Así como Jesús Reyes Heroles releía cada año El Príncipe, de Maquiavelo, como quien entrena de forma permanente, encontrando rendijas de tiempo entre la ocupación habitual, volver a Octavio Paz resulta una inmersión, cada vez distinta, en ideas, metáforas y discusiones, en palabras, pues, que se alejan de lo superficial para ir a lo que es realmente importante.
De forma regular me asomo a lo escrito por el Premio Nobel de Literatura de 1990. Las fechas de su nacimiento (31/III/1914) y de su muerte (19/IV/1998) hacen que busque algo de él, con independencia de lecturas hechas en otros momentos.
Su figura, más que su obra, ha estado envuelta en la polémica. Acaso, estar ahí, ser motivo de comentarios y discusión entre propios y extraños, haya sido una decisión deliberada. La vida de Paz, traída a nosotros por sus biógrafos (Sheridan, Krauze, Domínguez Michael, Ruy Sánchez, Flores, entre otros) muestra que algo hay de eso. Fue un polemista puntual, certero y determinado, sin miedo a mostrar sus ideas, filias y aversiones. Todas las personas las poseen, pero pocas tienen el arrojo de mostrarlas en público y defenderlas, aún con la posibilidad, aunque remota para él, de la censura.
Sus reflexiones sobre el poder, sin haber realizado un trabajo académico sobre el mismo y, tal vez haya sido por eso, tienen una peculiaridad: son abarcadoras, no hay paja y nada se desperdicia. La posición desde donde pensó las grandes avenidas de la libertad, pero también los muros de las dictaduras y los despotismos, reflejan una conciencia de su ser y de su tiempo.
Paz vivió, habló y escribió en un México de ciudadanía incompleta, de dádivas a cambio del voto y de una élite cerrada y callada ante los deseos y voluntad del Gran Elector. También vivió, habló y escribió en un México que empezó a romper las cadenas del corporativismo, a exigir pluralidad y a construir la democracia política para reformar el pacto social de la comunidad, uno en donde sus protagonistas fueran ciudadanos plenos y autónomos, y no sumisos ni ficticios.
Nuestro Alexis de Tocqueville es Octavio Paz. La preocupación por el poder en democracia –limitado por instituciones fuertes– y una sociedad con individuos críticos y conscientes, está en ambos. Los une la pasión por la libertad, esa palabra que hoy parece estar proscrita. ¿Qué diría hoy Paz?