Querido diario / Sandra de los Santos

Querido diario:

Hay cosas que una descubre o reconoce ya de adulta… Una de las cosas que yo descubrí hace algunos años es que me gusta todo lo que hay alrededor de “vestirse”; pero no vestirse para cubrirse o por “moda”, sino para contar historias, plantarse o presentarse al mundo y andar cómoda con ello.

Me gustan los colores, las formas, los contrastes, los volúmenes y todas las combinaciones posibles que existen al vestirnos y que podemos encontrar cada día en ese acto.

La forma en que nos vestimos —y cómo vivimos ese proceso— está íntimamente ligada al cuerpo, pero entendido, como lo señalan los Estudios Culturales, como una realidad histórica, con determinaciones culturales y cargada de subjetividades simbólicas. Ser consciente de eso me permitió también ver la vestimenta como algo más que echarse tela encima, ponerse lo que está de moda o lo que nos han dicho que es “correcto” o “adecuado”.

No saben lo que me desespera que me digan: “no va con tu edad”, “no se ve bien que vayas así a tal lado”, “te hace ver más gorda o más baja”… “eso estiliza mejor tu figura” (¿qué carajos significa eso, para empezar?). Yo sé que hay ropa apropiada para cada ocasión o lugar, pero eso lo debe determinar nuestra comodidad y la posibilidad de desarrollar nuestras actividades sin riesgos. Por ejemplo, nunca voy a entender esa idea de usar traje con el calorón de Tuxtla, o andar en zapatillas en un lugar lleno de escaleras. Como tampoco entiendo por qué l@s chavit@s andan con sudaderas o chamarras en un día de marzo, solo porque así es su “outfit”.

No sé con precisión cuándo empecé a reconocer que todo esto me gustaba y me llamaba la atención. Una parte de mí se resistía porque pensamos que eso de “vestirse” está hecho para personas con un cuerpo determinado o, en mi caso, porque creía que era una superficialidad que no debía tener importancia.

Creo que fueron varias cosas… Una de ellas fue que, por problemas de salud, durante dos años tuve que usar ropa muy específica y eso me hizo sufrir más el proceso de la enfermedad. Cuando eso cambió… ¡pufff! Quise probarme de todo. Ya no había limitaciones.

También creo que fue decisivo empezar a ver esto desde la academia (no me juzguen, muchos de mis cambios se deben a la universidad). En la Maestría de Estudios Culturales siento que me dieron una espada del Augurio, que me permite ver ciertas prácticas más allá de lo evidente.

Cuando a una le gusta la ropa como a mí, la situación se vuelve algo complicada por varios factores: ambientales, económicos, de accesibilidad… y podría seguir. Yo encontré la forma de compensar eso con la ropa de segunda mano (que uso desde que tengo memoria). El 80 % de mi clóset es de segunda mano y, de ese porcentaje, creo que la mitad proviene de los trueques de Community Closet.

Las queridas Pau, Haru y Tete iniciaron hace unos años este proyecto, del cual ya les he platicado en varias ocasiones (les dejo la liga de un podcast que hicimos juntas). ¿De qué se trata? Pues… principalmente de truequear nuestra ropa con otras participantes de la actividad.

El sábado pasado hubo un trueque presencial y, en esta ocasión, además del intercambio, también tuvimos una sesión de fotos en Central Selfie (son las que les comparto por acá).

Miren… lo de la tomadera de fotos también pasa por un asunto de cómo concebimos la corporalidad. ¿Qué cuerpos deben ser retratados? ¿Qué queremos mostrar? ¿Cómo queremos mostrarnos? Un día platicamos de eso, jeje.

¡Caray! Les aseguro que no era mi intención hacer un texto tan largo. Solo quería compartirles mi experiencia del sábado… y miren en qué se convirtió esto. Agradezco a Pau, Haru y Tete por organizar todo esto, por tener su propia espada del Augurio y por seguir construyendo desde sus pasiones y preocupaciones.

¡Larga vida al trueque!

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