riesgo. Ni la investidura la protegió.
La acción del hombre recordó cómo un individuo puede poseer el cuerpo de otra persona. Recordó la forma en que el machismo sigue presente. ¿Cuántas mujeres son manoseadas cada día en México? ¿Cuántos violentadores salen a las calles, entran al metro o se suben al autobús para hostigar a las mujeres?
Las mujeres mexicanas son vulnerables sin importar si viven en el sur o en el norte, si son amas de casa o políticas encumbradas, si son alfabetas o realizaron estancias posdoctorales.
Ideas, formas de ser y prácticas vinculadas a la cultura patriarcal están y se mantienen interiorizadas en los hombres mexicanos. Hay una normalización de la violencia, incluida la sexual.
De este lado, del masculino, hay mucho por hacer, un principio sería entender que las mujeres no son objetos a disposición. Por lo que se ve, es una ardua tarea. Si no, escuche(mos) qué dicen sus(nuestros) congéneres sobre ellas.








