Por Maximiliano Ruíz Sánchez
Entre 1926 y 1945, en Chiapas coexistieron once partidos políticos de corte revolucionario bajo el control político del PNR que, desde su comité nacional, elegía al candidato a la gubernatura, las listas de diputados locales y federales, y las candidaturas a las presidenciales municipales. Siete años después, ya reconfigurado como Partido de la Revolución Mexicana, el presidente Lázaro Cárdenas hizo uso de facultades metaconstitucionales que le permitían incidir en la vida interna de su partido y la elección de candidatos. Esta centralización de la política a través de la influencia y el peso del presidente fueron acciones deliberadas que condicionaron el acceso al poder político de los posibles candidatos. Dicha gestión del PRM influyó en que muchos de los gobernantes y legisladores que tuvo Chiapas fueran decididos por la cúpula del partido. En su obra Partidos y Sistemas de Partidos (2018), Giovanni Sartori calificó este sistema político vertical de ejercer el poder como hegemónico con inclinaciones a centralizar las decisiones trascendentales para la operación interna del partido y restringir el acceso al poder a cualquier partido contrario.
Para 1945, la coalición de partidos nombrada Frente Orientador de Unidad Distrital agrupó a 57 partidos locales en la entidad, de los cuales 41 eran de carácter municipal. Un año más tarde, el PRM, ya constituido como un Partido Revolucionario Institucional (PRI), contó con éstos para asegurar la victoria por arriba del 50 % de los votos para la gubernatura del estado y los distritos locales y federales, dinámica que mantuvo durante muchas elecciones hasta el año 2000. Dicho comportamiento trazó en la vida política de Chiapas un propio esquema a nivel municipal y regional, que Antonio Flores, en su estudio Chiapas: Élites y modernización política (2000), explica a partir de la intervención y alineación que hicieron algunos grupos con cierto poder político, económico, caciquil y familiar para escalar a más beneficios en tanto más ejercicio del poder político y económico en el estado lograron bajo el amparo del PRI.
De 1988 al 2000 sucedieron fenómenos políticos a nivel nacional y estatal que reconfiguraron el sistema electoral y de partidos. El PRI sufre un proceso de adaptación que lo obliga a pasar de ser un partido hegemónico a contender como un partido competitivo, es decir, busca ganar la representación y a su vez permite la competencia política real entre varios partidos. En ese sentido, la transformación que sufre el PRI permite en Chiapas mayor presencia del PRD (Partido de la Revolución Democrática) y del PAN (Partido Acción Nacional).
En 1994 las elecciones para la gubernatura dan cuenta de una participación más dinámica de los partidos. El PRI obtuvo sólo el 46 % de los votos, mientras que el PRD obtuvo 30 % de sufragios y el PAN un 8 %. Pero en las elecciones municipales el PRI se mantuvo a la cabeza: en 1995 ganó 84 de 110 municipios (PRD 18; PAN 5; PT 2, y PFCRN 1),5 y en 1998 ganó 87 de 110 (PRD 18; y PAN 6). ¿Qué debe concluirse de estos datos? ¿Cómo el mismo partido gana en dos elecciones más de ochenta municipios después de haber perdido más del 50 % en los votos para la gubernatura? ¿Qué hizo el PRI después de 1994 que le dio ese resultado? Sin duda, responder a estas inquietudes requiere una investigación minuciosa imposible de abarcar en esta breve reflexión.
En la elección a gobernador del año 2000 triunfa por primera vez un candidato proveniente de la oposición: Pablo Salazar Mendiguchía con la Alianza por Chiapas, que conjuntó a ocho partidos. Este momento significó para la oposición buscar la victoria mediante coaliciones partidistas. La alternancia reactivó el movimiento en los partidos de los municipios y dio mayor presencia a las agendas del PAN, PRD, Partido del Trabajo (PT) y Partido Verde Ecologista de México (PVEM), que operaron con mayor dinamismo y obtuvieron un mayor número de votos Sin embargo, continuó la injerencia política del gobernador en turno, quien intervino en elecciones locales para asegurar la mayoría de los triunfos en el Congreso y en los municipios en favor de la coalición que le dio la victoria. De lo contrario, ¿cómo se explica que gane más municipios el partido —o partidos, en caso de coalición— del gobernador en turno? ¿Cómo respondería la antropología política a este fenómeno? Casos concretos reflejan ese mismo patrón: en 2010, cuando la alianza PRD, PAN, Convergencia y Nueva Alianza ganó un número significativo de municipios —53 de 118, bajo el gobierno de Juan Sabines—. Cuando Manuel Velasco fue gobernador, en las elecciones municipales de 2015, el PVEM ganó 15 municipios, y en coalición con Nueva Alianza ganaron 41: un total de 56 ayuntamientos. De igual manera, en los comicios para gobernador de 2018, el triunfo de Rutilio Escandón Cadenas —por la coalición Juntos Haremos Historia Partido (Morena, PT y Partido Encuentro Social)— coincide con el triunfo de 29 municipios del PVEM (Morena ganó seis ayuntamientos, pero con la coalición PT y PES, 23). Tres años después, en las elecciones municipales, el PVEM obtuvo 35 de 125 municipios, Morena 25 y el PT, 13. Para las elecciones de 2021, Morena y PT se alían al PVEM y de este modo aseguraron la victoria en 73 municipios. Esta nueva coalición también ganó tres de seis ayuntamientos en las elecciones extraordinarias de 2022.
Se ha mostrado en todo este recorrido un comportamiento continuo de los partidos trazado notoriamente por los gobernantes, quienes desde la cúpula limitan la participación política abierta y horizontal, ¿A quién beneficia la intromisión en las elecciones municipales en favor del partido que ocupa la gubernatura?, ¿al crecimiento político de los partidos, al sistema político local, a la ciudadanía? ¿Qué implica para la credibilidad de los partidos políticos? ¿Qué significa que el triunfo de los partidos políticos, ya disminuido el PRI, dependa de la injerencia del gobernador en turno? Sólo por un genuino interés en la reflexión ¿cómo se puede romper la relación del gobernante en turno, los partidos y los municipios ganados? ¿En quién está hacer esa sana, urgente y necesaria independencia política entre los diferentes sectores? Tal vez este podría ser un camino hacia una madurez política de los partidos y de sus cuadros donde las propuestas más relevantes sean votadas por la militancia debido a la fuerza de sus argumentos y no por decisiones del militante que ocupa el cargo de mayor peso. ¿Qué nos aportaría reimaginar ese comportamiento de los partidos?